1. Mis primos
Por Iñaki Estívaliz
Enviado especial al Medio Oriente del periódico Claridad de Puerto Rico y la Revista Cáñamo.
Beirut, 3 de enero de 2025.- Para mí la palabra damasco siempre ha tenido una profunda capacidad evocadora. Me transporta a “Las mil y una noches”, especialmente a “El cuento de Attaf» y su “casa de la sabiduría”, que era su biblioteca, donde se refugiaba durante sus aventuras siglos antes que se hiciera capital el uno de enero de 1944 de lo que conocemos como Siria.
Pero la palabra damasco más sugerente y que me transporta a mi niñez es el término en plural, y viajo al pasado recordando cómo mis primos y yo robábamos damascos inmaduros en los huertos de la Chipiona de la transición. Nos dolería luego la barriga, pero merecía la pena la aventura a esa edad.
Tenían que ser verdes porque amarillos los recolectaban los dueños, y si no lo hacía, los damascos estaban demasiado maduros, caían al suelo y los picoteaban las palomas y las ratas. También me he comido muchos damascos y dátiles quitándoles la mitad que habían mordido esos roedores con o sin alas.
Para mí es una palabra grande, sugerente y hermosa como los “duraznos” que conocí en los libros de Gabriel García Márquez.
Siempre que escucho la palabra durazno me entran ganas de leer realismo mágico latinoamericano.
Los árboles de estos frutos son parientes en la familia de las rosaceae. Sus frutos conforman una drupa típica de pulpa carnosa con un hueso duro en el centro como el melocotón, que es el abusador de la familia, de piel de finos filamentos como el algodón y menos romántico. Al damasco también se le llama por el divertido y más conocido nombre de albaricoque.
Ahora que estoy en Beirut, tras un eterno y accidentado transbordo en Estambul, haciendo gestiones para viajar a Damasco mañana o pasado, no puedo evitar acordarme de uno de los muchos días de juegos independientes por toda Chipiona de mi infancia.
Era costumbre de los niños de Chipiona, como la de entrar a cualquier bar a pedir agua cuando estábamos sedientos y nos la daban en un vaso limpio con algún gruñido o nos señalaban el botijo del final de la barra.
Normalmente las maldades las hacíamos el primo Carlos, un año menor que yo, con el que saltábamos de azotea en azotea como preparándonos para ser atletas o soldados. Nos encantaba invadir casas abandonadas, a menudo en ruinas, donde siempre había una habitación que apestaba a heces y que, mezcladas entre escombros, se esparcían hojas de páginas de revistas porno pegajosas de lo que nos hacía mayor: semen bellaco..
También nos metíamos los días feriados a las casas en construcción, donde jugábamos a ser constructores o forajidos escondidos. Cuando nos entraban ganas de cagar, hubo un invierno que cogimos la costumbre de desahogarnos en los cascos blancos de construcción de los arquitectos y delineantes. Siempre tuve una profunda conciencia de clase y no le permití nunca al primo Carlos obrar sobre los cascos amarillos de los trabajadores.
Tuve una bonita infancia y juventud y mucha suerte, porque hice muchas cosas divertidas que me hubieran podido mandar a un correccional. Con eso me amenazan mis padres, con el “internado”.
Una vez, en nuestras incursiones de castigo a los huertos del pueblo a robar brevas, lo que hubiera o destrozarle las mamas a las cabras tratando de ordeñarlas sin saber, nos llevamos, furtivamente, a nuestros primos Jonnie y Charlie a robar damascos.
Si Carlos y yo teníamos unos 9 y 10 años, ellos debían tener como 5 y 3. El Charlie todavía no hablaba, ni siquiera en Inglés (eran primos naterros pero gringos) y sabíamos que estábamos haciendo algo no permitido y peligroso por llevarnos de aventura al más pequeño.
Tengo clavada la expresión de felicidad de Charlie comiendo damascos verdes. Sabíamos que nos dolería la tripa, pero si esperábamos a que maduraran los dueños no iban a dejar nada para los pequenos ladrones.
