Ceremonia en Standing Rock (crónica)
Por Iñaki Estívaliz
Cannon Ball, 4 diciembre 2016
Cuando el chamán salpicó el agua sobre nuestros torsos, caras, brazos y piernas desnudos casi al final de la ceremonia, las gotas se evaporaron como si nuestros cuerpos fueran rocas incandescentes.
Wayne, un veterano de guerra nativo americano, me había invitado a participar en la comunión con la Madre Tierra, de conexión con los espíritus de nuestros antepasados y el Creador único, y de purificación de nuestros cuerpos físicos.
Llegamos con nuestras toallas al cuello a una gran fogata de leña prendida en un enorme hoyo excavado en la tierra y rodeado por un muro de rocas que nos llegaba hasta las rodillas. Bajo los maderos ardientes había tantas rocas, del tamaño de cajas de zapatos, como personas íbamos a participar en la ceremonia. Alrededor: nieve, tipis y otras fogatas donde se celebraban otras ceremonias indígenas en Standing Rock. Allí y allá se escuchaban cánticos nativos.
Una reportera de la CNN pidió permiso para grabar la ceremonia. No se lo permitieron. Se hicieron chistes que no entendí sobre la cadena de televisión.
Sobre el muro de piedras sueltas y desordenadas que rodeaba la fogata estaban tendidas unas mantas. Los ayudantes del chamán cogieron las mantas y comenzaron a tenderlas en el interior de un tipi mucho más bajo que los usados como vivienda. Metieron algunas rocas incandescentes en el interior del pequeño tipi, en el centro, donde no había mantas tendidas.
En un momento dado nos hicieron desnudarnos junto a la fogata en medio de la nieve. Entramos de rodillas a un tipi bajo donde sentados rozábamos el techo con nuestras cabezas y los brazos y piernas de las personas que teníamos a cada lado. Entramos tres mujeres y doce hombres. Las mujeres entraron primero e iban vestidas con trajes nativos de telas ligeras.
Al entrar había que decir «todas las relaciones», oración que se repite en varias ocasiones a lo largo de la ceremonia, que duró casi tres horas. Se entra hacia la izquierda y hay que salir rodeando las piedras incandescentes en esa dirección.
Los ayudantes del chamán seguían introduciendo rocas incandescentes en el interior del incómodo tipi. El hombre medicina echaba agua sobre las piedras y un vapor casi asfixiante se apoderó del ambiente. Cada cierto tiempo, el chamán ponía hierbas aromáticas y medicinales sobre las rocas. Mientras la puerta del tipi estaba abierta, resultaba agradable estar allí desnudo, sabiendo que en el exterior estábamos a bajo cero grados de temperatura. Pero cerraron la puerta de tela del tipi y el ambiente se hizo casi irrespirable.
El chamán comenzó a recordar a los guerreros de Standing Rock que habían resultado gravemente heridos en sus enfrentamientos con la policía por sus nombres de pila. Agradeció a aquellos que habían sido arrestados, especialmente a los cuatro primeros. Uno de ellos sigue en la cárcel.
Entonces comenzó a rezar, a cantarle a los espíritus, a la Madre Tierra y al Creador Único, de esa manera que todo el mundo conoce característica de los indígenas de Norteamérica. Dijo que quería escucharnos a todos rezar, «vengan de donde vengan de cualquier parte del mundo, a su manera, como lo sientan». Empecé a escuchar un Padre Nuestro en Inglés. Algunos imitaban al chamán. Yo llevaba el encargo de mi amiga Rachel Zeigler de mencionarla si participaba en alguna de estas ceremonias. A mí se me había olvidado cómo rezar, a pesar de que mi madre me dice que lo haga cada vez que hablo con ella. Empecé a murmurar, «Rachel, Rachel, Rachel», luego casi a gritar, «Alma», la abuela de mis hijos, que ese día cumplía tres años de fallecida, «por mi padre Elías, porque mi madre Gloria siga viva y con mejor salud mucho tiempo, por mi abuelo Cesáreo, por mi abuela Magdalena, por mis hijos, para que mis hijos sean conscientes de todo esto, que mis hijos sean solidarios, para que yo sepa criar a mis hijos, por la madre de mis hijos, por la hermana de mis hijos, por mis hermanos, por mis sobrinas, por mis primos y primas, por toda la gente que me ha ayudado a llegar hasta aquí, para que no los defraude, por favor, necesito fortaleza y ánimo para superar los inconvenientes, ser humilde y hacer mi parte en esta lucha que a todos nos concierne».
Creía que iba a desfallecer. Varios hombres no pudieron aguantar el sofoco y salieron del minúsculo tipi. Las mujeres aguantaron hasta el final.
El ritual: abrir el tipi, introducir nuevas rocas incandescentes, el chamán cuenta sus historias, se cierra el tipi, el chamán cuenta más historias, rezamos, cantamos; se repitió en siete ocasiones. Desde la primera yo pensaba que no iba a aguantar más, en varias ocasiones me alarmé temiendo que me pasara algo malo, que podría hasta morir allí, o defraudarme a mi mismo por no haber sido capaz de llegar hasta el final. Nunca en mi vida he sudado tanto, y con mucha diferencia a las anteriores.
Esa misma noche, mi primera noche en Standing Rock, había acompañado en la cena a
a una joven mexicana, Alexandra Velasco, y a su novio estadounidense, Skylar Funk. La pareja vive en Los Ángeles. Ella es artista, él es músico de la banda Trapdoor Social. Llegaron a Standing Rock en el autobús con paneles solares que lleva al grupo por todo Estados Unidos participando en eventos medioambientales.
«Lo que está pasando aquí es fruto de la unidad, la paciencia y la paz tras años y años de opresión, represión y violencia dirigida a la gente que nació aquí en esta tierra repitiéndose la historia de represión y matanza», manifiestó Alexandra entre bocado y bocado de ensalada de papas y atún en uno de los comedores comunitarios gratuitos del campamento Oceti Sacowin.
¿Cómo podemos seguir haciendo eso?¿cómo podemos seguir construyendo infraestructuras que van a destruir nuestro mundo y a nuestra gente?, se preguntaba la joven mexicana de 27 años.
En el exterior del comedor de campaña atendido por voluntarios suenan fuegos artificiales.
«Mi historia no es la historia de la gente de Standing Rock. Soy mexicana pero de familia española, mis ancestros están del lado de los opresores. Nos toca a nosotros hacerlo mejor, hacerlo bien. Siento que mi familia es directamente culpable de la destrucción de una cultura bellisima», lamentó Alexandra.
«Veo a estos indígenas con una conexión increíble con sus tierras, esas tierras que seguimos robándoles, están conectados con su música, con sus tradiciones, sus comidas, sin embargo yo no siento nada de eso con mi cultura. Oigo música gringa, como comida de todas partes de mundo, no tengo religión, ni tengo raíces palpables. Nací en México pero vivo en Los Ángeles. Nací en México pero vivo en LA. Esta gente honra su pasado y continúa ante todas las adversidades. Estoy aquí para ayudar a que esa cultura no muera y que siga en este mundo. Vinimos pensando en el medio ambiente, pero nos vamos habiendo aprendido muchísimas cosas», relató la joven originaria de Ciudad de México y que va a estar en Standing Rock durante cinco días.
Su novio, Skylar, añadió, dándole un bocado a un canto de pan, que «este asunto del medio ambiente es muy importante, pero ahora es tan importante el tema de los derechos de la gente. Necesitamos ayuda, ya hemos hecho demasiado daño».
En las distintas etapas de la ceremonia, el chamán contó cada detalle de la lucha contra el gasoducto Dakota Acces, que en principio iba a pasar cerca de la vecina localidad de Bismarck, pero que tras las protestas de los residentes blancos que temían que fuera un peligro para sus recursos acuíferos se cambió el trazado para que pasara rozando la reserva indígena de Standing Rock atravesando los ríos de los que se abastecen de agua los indígenas, que consideran que el agua es todo para la vida. Repasó las luchas indígenas desde 1492 hasta hoy y contando detalles personales de su propia lucha como uno de los líderes contra el Dakota Acces.
«Ustedes son guerreros que han sido capaces de pasar por el gran sufrimiento que es esta ceremonia. Ya estamos acabando. Les felicito porque son de esa gente capaz de acabar lo que empiezan a pesar de las mayores dificultades». ie
Misión cumplida, pero seguimos
Por Iñaki Estívaliz
Standing Rock, 6 diciembre 2016 (SRE/Claridad)
Veteranos de guerra en Standick Rock celebran este martes la decisión del Cuerpo de Ingenieros de EEUU de rechazar el permiso de construcción de un oleoducto a través de dos ríos que abastecen de agua a la adyacente reserva Sioux de Dakota del Norte, pero no han bajado la guardia porque se han puesto manos a la obra para hacer frente a una tormenta que ha dejado incomunicados los campamentos de protesta.
Unas quinientas personas sin habitación y otras tantas alojadas en el casino Prairie Knights (caballeros de la pradera), a unos 14 kilómetros de los campamentos, quedaron varadas en las instalaciones a causa de las adversas condiciones climáticas.