Miré a Charli cómo se comía los damascos. Su pelo fino rubio esta lleno de desagradables trozos de carne de damasco, también le salían por las orejas y la nariz. Tenía una gran cara de asatisfacción, pero a mí empezó a darme un poco de asco. Fui a pasarle la mano por la cara para no tener que seguir viendo el espectáculo, pero entonces el Johnnie se interpuso entre nosotros. Pensé que se iba a ocupar de su hermano mejor que yo, pero lo que hizo darle una colleja (ga´natá, en boricua).
Mi recuerdo de Johnnie es que era un niño muy problemático y extraordinariamente guapo. Para mí que se parecía a James Deam de niño.
Pero Johnnie pasó de ser un bully a ser un nerd que postea cosas de nerd en las redes y que tiene toda la cara de nerd. Podría haber trabajado en Big Bang Thtory, pero como no postea fotos de su novia no sabemos si se parece a Amy, Penny o Bernadette.
Charlie, por su parte, de pequeño, los años que yo compartí con él, a mí siempre me pareció una bombilla caminante. Se le desarrollo la cabeza a tamaño adulto mucho antes que el resto del cuerpo y yo lo veía como una bombilla sonriente. Lloraba también. Era nuestro Kenny, (who kill Kenny?).
El Johnnie, el Carlos y yo solíamos olvidarnos de él cuando estábamos trepando farolas, árboles o los setos de la piscina de la tia Dori. De repente, alguien se acordaba y preguntaba, ¿dónde está el Charlie? En pocos segundos hoíamos un sonido alto y seco como de cabeza rompiéndose al caer en el suelo de un lugar más alto del que nosotros habíamos trepado. Un segundo después comenzaba un llanto infernal. Cuando llegábamos a ayudarle, más preocupados por el regaño que por la salud del primo, él seguía llorando pero comenzaba a reirse descontroladamente. Con la cara llena de tierra y las lágrimas todavía secándose en sus cachetes, él se había olvidado al vernos de lo que le había pasado.
En las vueltas que me he podido dar por Beirut desde que he llegado he notado que hay más luces, las calles están más limpias, ya no hay un ejército de limpiabotas adolescentes pedigueños ni mujeres sirias que alquilan niños para pedir dando pena en las aceras. Espero que estén bien y lo que hayan encontrado al regresar a su país sea mejor que lo que han experimentado en las calles de Beirut.
No he estado en los barrios que solían estar controlados por Hezbolá ni en los campos de refugiados sirios y palestinos. No hay nada que ver excepto escombros, me dicen.
Me comuniqué con Charlie, que con la edad es el que ha adquirido una mirada James Dean. Cuando estuve a punto de morir de frío en Dakota del Norte en la reserva indígena de Standing Rock el frío invierno de 2016 me mandó $400 para ayudarme sin preguntar. Creo que él estaba estudiante de maestría. No tenía siquiera el buen trabajo que tiene ahora.
Cuando le dije hace meses que quería regresar a Midle East me mandó $700 sin preguntar.
En Siria están pasando ahora muchas cosas. Después de 50 de una dictadura militar grupos de distínta índole han conseguido erradicar la tiranía. La situación es complicada con muchos grupos e intereses tomando partido.
Es una gran esperanza para un gran país, pero veremos cómo se siguen desarrollado los acontecimientos. Yo estoy aquí.
Este 4 de enero en Claridad se puede ir a donar para esta cobertura. Esta es una iniciativa para propiciar que las personas con temores de donar por plataformas digitales tengan una oportunidad.
Ya casi me he gastado el dinero en efectivo que llevaba porque me he tenido que comprar un celular fiable que funcione en estas condiciones. Tengo que decir que soy muy débil y que probablemente y alto porcentaje de lo que me donen va a ir a parar a ayudar a palestinos y sirios que realmente lo necesitan.
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A: Cesar Ignacio Estivaliz Lopez, 7875850112, iestivaliz@yahoo.es, iestivaliz2017@gamil.com
Extra tip: en este viaje tengo que llegar a Tirus, fundada por aquellos fenicios que hace 3000 años construyeron los corrales de Chipiona que hoy se siguen explotando. Tengo callos en los pies de caminar sobre los corrales cuando todavía estaban cubiertos de ostiones y tengo mil experiencia con el Carlos y el Juani. En mi niñez los ostiones eran una mierda que solo servían como carnada. Pero ahora te los cobran como ostras y han desaparecido de los corrales de Chipiona.