La veterana de guerra nativa americana Loreal Black Shawl, de Veterans Stand For Standing Rock, pedía voluntarios entre sus compañeros para realizar una caravana desde el casino con tractores y camiones para llevar suministros al campamento y evacuar de allí a las personas con necesidades de asistencia médica.
Aprovechaba el momento para advertir a sus colegas de que habían llegado a Standing Rock como huéspedes pacíficos de los Sioux y no para participar en enfrentamientos con la policía que hostiga a los residentes en los campamentos.
«No estamos aquí para causar ningún daño. Estamos aquí para proteger. Estamos aquí por la gente. Ninguno de nosotros debe ir a ese puente. Ninguno de nosotros debe participar en las acciones directas. Ninguno de nosotros debe estar armado o incitar a ningún tipo de acción», subrayaba Black Shawl refiriéndose al puente donde hasta ahora se han producido la mayoría de los enfrentamientos y que es el lugar hasta donde ha llegado la construcción de la enorme tubería.
«Vinimos aquí para atraer la atención de la prensa nacional. Misión cumplida. Tenemos aquí a la prensa nacional y el gobierno ha reaccionado rechazando el permiso. Ahora tenemos una nueva misión del día: llevar suministros al campamento y reubicar a la gente que necesita atención médica al casino. Pero debemos estar orgullosos, disfrutemos el momento. No lo dañen participando al alguna acción violenta», insistía la veterana.
La decisión de detener el proyecto Dakota Acces, con 3,500 millones de dólares de presupuesto y construido ya en su mayor parte, fue celebrada con cautela por los líderes nativos, que no solo llevan siglos viendo cómo Washington les dice una cosa para hacer luego otra incumpliendo sistemáticamente cada tratado firmado en detrimento siempre de los indígenas.
Los Sioux quieren aprovechar la lucha contra el oleoducto en defensa del agua, con el lema «Mni Wiconi (el agua es vida)» para continuar un movimiento de reivindicación de sus derechos históricos. Jefes de tribus de toda América han acudido al llamado de los Sioux. Ninguno va a regresar a sus tierras respectivas por el último anuncio del gobierno estadounidense. Son cautelosos, han aprendido diplomacia. Están seguros de que van a permanecer firmes y pacíficamente. Cuando han peleado con las armas han sido exterminados.
Uno de los campamentos de Standing Rock se llama Oceti Sacowin. Es el nombre de la gran alianza que tenían siete grandes tribus de Norteamérica antes de que llegaran los europeos.
«Antes de que esta tierra se llamara Estados Unidos nuestras naciones eran aliadas, pero nos separaron. Ahora ha llegado el momento en el que volvemos a estar unidos. Muchos de nosotros queremos gobernarnos unidos como antes. Estoy orgullosa por la lucha por el agua, pero esto es mucho más. Para nuestra gente, el habernos levantado en la lucha por el agua nos ha ayudado a reivindicar otras cosas», explica a Standing Rock en Español/Claridad la indígena Carole Eastman.
«Ahora la lucha es pacífica. El gobierno siempre ha aprovechado nuestras luchas para decir que somos asesinos, terroristas, cuando ha sido nuestra gente la que ha muerto. Mueres por tu gente y el gobierno dice cualquier cosa de ti, que eres un asesino, un terrorista», asegura Eastman, que explica que a veces no está de acuerdo con las decisiones de los ancianos, pero que están haciendo un trabajo decisivo.
Sonny Chee es un navajo de Utah, veterano de guerra de 29 años, muy molesto con «tantos hippies, tantos hipster» que han llegado a Standing Rock a respaldar la lucha del agua y que se emborrachan en el bar del casino Prairie Knights mientras esperan que pase la intensa y persistente tormenta de nieve.
El hotel del casino se había quedado sin habitaciones disponibles con la llegada de unos tres mil veteranos que acudieron al llamado de los Sioux.
Unas quinientas personas han pasado la noche en el pabellón del casino y en los distintos vestíbulos y pasillos del recinto.
Sonny se indigna cada vez que ve a uno de esos hombres blancos vistiendo ornamentos nativos o emitiendo aullidos de guerra o celebración tradicionales de los indígenas.
«Ellos no se dan cuenta de lo importante que son esas cosas para nosotros. Es una falta de respeto que se pongan plumas en la cabeza», dice Sonny a SRE/Claridad en español, que aprendió en California.
El joven veterano, que sirvió a EEUU ocho años en Irak y Afganistán en inteligencia militar, explica que cada pluma que visten los indígenas americanos refleja una hazaña en beneficio de su pueblo. Deben ser de águilas fallecidas de muerte natural, no pueden ser de águilas cazadas. El águila ofrece sus plumas voluntariamente al morir.
Sonny, que tiene 20 plumas que no viste con cualquier excusa, estudia Ciencias Políticas para regresar a su reserva y ser un líder de su pueblo. Entretanto, ha llegado a Standing Rock para respaldar la lucha de los Sioux en «esta guerra de palabras, de políticas», solo interrumpidas por la violencia policial militarizada que opera según los intereses de los inversionistas del oleoducto y la invisibilización, hasta la llegada de los veteranos, de los medios masivos de comunicación. ie
La lucha en Standing Rock es mucho más que una protesta contra un oleoducto
Por Iñaki Estívaliz
(Foto de chamán Marco Incaman en especial para SRE/Claridad de Human Pictures/Juan Carlos Castañeda)
Standing Rock, 8 dic 2016 (SRE/Claridad).- Los manifestantes acampados en el campamento sioux Oseti Sakowin para evitar la finalización de un oleoducto consideran que su lucha es mucho más que la simple paralización de una infraestructura que pondría en peligro los recursos acuíferos de la región.
La llamada de los siux ha sido respaldada por más de doscientas tribus de América cuyos representantes siguen llegando a pesar de las brutales condiciones atmosféricas del invierno de Dakota del Norte y de la reciente decisión del gobierno de Barack Obama de denegar el permiso de paso del oleoducto por tierras aledañas a la reserva indígena.
El chamán peruano residente en EEUU Marco Antonio «Incaman» lleva cuatro meses viviendo en el campamento y no tiene la mínima intención de moverse de allí «hasta lo último, cuando la tierra sea libre».
«He estado en muchas protestas como esta, pero esta es totalmente diferente, esta no es de palos y piedras, esta es una lucha espiritual, aquí no hay que hacer nada, solo estar y rezar para aprovechar la última oportunidad que el creador, que nos ha juntado aquí, nos está dando para salvar la tierra, nuestra madre, que nos necesita», dice el hombre medicina.
El chamán menciona la película Avatar, de James Cameron, asegurando que aquí es lo mismo pero en la vida real, que se está defendiendo el árbol de la vida conectado a todo el mundo, aunque este es un árbol que no se puede ver y que ha esparcido sus ramas por todo el mundo. Las hojas de ese árbol caídas en el otoño por todo el planeta son los guerreros de la paz que siguen llegando a Standing Rock desde todo el mundo, asegura.
Señala que este lugar nadie lo conocía y es un sitio pequeño difícil de encontrar antes de que creciera con la llegada de miles de manifestantes. Pero «ha sido la semilla de la que el mundo ha despertado, es un lugar pequeño que ha despertado al mundo entero».
«De lo que pase aquí depende todo el mundo. La humanidad entera depende de lo que pase aquí».
Policías con equipo militar y máquinas excavadoras al servicio de las compañías con intereses en el oleoducto amenazan tras un punte en Cannon Ball al que hasta el pasado septiembre era un pequeño poblado nativo y que ahora se ha convertido en casi una ciudad de tipis y tiendas de campaña.
«Ellos vienen a destruir, nosotros estamos aquí sin armamento. Nosotros estamos aquí a puro rezo»
Cuando los ancianos de la tribu lo deciden, los «protectores del agua» acuden con sus cánticos y danzas y rezos a enfrentar de esa manera a las fuerzas policiales para convencerlos de que se pasen de bando. En varias ocasiones, la Policía ha intervenido con perros, lanzando gases lacrimógenos, proyectiles de goma y agua que se hiela en la ropa de los manifestantes. Se han realizado arrestos, se han producido centenares de heridos, algunos de gravedad.
«Esto es algo histórico porque se han juntado tribus históricamente enemigas a esta tierra sagrada, donde antes hubo mucha muerte, mucha sangre», dice el mexicano Cristóbal Cruz lamentando que todavía en esta tierra «hay mucho racismo y mucha pobreza».
Cruz ha llegado desde California al campamento Oceti Sakowin acompañando a un grupo de mujeres de la tribu Pit River y con un cargamento de tiendas de campaña.
«Aquí vengo con puras mujeres porque a la mayoría de los hombres los han matado o están en la cárcel», explica el mexicano, que narra cómo el Gobierno de EEUU se ha ido apropiando de las tierras de la tribu desde que el terreno en el que se encuentra el Río Sacramento dejó de ser mexicano. Cuenta que en las décadas de 1840 y 1850 con la fiebre del oro en las tierras de los indígenas, «los blancos mataron a los hombres y se quedaron con sus mujeres».
«Hay güeros que también son buenos, pero hay muchos güeros malos», matiza Cruz, que debajo de una tienda de campaña mientras sopla un viento helado sobre la nieve narra historias de abusos sobre los indios que llegan hasta nuestros días.
Recientemente, «un indio grandote que no se dejaba gobernar, se escapo de la cárcel y fueron a cazarlo. No lo arrestaron, lo cazaron, lo rodearon y el primer tiro le dio en la cabeza. Pero le dieron 43 tiros».
Cuando el agua comenzó a ser cada vez más un recurso lucrativo, las grandes compañías comenzaron a explotar el territorio de los Pit River para hacer represas y recanalizar ríos deforestando la región sin contemplaciones. «Primero les prenden fuego a los bosques, cuando no tienen más remedio, después de demandas y demandas», el gobierno les paga por las tierras, pero a 45 centavos el acre, así que muchos no aceptan, pero al Gobierno no le importa».
Una de las últimas manifestaciones en la que participaron los Pit Rivers, con otros nativos americanos, fue la toma, en canoa, de la isla de Alcatraz, donde la famosa prisión que había sido abandonada, el día de Acción de Gracias de 1969, y la ocuparon 18 meses.
Los indígenas aplicaron la Ley de Reorganización India de 1934 y arbolaron el Tratado de Fort Laramie de 1868 entre los Estados Unidos y los sioux, según el cual se devolvía a los nativos americanos todas las tierras retiradas, abandonadas o fuera del uso para el cual fueron adquiridas anteriormente por el Gobierno.
Los protectores del agua todavía se recuperan de la pasada tormenta cuando ya se ha anunciado la siguiente para mañana. En los campamentos todo el mundo se afana por hacer su parte y cada uno hace voluntariamente lo mejor que sabe hacer o dónde haga más falta. El frío es inclemente. Los médicos atienden profesionalmente numerosos casos de principio de hipotermia y pequeñas lesiones. La mayoría de la gente está decidida a quedarse hasta el final y las últimas consecuencias. Nadie confía en que esto se vaya a acabar por la reciente decisión de la Administración Obama. Docenas de hombres trabajan en las carpinterías del campamento para proveer mejores alojamientos. Todos temen que con la llegada a la Presidencia de EEUU de Donald Trump, con inversiones en el proyecto de 3,500 millones de dólares, las agresiones de las fuerzas de represión caerán sobre ellos sin contemplaciones.
«Ellos saben que la palabra del Gobierno americano no se respeta. Se firman papeles, se firman tratados, pero el Gobierno no los respeta», concluye el mexicano de California en Standing Rock. ie
La lucha es sacrificio
Por Iñaki Esívaliz
Standing Rock, 9 diciembre 2016 (SRE/Claridad).- Vanessa Dundon, conocida entre su gente como Sioux Z Dezbah, patrulla con un pañuelo que le cubre el ojo derecho los alrededores de la cocina “All Relations” del campamento Oceti Sakowin en Standing Rock.
Hace 19 días perdió la visión de ese ojo al ser alcanzada por la lata de gas pimienta que le lanzó uno de los policías militarizados del condado de Morton en Dakota del Norte durante una protesta pacífica.
Sioux Z se ha reincorporado a sus labores de seguridad en el campamento donde lleva tres meses y de donde no se va a mover hasta “que no haya más esa amenaza” que supone para el agua de la región el oleoducto que atraviesa la reserva Sioux de Standing Rock según los tratados históricos, aunque el Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos indica que queda fuera del territorio acordado con los nativos.
La protectora del agua tiene 31 años, es de Arizona, forma parte de la Nación Navajo del Suroeste, y duerme en una tienda de campaña que comparte con otras personas, de siete a doce, según haga falta, y en cuyo interior hay desplegada una bandera de Puerto Rico.
“Me gusta hablar con periodistas como tú. He hablado para cadenas grandes de televisión, que vienen y se van, pero prefiero hablar contigo, con la gente que es como tú”, le dice a este reportero que tirita de frío y emoción mientras toma notas para SRE/Claridad.
Pero la protesta contra el oleoducto Dakota Acces se hace cada día más grande, a pesar del clima siberiano y las amenazas de los que defienden los intereses de los inversionistas del petroleo, entre ellos el presidente electo de EEUU, Donald Trump.
La protesta se ha convertido en una visibilización de los peligros del fracking y de alarma ante el cambio climático, en una llamada de las tribus indígenas de América para reclamar su soberanía y en última instancia de rechazo tan pacífico como firme al neoliberalismo.
Sioux Z necesita ayuda. Se supone que según los tratados del gobierno de Washington con las tribus indígenas, a cambio de expropiarles tierras debe encargarse de ofrecer ciertos servicios. Pero los servicios no llegan a los indígenas´.
“Es parte de los tratados que nos den apoyo, seguro médico, pero no lo hacen. No voy a volver a ver con este ojo. El globo ocular está bien, pero he perdido la visión para siempre. Necesito tratamiento. No tengo analgésicos efectivos para el dolor. Por eso ahora estoy enfocada en reivindicar servicios médicos en las reservas y en los campamentos”, explica la protectora del agua, que lamenta que debido al deficiente plan médico con el que cuenta, las atenciones médicas que necesita las tiene que pagar “en efectivo”.
Sioux Z quiere seguir en los campamentos para seguir aprendiendo y poner al servicio de su reserva todos esos conocimientos.
Es la primera vez que participa en este tipo de protestas. No tenía experiencia haciendo “ecoterrorismo”, bromea. “Estamos rezando, ellos no atacan y dicen que somos ecoterroristas”, lamenta sin perder la sonrisa.
La joven manifestante tiene cuatro hijos: Audreanna, de 11 años; Logan y Julianna, de 9; y Lucas, de 6. Mientras ella está en Standing Rock, su madre, la abuela, cuida de los niños, que comprenden “un poco lo que está pasando”.
Le dicen: “mamá toma fotos, mamá estamos orgullosos de ti, mamá salva el agua para nosotros”.
A veces le asusta que le pueda pasar algo peor que perder un ojo: “pero no tengo miedo”, dice segura de sí misma sin dejar de sonreír y convencida de que la lucha de Standing Rock “está lejos de terminar. No va a terminar hasta que podamos cruzar ese río y podamos recuperar la tierra”. ie
La profecía de Caballo Loco que se cumple en Standing Rock
Por Iñaki Estívaliz
Standing Rock, 10 diciembre 2016 (SRE/Claridad).- El 1 de septiembre de 1877, cuatro días antes de ser asesinado por la espalda, Caballo Loco (Tashúnka Uitko, en idioma Lakota) tuvo una visión cuando fumaba la pipa ceremonial con Toro Sentado (Tatanka Oyotanka) que está inspirando ahora la unificación de las naciones indígenas de Norteamérica entorno a la lucha contra un oleoducto en Standing Rock, en Dakota del Norte.
Caballo Loco murió asaetado por la bayoneta de un soldado a los 30 años de edad respetado por su pueblo, al que había guiado con sus visiones y animado a seguir practicado sus tradiciones ancestrales y a no rendirse ante el hombre blanco.
El líder indígena había avanzado que los hombres blancos llegarían luego con “carros de fuego” y provocarían grandes matanzas en todo el mundo, pero que, “tras mucho sufrimiento, la Nación Roja se levantará nuevamente y será la bendición de un mundo enfermo, de promesas rotas, de egoísmo y desunido”, según las crónicas nativas de la época.
Caballo Loco le dijo a Toro Sentado que llegaría un tiempo “de siete generaciones cuando todos los colores (razas) de la humanidad se reunirán bajo el árbol de la vida” y entre los Lakota “habrá personas que llevarán el conocimiento y la comprensión de la unidad entre todos los seres vivos”.
La joven lakota Allison Rendille cuenta a SRE/Claridad en el campamento Oceti Sakowin, entre los ríos Cannon Ball y Misuri, que inspirados en esa profecía de Caballo Loco los Lakota están “reconstruyendo” su nación, que esta “renaciendo” y que reivindica su soberanía y sus tradiciones ancestrales, hasta el punto de haber declarado su independencia y de estar en el proceso de que sea reconocida formalmente.
Estudiante de Ciencias Políticas y colaboradora de la campaña de Bernie Sander, la joven indígena se encuentra en Standing Rock desde el pasado 11 de agosto.
“Sentí que tenía que estar aquí, estamos en el proceso de reconstruir nuestra nación. El gobierno nos ha oprimido siempre, nos han oprimido desde 1492. Ahora estamos recuperando las tradiciones de nuestros antepasandos”, defiende Rendille.
“La profecía dice que la séptima generación va a enfrentar a la serpiente negra. Hace 150 años esa serpiente negra podría haber sido los ferrocarriles, ahora la serpiente negra es el oleoducto” Dakota Acces cuya finalización han impedido los miles de “protectores del agua” que han acudido de todo el mundo a Standing Rock y que pone en peligro a lo largo de todo su recorrido, según los manifestantes, el agua que consumen 17 millones de personas en EEUU.
Ahora los tipis de Standing Rock están asentados siguiendo un patrón con la forma de cuerno de un búfalo, lo que no se hacía así desde hace 150 años.
“Estamos aquí para proteger la naturaleza, tenemos que aprender a reunificar y valorar las reglas que nos ha dado Wakan tanka”, dice la joven refiriéndose a un complejo concepto en idioma lakota que suele traducirse como “el gran espíritu”, “el creador” o “el gran misterio”, pero que haciendo un esfuerzo lingüístico analizando todas las partes que lo conforman vendría a ser “el abuelo que está alrededor cada uno, que también está dentro y que nos ama”.
Rendille explica que al principio de la lucha de Standing Rock contra el oleoducto, “los abuelos, los ancianos, fueron avisados en una ceremonia sobre la mejor estrategia y en la ceremonia de ancianos fueron avisados de que la mejor estrategia ahora es quedarse en paz. Con esta disciplina de paz y oración que se está imponiendo han logrado mantener el camino”.
Otra de las antiguas tradiciones que inspiran el movimiento indígena de Standing Rock es la del ternero de búfalo blanco.
Según esa tradición, un ternero de bisonte albino se convirtió en una joven indígena que fue la que trajo los siete valores fundamentales de las tribus de Norteamérica.
“Son como los 10 mandamientos de los cristianos”, explica Rendille.
El primero de ellos es el que se ejercita en la ceremonia de purificación en “la cabaña del sudor”; el segundo valor es el de poner nombre a los niños; el tercero es la curación, el cuarto, la adopción; el quinto, el matrimonio; el sexto, la búsqueda de la visión; y el sexto es la ceremonia de la danza del sol. Cada uno de ellos tiene numerosas implicaciones.
“En nuestra historia de la creación ella era una especie de mesías que trajo el sistema social. Que además de los siete valores enseñó los utensilios, el arco, la flecha, la pipa sagrada… Estas herramientas son usadas por los hombres pero son provistas por las mujeres. En nuestra cultura hay un balance formal entre hombre y mujeres. Por eso el jefe es un hombre, pero hay un consejo de mujeres, está el consejo de ancianos. En el consejo están los siete fuegos del consejo Oceti Sacowin, que es la gran alianza de todas las tribus Lakota. Cada uno tiene su propio jefe, pero hay un sistema paralelo de mujeres. Es un sistema de vida natural”, defiende la joven.
Uno de los jefes de la confederación Oceti Sakowin es Akicita Hoksida (Chico Soldado) representante para el Gobierno de la Nación Sioux Mdewakanton Dakota.
Akita Hoksida renunció a su ciudadanía estadounidense, tiró su pasaporte, su tarjeta del seguro social y todas las identificaciones federales. Tiene sus propios documentos de identidad, su carnet de conducir, y lleva una copia certificada de la biblioteca del congreso, “que vale sólo 10 dólares”, de los tratados de Laramie que reconocen la soberanía de su pueblo en el territorio de la reserva, por lo que el gobierno federal le tiene que dejar regresar a su tierra y no tiene jurisdicción sobre él incluso si es acusado de un delito.
“¿Quienes son ellos para darnos sus documentos?”, dispara en un inglés vertiginoso Akicita Hoksida. “No necesitamos que nos reconozcan, pero nos tienen que reconocer. Este cuerno es nuestro gobierno. Oceti Sacowin es un país soberano. Tenemos que actuar como que lo es, para que nos reconozcan formalmente. Un paso importante es tener nuestros propios documentos”.
El jefe lakota lo tiene todo muy claro, cita leyes y tratados como si los conociera de memoria. Está lejos de ser aquel indígena ingenuo del que tanto se aprovechó el hombre blanco durante siglos. Habla con seguridad de demandas, entre ellas una millonaria por el uso del nombre Dakota sin que se les pidiera permiso, tanto el gobierno federal como los negocios locales de los hombres blancos.
Tienen numerosas demandas millonarias planificadas, pero necesitan mucho dinero para presentarlas y sostenerlas. “Nos han robado mucho”. Por ejemplo, el petroleo que se transportará por el oleoducto, que va a pasar por sus tierras sin permiso indígena poniendo en riesgo sus recursos de agua, pero que tampoco va a pagar peaje.
Explica que las reservas indígenas deben regresar a gobernarse como lo hacían tradicionalmente, no como les obligó a organizarse el gobierno de EEUU, que les impuso una “estructura corporativa”, donde la familia del jefe se queda con todo, que promociona la corrupción. Las reservas de todo EEUU son territorios paupérrimos con jefes riquísimos. “Los valores, las filosofías cambiaron”.
Esa estructura corporativa facilita al gobierno y las grandes empresas comprar, adquirir, expropiar, exprimir tierras y agotar recursos de las reservas de tal forma que solo se benefician los jefes corruptos, corrompidos fácilmente por adaptarse a las formas empresariales capitalistas del hombre blanco.
La organización tradicional de las tribus no explotaba las tierras hasta agotarlas, como hacen las corporaciones, pero las leyes sobre las reservan obligan a explotar las tierras “al modo blanco, que lo agota todo”.
El jefe nativo menciona a Karl Marx sin temor a que ser acusado de comunista estalinista. Los suyos vivían en un nivel superior a la dictadura del proletariado antes de que Marx y el capitalismo nacieran.
Asegura que el avanzado sistema educativo que Finlandia ha implantado los últimos 12 años para convertirse en el mejor del mundo es una copia exacta de cómo educaban los nativos americanos a sus hijos antes de que llegara el hombre blanco a las Américas.
Sin embargo, el actual sistema educativo de EEUU “es un mecanismo para que los niños acaben en prisión, porque las prisiones son entidades para ganar dinero”.
“Los indios podemos salvar a toda América de la especulación financiera”, defiende el jefe Chico Soldado, que tiene claro que el arma de los indígenas ahora es la palabra.
“Les perdonamos todo lo que han hecho, vamos a tratarnos como amigos y aliados, vamos a negociar, pero como iguales, como soberanos, que no vengan a negociar a tratar de aprovecharse como siempre del indio tonto”. ie
Puedes ver mis crónicas anteriores de Standing Rock en el siguiente enlace:
El concepto anarquista que vence a las adversidades en Standing Rock
Por Iñaki Estívaliz
Standing Rock, 13 diciembre 2016 (SRE/Claridad).- El concepto en el que Piotr Kropotkin (1842-1921) sentó las bases del anarquismo, la ayuda mutua, está sirviendo a los que tratan de evitar la finalización de un oleoducto en Standing Rock para sobrevivir a las extremas condiciones meteorológicas del invierno de Dakota del Norte y a las amenazas del conglomerado corporativo empeñado en desdeñar las energías renovables.
Kropotkin postulaba que la lucha por la supervivencia no debe ser entre los miembros de la misma especie sino para superar los entornos hostiles, para lo cual hay que cooperar. Observando a los pueblos indígenas de Siberia, el príncipe ruso concluyó que no todas las sociedades humanas eran tan competitivas como las europeas, y que la competencia no es algo consustancial al ser humano, sino que se debe a factores culturales.
Miles de “protectores del agua” llegados a la reserva sioux de Standing Rock y representantes de varios cientos de pueblos indígenas de toda América han conseguido hasta el momento evitar la finalización del oleoducto Dakota Acces, al considerar que pone en peligro los recursos acuíferos de los que se nutren 17 millones de personas.
Los activistas estacionados en el campamento Oceti Sakowin viven el concepto de la ayuda mutua sin mencionar, probablemente la mayoría sin conocer, a Kropotkin. La forma de vida que siguen está inspirada en los siete valores de los indígenas Lakota, similar a aquella que el fundador del anarquismo encontró en los nativos de Siberia.
Los siete valores Lakota promocionan la oración, el respeto, la compasión, la honestidad, la generosidad, la humildad y la sabiduría.
En los reglamentos del campamento se reivindica que no es de protesta y que no son manifestantes, sino “protectores” pacíficos. No se permiten las drogas, el alcohol ni las armas.
En el campamento hay una escuela, un centro médico y otro de servicios legales, un cuerpo de bomberos, carpinterías, un camión para filtrar agua, se utilizan energías renovables y se lleva a cabo un programa de reciclaje.
“Tenemos múltiples cocinas que sirven una variedad de comida sana y fresca de la región, especialmente el pan frito típico (…) Muchos de los sub-campamentos tienen sus propias cocinas abiertas a los invitados. Escoja una cocina que le ofrezca la comida que le guste mejor”, se anuncia en los reglamentos del campamento.
“Por favor, siéntase cómodo de pedir ayuda a cualquiera que se encuentre cerca de usted. Cuando usted esté en el campamento, le pedimos encarecidamente que busque las maneras de ayudar a otros. No pase a una persona que necesite ayuda sin haberle ayudado”, se insiste.
Collen es una periodista canadiense, de Montreal, de 34 años, que llegó al campamento “solo para ayudar”.
“Vine porque sentí que es un momento muy importante y quería formar parte de él y ayudar. Quería formar parte de esta unión colectiva”, cuenta a Standing Rock en Español/Claridad.
Confiesa que al principio no estaba segura de venir al campamento, que se lo estuvo pensando cinco días: “no estaba segura si era apropiado, no sabía si iba a ayudar o a ser una carga. Al final decidí venir a ayudar”.
“Ha sido muy inspirador ver el apoyo viniendo de todo el mundo. Me sorprendió la organización, es como una ciudad crecida de la nada. No he formado parte de las ceremonias ni de las acciones del puente”, dice haciendo referencia al lugar donde se han producido los ataques de la policía militarizada del condado de Morton contra los protectores del agua que periódicamente acuden a rezar al lugar donde se ha detenido la construcción del oleoducto.
La Policía ha tratado de disuadir a los protectores del agua con cañones de agua a temperaturas bajo cero, con granadas de gas pimienta, perros y proyectiles antidisturbios que se han cobrado cientos de heridos, algunos de ellos de gravedad.
Conforme avanza el invierno, los enfrentamientos con la policía han disminuido, pero las temperaturas han bajado y se han sucedido varias tormentas de nieve y viento que están dificultando seriamente la supervivencia en el campamento.
“Casi todo el tiempo he estado en la cocina. Nunca me he preocupado de la temperatura, solo un poquito de lo que iba a hacer, pero desde que estoy aquí se despejaron todas mis dudas. Todos los días llega gente con donaciones de comida, llega gente a arreglar las estufas, a asegurarse de que todo esté bien”, cuenta Collen.
“Todo el mundo pone sus capacidades al servicio de los demás. Si necesitas algo para ti o para los demás, vas a encontrar la ayuda fácilmente”, añade.
Alguien tose y en seguida alguien aparece con un caramelo contra la tos.
Peter se acaba de graduar de Inglés de la Universidad de Texas y también trabaja en la cocina All Relations con Collen. Tampoco ha participado de las ceremonias indígenas ni de las acciones en el puente.
“A nadie le gusta lavar los platos, así que yo vine a lavar platos y a hacer lo que haga falta”, defiende.
Vicente llegó desde California con un cargamento de suministros con la intención de quedarse solo un fin de semana. Trabaja cortando leña y llevándola allí donde se necesita. Ayuda a montar y desmontar tipis y casetas de campaña. Siempre está pendiente de todo el mundo y buscando dónde puede ayudar. Lleva dos semanas en el campamento y no sabe cuánto tiempo se va a quedar. Al llegar se le perdieron las llaves de su vehículo. “La gente me dice que los espíritus se quedaron mis llaves para que me quedara. Al principio me puse muy nervioso, pero como con lo que me decía la gente me calmé. Me van a enviar las llaves desde mi casa. No sé cuánto tiempo me voy a quedar, pero en lo que llegan las llaves que le han enviado desde su casa en California se va “a quedar ayudando aquí. Me encanta la idea de tanta gente viniendo de todas partes protegiéndose unos a otros para defender algo que es para todos. Lo que está pasando aquí es histórico”.
Muchos ven el movimiento de Standing Rock como un despertar de los pueblos indígenas de toda América.
Vicente asegura que ha tenido experiencias extraordinarias. Un día vio a un jefe nativo de Alaska y sintió la necesidad de presentarse. A las pocas horas conoció a una mujer, también de Alaska, indígena pero que había perdido sus raíces y el contacto con su gente. La mujer había llegado a Standing Rock buscándose a sí misma. Vicente, narra emocionado, los presentó a ambos y resultó que eran de la misma tribu y la mujer se deshizo en lágrimas.
Aprendiendo en el campamento sagrado
Por Iñaki Estívaliz
Standing Rock, Diciembre, 2016 (Especial para En Rojo de Claridad/SRE).- Uno de los genocidios más ignorados en la historia de la humanidad, y que llega hasta nuestros días, es el de los aborígenes australianos. Cuando los ingleses desembarcaron en Australia, en 1777, la declararon “terra nullius” (tierra de nadie, tierra sin habitantes humanos), a pesar de que había cerca de un millón de aborígenes. Los cazaron como animales. Ya en el siglo XX, el gobierno australiano robó varias generaciones de niños para darlos en adopción a familias o instituciones religiosas, muchos fueron tratados como esclavos, y los menos oscuros, como mayordomos y amas de llaves; los metieron en campos de concentración; los alejaron de la población blanca en reservas aisladas; y ahora los matan con azúcar.
En 2008, el primer ministro de Australia, Kevin Rudd, pidió perdón a los aborígenes por el dolor y el daño causados en el pasado. Su discurso fue recibido con gritos de alegría y lágrimas por millones de australianos que lo siguieron en directo por televisión desde pantallas colocadas en parques y edificios públicos.
«Hoy honramos a los pueblos indígenas de estas tierras, la cultura existente más vieja de la historia de la humanidad (…) Reflexionamos, en particular, sobre el maltrato a los que fueron de las generaciones robadas, este capítulo manchado de la historia de nuestra nación», expresó el primer ministro australiano.
Muchos australianos entonces exhortaron a que en la disculpa oficial se incluyera la palabra “genocidio” considerando que la separación de los niños aborígenes de sus familias, política que se llevó a cabo formalmente entre 1910 y 1970, fue una crueldad institucional consciente con el objetivo de “erradicar la raza aborigen”. Rudd instó a la oposición conservadora, que se había negado hasta entonces a pedir disculpas a los aborígenes, a combatir los problemas que aún sufren los indígenas, como el bajo nivel de escolarización de los niños, las malas condiciones sanitarias, el alcoholismo, el difícil acceso al mercado laboral y a viviendas dignas.
Patricia Villegas es una colombiana de sangre mapuche que me encuentro en el campamento Sacred Stone. Ella vivía en Australia, antes de llegar para quedarse en Standing Rock, ayudando a mejorar las condiciones de vida de la nación aborigen Woomera en la comunidad Yarrabath, en el noreste del país austral. Las condiciones de pobreza y aislamiento de esos indígenas australianos siguen siendo extremas en el siglo XXI.
La civilización llega en forma de veneno azucarado dentro de latas y botellas de refresco. Patricia ayudaba a Djungan, representante de la nación Woomera, en un proyecto de agricultura orgánica y alimentación para esa comunidad, que se desangra principalmente por defunciones por diabetes desatendidas. Djungan logró una victoria en los tribunales contra las compañías distribuidoras de refrescos para evitar que las máquinas expendedoras de sodas fueran la única opción alimentaria económica en la comunidad. En kilómetros a la redonda, lo único que se podía comprar a un precio razonable eran los refrescos. Las máquinas expendedoras estaban en todos los edificios públicos y en todas las esquinas. Gracias a una orden judicial tras la batalla legal de Djungan, ahora solo hay máquinas expendedoras, muchas menos que antes, en el cuartel de la Policía; y ahora hay un mercado de comida orgánica. Pero las compañías de refrescos no se dieron por vencidas y en la actualidad pagan a familias para que tengan las máquinas dentro de sus casas y dejen las puertas abiertas. Se había restringido solo la instalación de esas máquinas en lugares públicos. Un camión de refrescos acude a cada poco y sin parar el motor vende los refrescos en el centro del pueblo y se va antes de que pueda ser considerado un establecimiento prohibido. Ya no hay tantas máquinas expendedoras, “pero la gente sigue muriendo por el azúcar”, lamenta Patricia.
El día que conocí a Patricia yo había pasado muy mala noche de conflictos interiores profesionales y una mañana de desencanto en el casino de Standing Rock.
Llevaba diez días escribiendo crónicas sobre la lucha de los protectores del agua, que hasta el momento han logrado detener, a fuerza de resistencia pacífica y plegarias, la finalización del oleoducto Dakota Access, siempre destacando las cosas positivas y obviando las negativas. Había descrito un panorama idílico. Sin arrepentirme de lo que había reportado en mis crónicas, temía ser considerado un periodista ingenuo y enamoradizo. No había escrito sobre la confusión que existe entre el liderato de todo el movimiento. Había un jefe oficial de la reserva, un consejo de ancianos, los jóvenes que lo habían iniciado todo, los blancos solidarios que habían acudido al llamado y que no siempre se comportaban siguiendo la filosofía lakota de ayuda mutua, respeto y humildad. Y parecía que cada grupo estaba por su lado.
Aunque era admirable la organización de los equipos médicos, de seguridad, de construcción, de bomberos y las cocinas, no dejaba de ser un ambiente a menudo caótico que parecía una película de Mad Max en la nieve. Las donaciones de ropa, gas, madera, estufas y comida, parecía que había de más por todas partes. Sin embargo, no siempre había comida, o no era de la mejor, en las cocinas, y en muchas tiendas de campaña y tipis se pasaba frío.
No quería hablar de estas cosas, un solo día sin que llegaran suministros podría ser letal, y trataba de no perjudicar a la noble causa de los protectores del agua.
El esfuerzo de los voluntarios que durante toda la noche a temperaturas de congelación inmediata van caseta por caseta, tipi a tipi, revisando que todo el mundo estuviera bien; el trabajo del equipo médico que atiende sin descanso durante días y días; la labor incansable de los que trabajaban en las cocinas; la ilusión de los que dedican 22 horas al día, gran parte de los acampados en Standing Rock, a ayudar a los demás con una sonrisa; no se merecían la mínima crítica.
Se rumoreaba que había habido varias muertes, no en los campamentos, pero relacionadas: un conductor que se dirigía a Standing Rock con un grupo de protectores del agua habría muerto al atropellar a un ciervo con el vehículo en el que viajaban; y un doctor exhausto del trabajo en Oceti Sakowin habría fallecido en la gasolinera del casino cercano de un paro cardíaco. Pero solo eran rumores sin confirmar. Y que confirme algo el equipo de prensa en Standing Rock es complicado.
Yo había trabajado en la remota selva del Darién, en la frontera de Panamá con Colombia; en la ártica Islandia tras la crisis económica; y en Venezuela inmediatamente después de la muerte del presidente Hugo Chávez; y ninguna de esas coberturas habían sido la mitad de duras que esta de Dakota del Norte.
La norma es estar a bajo cero grados. Se camina sobre resbaladizas pistas heladas o con nieve hasta las rodillas. En dos ocasiones, tuve que pedir ayuda con síntomas de hipotermia para no acabar de congelarme. Me pasaba el día buscando a la gente con la que me había citado el día anterior para entrevistar, y nunca conseguía a nadie de los que tenía previsto. Para escribir y transmitir mis crónicas debía llegar al casino, que esta 14 kilómetros, haciendo dedo. Un día completo, cuando retiraron todos los retretes portátiles alquilados y todavía no se habían establecido las letrinas de composta, me lo pasé buscando un sitio donde evacuar mis residuos orgánicos sólidos.
Cada vez que entraba o salía de una caseta de campaña, tipi o yurta mongola, mis espejuelos se empañaban y no veía absolutamente nada. Bregar con tanta ropa no era fácil para mí después de haber pasado los últimos 16 años viviendo en Puerto Rico. Me desesperaba con la inabarcable cantidad de bolsillos en la ropa y el gran número de artículos que transportaba. Nunca sabía dónde había puesto el encendedor, los cigarrillos, el bolígrafo, las gafas protectoras, la libreta, el celular, la linterna de mano, la linterna de la frente, las almendras, la navaja o aquel papel donde apunté ese número tan importante de teléfono.
Algunos amigos me habían recomendado que para la cobertura en Dakota del Norte llevara condones, que nunca se sabe y en situaciones extremas de frío los cuerpos calientes tienden a acercarse.
Pero yo lo más parecido al sexo que había tenido durante diez días había sido mis relación con mi celular y con mi encendedor. Ninguno de los dos funcionaba sin que los llevara pegados al pecho o cerca de algunas de las partes más cálidas de mi cuerpo. Cuando los sacaba a la intemperie, no había manera de que se prendieran sin que les hiciera frotamientos que a veces me parecían obscenos. A 15 grados bajo cero, si quería sacar una foto con el celular, tenía que hacerle un vigoroso masaje en la espalda al aparato. Si quería encenderme un cigarrillo le tenía que hacer una pajita al encendedor para que entrara en calor y me regalara su llama.
Aquel día me había empezado a rendir. La cobertura me estaba venciendo. No encontraba la manera de ser honesto conmigo como profesional sin perjudicar a una causa con la que me sentía y me siento identificado al cien por cien.
La noche anterior no había podido regresar al campamento porque terminé de escribir y transmitir tarde desde el casino y no encontré quien me llevara de vuelta. Los acampados en el campamento que quedaban en el casino se emborrachaban en el bar. Me dolió tener que pagar otra noche en una habitación del casino con mi presupuesto menguado. No disfruté de la borrachera como en otras coberturas aunque en esas lides siempre un periodista encuentra las mejores historias para contar. Me parecía que todos los que bebíamos en el casino estábamos traicionando la causa, el futuro.
A la mañana siguiente, me costó varias horas encontrar a alguien que quisiera llevarme al campamento y me sentía desilusionado y triste. Me había quedado desde mi llegada en el campamento Oceti Sakowin, el principal que llegó a albergar, en el momento de mayor población, a unas 10,000 personas.
Un matrimonio de Dakota del Sur se ofreció a llevarme al Oceti Sakowin aunque ellos iban al Sacred Stone (Piedra Sagrada), donde empezó todo el movimiento de los protectores del agua.
A mí no me había llamado la atención el campamento Sacred Stone por los comentarios que muchos protectores del agua me habían hecho desde que llegué. Según la gente del Oceti Sacowin, en el Sacred Stone estaba la gente más flipada, les llamaban despectivamente los locos del “Burning Man (El Hombre en Llamas, festival de siete días que se celebra en Nevada)” o del “Sacred Stoned (Sagrado Drogado)”.
Decidí visitar el campamento Sacred Stone y resultó ser la mejor decisión que tomé en mis dos semanas de cobertura de Standing Rock. El campamento donde se encendió el primer fuego sagrado contra el oleoducto Dakota Access es mucho más pequeño que el Oceti Sakowin y apenas hay tiendas de campaña o estructuras modernas. La mayoría de los alojamientos son tipis y yurtas. Estas últimas sin casas mongolas que son más bajas pero más amplias y confortables que los tipis y que se han generalizado en los campamentos de Standing Rock. El blanco de la nieve no está sembrado de suministros mal administrados, residuos por recoger o tiendas de campaña modernas abandonadas a diestra y siniestra como en el Oceti Sakowin. Se respira otro ambiente, más calmado, más espiritual.
Acudí a unas de las cocinas del campamento a buscar alguien que hablara español que me pudiera servir de traductor, ya que mi inglés sigue dejando mucho que desear.
Al final de una fila de personas que se afanaba en distintas tareas en la cocina, una muchacha de facciones indígenas, con negras trenzas largas sobre los hombros, ojos llenos de vida y una sonrisa generosa y acogedora, se ofreció a traducirme y presentarme a quien necesitara con ilusión desprendida.
Comencé a caminar por las nubes acompañado de la belleza interior y exterior de Patricia, que se manifestaba a mi lado como una deidad terrenal que al instante calmó todas mis inquietudes de las últimas horas. Yo trataba de no ser un periodista enamoradizo. Lo he tratado siempre. Todavía lo estoy tratando.
Cuando me habló de su trabajo con los aborígenes australianos de la nación Woomera sentí que ya solo por conocer esa historia y escribirla, había merecido la pena el esfuerzo de llegar y estar en Standing Rock.
Caminando por el cielo del campamento Sacred Stone, Patricia me hizo entender que es normal que no todo sea perfecto en Standing Rock, que los protectores del agua están aprendiendo sobre la marcha a vivir de una manera más acorde con la naturaleza, “aprendiendo a ser humanos otra vez”, “aprendiendo el respeto a la vida, a la tierra, al fuego, al aire, al agua y a los demás”.
Mi primera noche en Standing Rock me invitaron a participar en una ceremonia de Inipi o Temazcal. Traté de explicar con mis escasos conocimientos la extraordinaria experiencia (Ver primera crónica: Ceremonia en Standing Rock).
Patricia me explicó que esa ceremonia es la más antigua que se conoce y que es común a todos los pueblos indígenas del planeta. Con pequeñas diferencias, esa comunión con nuestro interior, los espíritus y el creador es todavía o fue celebrada por indígenas de todos los continentes. Una de las interpretaciones de las piedras incandescentes que van de la hoguera a la cabaña del sudor es que se trata del Sol haciéndole el amor a la Tierra. Sinceramente emocionado, bromeé para mis adentros que mi relación con el teléfono y el mechero no había sido el único sexo que yo había tenido en Standing Rock.
Patricia me llevó a conocer a Roberto para que me explicara cómo empezó todo. Roberto Eder, un Dakota Lakota de nombre nativo Cante Chitika (Corazón Valiente), de 64 años, estaba recostado en la cama de su yurta rodeado de jóvenes que le llamban Uncle Robert (Tío Roberto) y le pedían consejo de todo tipo. El gurú resolvía las preguntas y disputas entre los jóvenes protectores dejándolos hablar. Él apenas decía nada. Dejaba que los jóvenes se expresaran y encontraran la solución a sus problemas por sí mismos.
Cuando Patricia nos presentó, se incorporó, me animó a sentarme junto a él y me recordó la profecía Lakota de las siete generaciones que vaticina el día en el que las tribus volverán a estar unidas (Ver crónica “La profecía de Caballo Loco que se cumple en Standing Rock).
Narró cómo el pasado primero de abril un grupo de jóvenes lakota llegaron a esas tierra montados a caballos y con banderas a orar en solidaridad por otras reservas indígenas en las que se habían producido derrames de petróleo de los oleoductos que atraviesan el país. A Standing Rock pronto llegaría la construcción del oleoducto Dakota Access y ese grupo de jóvenes indígenas rechazaba que en la reserva de Standing Rock pasara lo mismo que en otros de los territorios a los que habían sido relegados los nativos en lo que es hoy Estados Unidos.
Eran jóvenes que se habían negado a aceptar los trabajos que la compañía petrolera les había ofrecido y alegaban que el dinero que la empresa había destinado a paliar futuros derrames era insuficiente.
El terreno en el que realizaban sus plegarias pertenecía a LaDonna Toro Bravo Allard, que adoptó la lucha de los jóvenes como suya y comenzó a adiestrarlos en liderazgo. El mensaje de que el agua y el medio ambiente son más importantes que el dinero de la compañía petrolera se comenzó a extender.
Fueron a Washington a reivindicar la tierra sagrada de los Lakota, el medio ambiente en general y los derechos de los indígenas. Entonces se encendió el primero de los fuegos que aviva las reivindicaciones de los protectores del agua. Pidieron ayuda de activistas de todo el país que tenían experiencia en protestar contra los oleoductos. Los campamentos comenzaron a crecer.
Tío Roberto defiende que desde el principio y durante todo momento los protectores del agua han expresado su oposición al oleoducto de manera pacífica. Plantaron sus tiendas de campaña, tipis y yurtas en el trayecto de la tubería y periódicamente acuden a celebrar ceremonias espirituales a las barricadas levantadas por la compañía Energy Transfer en una de las carreteras que unen los campamentos con la población de Bismarck, mayoritariamente blanca y que había evitado anteriormente, por las quejas de los vecinos, que el oleoducto pasara por sus cercanías.
“Todos los enfrentamientos siempre han sido con oración” por parte de los protectores del agua, insiste Tío Roberto, que lamenta que las autoridades hayan respondido a las plegarias con perros, chorros de agua en temperaturas bajo cero, proyectiles antidisturbios y arrestos.
Las autoridades, defendiendo los intereses de la compañía, han usado “toda la tecnología de la violencia” a su disposición y a mercenarios de dudoso currículo contra los defensores del agua, entre los que se encuentran muchas personas de edad avanzada, jóvenes y niños.
A pesar de que recientemente la administración de Barack Obama denegó el permiso de paso a la compañía para construir en la ruta prevista, en Standing Rock aseguran que con la llegada de Donald Trump, que tiene intereses en el proyecto, a la Casa Blanca el próximo enero, esa decisión quedará en papel mojado. Además, ahora no se trata solo del oleoducto Dakota Access, se trata de reivindicar las energías renovables y los derechos de los indígenas de todo el planeta.
“No nos vamos a ninguna parte. Esta guerra, de oraciones por nuestra parte, no ha acabado. El agua es la vida. Mni Wiconi. No podemos permitir que destruyan el agua. Ese es el legado que vamos a dejar a nuestros hijos. El mundo entero se está levantando para esta lucha. El dinero no debe mandar sobre el agua en ninguna parte”, subraya Tío Roberto enrolando un cigarrillo de planta medicinal.
Fumo.
Le digo que quería hacerme el tatuaje de los protectores del agua, pero que me he percatado de que ya tengo un amuleto del agua grabado en la piel. Le cuento que cuando llegué a Puerto Rico hace 16 años me tatué en la espalda a Atabex, Atabeira, la madre taína de las aguas, la diosa de los nacimientos y del fluir en la vida. Le enseño mi tatuaje.
“Te puedes hacer también el de Mni Wiconi. Ve donde mi sobrino Damián y di que vas de parte mía. Cuéntale tu historia de Puerto Rico, cuéntale de los taínos y de la madre del agua”, me animó.
Le dijo a Patricia que se acercara y le dio una gran moña de planta medicinal para que se la obsequiara como intercambio por mi tatuaje a su sobrino.
Bajo los efectos del cigarrillo de planta medicinal salí con Patricia de la yurta al mar blanco de nieve y tipis adornados con pinturas indígenas. Un perro lobo jugaba en el camino. Brillaba el sol en la pradera nevada. El cielo estaba de un apacible azul celeste. Respiré profundamente.
“Tranquilo, todo está bien”, me dijo Patricia. Y fuimos a buscar a Damián.
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CUENTO DE NAVIDAD
Desconfiando del Sr. M
Por Iñaki Estívaliz
Pongamos que esto nunca sucedió, que es una invención, que los personajes que aparecen en este relato nunca existieron y que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Digamos que es un cuento. Imaginemos un lugar recóndito de los Estados Unidos de América donde las temperaturas aquellos días previos a la Navidad oscilaban entre los 17 grados bajo cero y los menos 23, que con viento se sentían como menos 55. Raro era el espacio que no estaba cubierto por varios pies de nieve, la brisa más tímida se sentía en la cara como navajazos y la narices eran un fluir constante de mocos transparentes que se congelaban sobre el bigote como estalactitas. Podría ser en Dakota del Norte aquella vez que por poco se acaba el mundo.
El Sr. I trataba de regresar a Boston con sus hijos, S y E, después de haber cubierto como periodista unas protestas de tribus indígenas contra un oleoducto. Los nativos de la nación sioux habían conseguido que otros pueblos indígenas del continente y el resto del planeta acudieran a su llamada para combatir pacíficamente a la serpierte negra de la profecía de Caballo Loco. Los pueblos originarios habían conseguido detener el avance de la culebra tóxica que ponía en peligro el agua de la región y, por extensión, la vida en la Tierra.
El Sr. I había tenido experiencias extraordinarias en los campamentos de Standing Rock, donde había visto cómo personas de todas las razas, edades y procedencias hacían frente con humildad, solidaridad y plegarias a las adversidades de las temperaturas extremas en la pradera helada y a las agresiones de las compañías del petróleo, que estaban a punto de destrozar el planeta definitivamente.
El Sr. I se había enamorado de esa nueva sociedad naciente que recuperaba los valores ancentrales de los seres humanos que sabían vivir en armonía con la naturaleza. El Sr. I se había enamorado muchas veces aquellos días de frío y ayuda mutua, de sacrificio y esperanza.
Pero ahora el Sr. I trataba de llegar a Massachusetts antes de Navidad y solo encontraba obstáculos en su camino. El Sr. N y la Sra. L lo habían ayudado a llegar desde el casino Los Caballeros de la Pradera, de la reserva sioux, hasta el aeropuerto de Bismarck, y la Sra. A lo llevó del aeropuerto a la estación de autobuses, donde comprobó que se habían cancelado los viajes a Fargo, desde dónde salía su vuelo hacia Boston, pasando por Chicago, hasta nuevo aviso.
La Sra. A, antes de continuar su marcha camino de Texas y después de compartir historias e inquietudes, llevó al Sr. I hasta un motel barato.
Al Sr. I le quedaban 33 dólares en el bolsillo y su tarjeta de débito, la única que tenía, estaba en números negativos.
En el grupo de Facebook Standing Rock Rideshare, la Sra. H le comunicó al Sr. I que su marido, el Sr. M, viajaría en su propio vehículo ese día de Bismarck a Fargo.
Por mensajes de texto, el Sr. M le comunicó al Sr. I que llegaría al motel en 20 minutos. Dos horas después, el Sr. I seguía esperando en el vestíbulo del motel.
El Sr. I estaba intranquilo con la larga espera y se preocupó todavía más cuando descubrió que el Sr. M no era uno de los solidarios protectores del agua de Standing Rock, sino que parecía un buscavidas que viajaba de un extremo a otro de EEUU con dudosas intenciones.
El Sr. M llegó al motel, donde lo esperaba el Sr. I, en un Chevrolet Impala de 1996 destartalado, blanco pero con varias partes improvisadas de la carrocería marrón.
El Sr. I se preguntó cómo aquel vehículo había podido llegar de un tirón desde Las Vegas y cómo el Sr. M podía estar tan loco de pensar que podía llegar hasta Seatle.
El Sr. M era un joven negro de unos treinta años, 12 años más joven que el Sr. I. Vestía unas botas recien compradas para la nieve, patalón militar de camuflage y una parca con capucha de piel de roedor que le cubría la cara casi por completo. El Sr. I no pudo verle la cara claramente al Sr. M hasta más avanzado el viaje. El Sr. M se movía con nerviosismo huidizo.
El Sr. I era español, había vivido 16 años en Puerto Rico y tenía bastante limitaciones con el inglés. El Sr. M hablaba un inglés de gueto incomprensible para el Sr. I. Se somunicaban casi mejor con las pocas palabras que el Sr. M sabía en español.
El Impala no tenía calefacción y al Sr. I casi se le vuelven a congelar los dedos de los pies en las poco más de tres horas que duró el viaje entre Bismarck y Fargo.
El Sr M llevaba las llaves del Impala en un manojo de unos 15 llaveros que eran recuerdos de las ciudades que había visitado. El Sr. I pensaba en algunos momentos de pánico que eran souvenirs de sus asesinatos pasados.
El Sr. I era un hombre confiado que había viajado a una docena de países creyendo en que el hombre es bueno por naturaleza y que siendo respetuoso y humilde se puede llegar a todas partes sin grandes problemas. Presumía de que nunca le había pasado nada malo confiando en la gente, en los desconocidos que se encontraba en el camino. Pero ahora en Dakota del Norte, de vuelta a casa por Navidad, se sentía inseguro y desconfiaba del Sr M. Se enojaba consigo mismo constantemente por imaginar a cada paso historias escabrosas en las que él era la víctima.
Poco antes de llegar a Fargo, el Impala se estaba quedando sin gasolina y pararon en una estación de servicio para repostar. El frontal del carro y los laterales del vehículo estaban amurallados con estalactitas de hielo. El Sr. I no quiso ir a orinar, a pesar de necesitarlo, temiendo que el Sr. M lo dejara allí y se fuera con sus cosas. El Sr. I le dio sus últimos treinta y tres dólares al Sr. M lamentando que era todo el dinero que le quedaba. El Sr. M cogió treinta y le devolvió tres preguntándole si quería que lo invitara a un café y ofreciéndole sus cigarrillos.
El Sr. M parecía un buen tipo. Pero estaban en medio de ninguna parte, y el Sr. I no lo entendía bien, no tenía dinero y estaba ansioso por llegar a su destino. Desconfiaba. Se sentía mal por desconfiar, pero no podía dejar de hacerlo. En Standing Rock había participado en ceremonias indígenas que lo habían reconciliado con el género humano. El primer día de su llegada le habían regalado una pulsera amuleto elaborada por un chamán peruano. Se había sentido protegido durante toda su estancia en la pradera helada, pero ahora flaqueaba.
Perdieron el rumbo en un par de ocasiones antes de llegar a Fargo y en cada ocasión, el Sr. I pensaba que el Sr. M le iba a hacer algo malo. Cuando encontraban el camino correcto, el Sr. I se sentía ridículo por estar desconfiando tanto, pero al poco no podía dejar de desconfiar de nuevo.
El Sr. M compartía sus cigarrillos con el Sr. I. El Sr. I compartía un pedazo de queso y otro de chalchichón con panecillos con el Sr. M. El Sr. I cortaba con una pequeña navaja rebanadas de queso y salchichón que le pasaba al Sr. M con un panecillo mientras este conducía el Impala desvencijado y adornado de estalactitas. El Sr. M se lo comía todo de un bocado. El Sr. I encendía los cigarrillos que fumaban a medias.
Eran desconocidos hermanados por las circunstancias y la carretera. Apenas se cruzaron con otros vehículos durante casi tres horas. A veces la carretera era una pista de hielo. A menudo la sensación era de estar en medio de ninguna parte y lejos de todo. Hacían chistes que no siempre los dos entendían. Pero siempre se reían los dos. El Sr. I se sentía agradecido, pletórico, en algunos momentos. En otros momentos estaba a punto de entrar en pánico pensando que el Sr. M podría ser un asesino en serie. En esos momentos, el Sr. I se torturaba pensando que estaba traicionando sus principios, reafirmados en Standing Rock, al desconfiar tanto de su nuevo hermano, el Sr M.
Llegaron a Fargo por la noche. El avión del Sr. I salía al día siguiente. Una amiga del Sr. I, la Sr. Z, le había reservado y pagado una habitación en un motel de la cadena Super 8. El Sr. M le pidió al Sr. I que le dejara descansar en la habitación durante unas horas, que no había dormido en más de dos días, y que le quedaba todavía mucho viaje hasta Seatle.
Al Sr. I no se le pasó por la cabeza ni un segundo el decirle que no al Sr. M. Negarle cobijo a un necesitado no entraba en su concepción del mundo, independientemente de que fuera cerca del día de Navidad. Pero le preocupaba más de la cuenta, aquella vez, que lo cogieran de pendejo con dramático resultado.
No hay problema, le dijo el Sr. I al Sr. M. Lo único que no sé es cómo lo vamos a hacer con la gente que trabaja en el motel. No estoy acostumbrado a quedarme en hoteles y no sé cómo va esto de que alguien más se quede en la habitación de uno cuando se ha pagado por un solo adulto. No quiero que le cobren de más a mi amiga, que tan generosamente me ha pagado la habitación.
No te preocupes, contestó el Sr. M, yo me he quedado en hoteles de todo el país, yo soy tu invitado que voy a verte un rato, ellos no tienen por qué saber que me voy a quedar a dormir. Además, la gente que trabaja en los Super 8 comprenden y no dicen nada.
Que el Sr. M conociera tan bien a los trabajadores de los hoteles de todo Estados Unidos le preocupaba todavía más al Sr. I. El Sr. I no se consideraba racista y trataba de ejercer su no racismo activamente. Pero el Sr. M a veces le parecía el estereotipo de tipo malo de película y no se atrevía a preguntarle a qué se dedicaba y por qué viajaba tanto. A lo mejor estaba huyendo.
El Sr. I le pidió al Sr. M que por favor no fumara en la habitación y que no hiciera ningún estropicio. Pero el Sr. M no paraba de salir y entrar de la habitación, y al Sr. I le parecia muy raro. Cada vez que el Sr. M salía de la habitación, el Sr. I iba al cuarto de baño a comprobar que todavía estaba el secador de pelo y contaba las toallas. El Sr. I trabajó en un reportaje sobre Standing Rock hasta entrada la noche. Cuando terminó, el Sr. M le enseñó un termo de café. En el interior del termo había media libra de moñas de marihuana.
Claro, pensó el Sr. I, por eso viaja tanto el Sr. M, porque se dedica a traficar con drogas por Estados Unidos. Pero no le quiso preguntar. Sin embargo, el Sr. I y el Sr. M bajaron al aparcamiento y se metieron en el viejo Impala blanco y marrón con barbas de hielo a fumarse un moto de marihuana.
El Sr. M le pidió al Sr. I que le contara qué loquera era esa de Standing Rock. El Sr. I habló durante una hora y le enseñó fotos de cuando 3,000 veteranos de guerra estadounidenses pidieron perdón a la nación lakota por las masacres del general Custer, de cuando hombres blancos recibieron sus plumas de águila y de las ceremonias en las hogueras, hasta que el frío les hizo regresar a la habitación.
Yo conocí una vez a un indio que cantando era capaz de despejar el cielo de nubes, dijo el Sr. M.
Te creo, dijo el Sr. I.
El Sr. I durmió de un tirón toda la noche, con su cartera en un calcetín, a pesar de que temía pasarse la noche en vela pendiente de los movimientos del Sr. M.
Al día siguiente, el sol brillaba sobre la nieve y volvieron a fumar marihuana en el Impala. Pero ahora el Impala necesitaba aceite y el Sr. M quería ir al pueblo a buscar un taller a que revisaran el vehículo.
Por favor, déjame en el aeropuerto, me han pasado muchas cosas en este viaje y quiero estar tranquilo ya allí. Necesito ver a mis hijos, se puso dramático el Sr. I.
El Sr. M estuvo de acuerdo en parar en una gasolinera de camino al aeropuerto y echarle allí el aceite al Impala, del que calleron pedazos de la carrocería cuando abrimos el capó.
El Sr. I seguía desconfiando. Cuando el Sr. M entró en la gasolinera a comprar el aceite, el Sr. I no pudo evitar pensar que todo se trataba de atracar a mano armada la estación de servicio. Fueron unos minutos de angustia. El Sr. I se imaginó rehén, tiros, sangre, cómplice, cárcel, corredor de la muerte.
Cuando el Sr M salió de la tienda de la gasolinera sonriente y desarmado, con un bote de aceite en la mano, el Sr. I respiró tranquilo y se llamó gilipollas a sí mismo.
De camino al aeropuerto volvieron a perderse. Estaban, de nuevo, en medio de ninguna parte. Transitaban por un camino de gravilla en medio de la pradera nevada. No se veía ninguna señal de civilización en ninguna dirección. El Sr. M estaba seguro de que el aeropuerto estaba en dirección oeste. El Sr. I defendía con vehemencia que el aeropuerto esta en dirección este.
Discutieron casi a gritos. El Sr. I, de nuevo víctima de un ataque de pánico, pensando que había llegado el momento en el que el Sr. M lo iba a cortar en pedacitos, le pidió que lo dejara allí mismo, que caminaría solo hasta donde quiera que estuviera el maldito aeropuerto de Fargo.
El Sr. M, que no tenía por qué aguantar la desconfianza del Sr. I, que no tenía por qué llevarlo si quiera al aeropuerto, dio muestras de una inagotable paciencia y humildad.
Los dos tenían razón. Siguieron hacia el oeste y encontraron un aeropuerto, pero era municipal, y el Sr. I buscaba el internacional, hacia el este.
Cuando finalmente llegaron al aeropuerto internacional Hector de Fargo, el Sr. I le pidió disculpas por tanta desconfianza al Sr. M.
El Sr. I llevaba una bandera de Puerto Rico que le había dado la Sra. Z con la petición de que la gente de los campamentos de Standing Rock se la firmaran de recuerdo.
¿Me dejas firmar tu bandera de Puerto Rico?, le preguntó el Sr. M al Sr. I a la entrada del aeropuerto.
Claro, hermano, aquí la tienes, firma y escribe lo que quieras. Me siento el tipo más afortunado del mundo porque la vida me ha regalado conocer gente como tú, le dijo el Sr. I al Sr. M.
Yo también soy un tipo afortunado porque conozco a gente como tú, respondió el Sr. M al Sr. I.
Y los nuevos amigos se fundieron en un abrazo arropados por la badera de Puerto Rico en el interior de un Impala desvencijado a la entrada de un aeropuerto en un lugar perdido del profundo Estados Unidos poco antes de aquella Navidad. ie
REGRESANDO A STANDING ROCK