Una mariposa en el infierno

Por Iñaki Estívaliz para Claridad desde Damasco

Fotos de Pablo Medina

Muafak Arwani es un poeta sirio que durante décadas ha ocultado el significado de sus poemas, que recita en teterías y que no ha querido publicar por miedo hasta la caída del régimen sátrapa de los Al-Assad el mes pasado.

Nació en la ciudad de Hama, en el centro de Siria en 1963 y llegó a Damasco para estudiar la secundaria y posteriormente Ingeniería y la sharia (ley islámica).

En 1982, se fue de vacaciones y al regresar a su casa se encontró que estaban deteniendo a todos los hombres y niños mayores de 10 años. Hama había sido una ciudad mayoritariamente opositora a la dictadura de Háfez Al-Assad y el tirano la bombardeó, la tomó con tanques y estableció puestos de control en cada esquina. 

“Detuvieron a mi padre, a mis cinco hermanos y a las mujeres que escapaban les daban la instrucción de dejar las puertas abiertas de las casas”, recuerda el rapsoda.

Sus cinco hermanos tenían entre 10 y 17 años y todavía no saben qué fue de ellos. Arwani refleja en sus poemas el dolor y el amor de su madre por la ausencia de sus hermanos. También escribe sobre la nostalgia que siente por sus dos hijos emigrados a Alemania y que ansía tener a su lado.

Al poeta le tocó su turno y pasó sus primeros dos años y medio encarcelado.

Una vez liberado, tuvo que hacer el servicio militar y lo volvieron a detener porque era familia de un desertor del Ejército. 

Él no conocía a su pariente, Mukhles Arwani, un piloto que se había negado a bombardear Hama y que escapó a Jordania.

Durante dos años fue torturado y solo le preguntaban si conocía a su familiar del mismo apellido.

Estuvo detenido en un colegio de formación profesional donde enseñaban electrónica y mecánica. 

Allí le ataban las manos a la espalda, le ponían la cabeza en una prensa y empezaban a apretar mientras le hacían la misma pregunta.

“Algunas cabezas explotaban y el siguiente a torturar tenía que retirar el cadáver y limpiar la sangre antes de colocar la suya en la prensa”, describe con tranquilidad.

Asegura que había visto al jefe de los torturadores infiltrado en las manifestaciones contra el régimen.

“La familia del espía cooperaba con la Inteligencia y tenían un taller para reparar los vehículos del régimen dañados”, denuncia.

A la media noche del pasado 8 de diciembre, cuando los rebeldes llegaron a Damasco, llamaron a la puerta de su casa y su mujer se sobrecogió temiendo lo peor. 

Era su buen amigo el portero del edificio, que llegaba con 20 desconocidos, cansados y hambrientos. Eran rebeldes a los que dieron de comer y les dejaron dormir en la casa aquella noche.

Asegura que “gracias a Dios y que tenemos tanta capacidad de paciencia, los cincuenta años de los Al-Assad ahora se sienten como unos meses”.

Confía en que, Ahmed al Sharaa, el líder del nuevo gobierno sirio, todavía en proceso de organización, será una bendición para el país.

“Los musulmanes nunca pensamos en la venganza. Es un sentimiento que sobretodo tienen las mujeres, el de la esperanza por una nueva vida”, defiende.

Subraya que ese es el espíritu que viene con Al-Sharaa: “nos ha dicho; sois libres, no buscamos venganza”.

Explica que el verso del Corán que dice “ojo por ojo, diente por diente”, por un lado, les daría derecho a la venganza, pero que el texto sagrado acaba diciendo que “si perdonáis, es mejor”.

El trovador ha sentido durante toda su vida el bálsamo de la poesía para soportar una realidad intolerable.

Cuando se le pregunta cómo se siente ahora tras la caída de Bashar al-Assad, se le iluminan los ojos y dice: “para mí, para mi madre, para toda mi familia, soy como una mariposa que no pesa, que flota de la felicidad”. ie

Las bombas son para los pobres y las minorías

Por Iñaki Estívaliz para Claridad desde Damasco

En el centro de Damasco, en el casco histórico y en los barrios ricos de la ciudad, apenas se encuentran señales de 13 años de guerra civil y del derrocamiento violento del tirano Bashar Al Assad el mes pasado. 

La capital de Siria bulle en decenas de mercados copiosamente provistos de todo tipo de artículos y alimentos y es raro ver huellas de bombas o proyectiles.

Y es que, como en todas las guerras, las bombas siempre, qué casualidad, se ensañan en los barrios pobres o de minorías étnicas y religiosas. 

El paroxismo de la violenta discriminación de las bombas se manifiesta en Damasco en barrios como Jobar, a un paseo del centro, que hasta 1975 era un pueblo independiente y que aparece en el Talmud como villa judía. Solía ser un centro de peregrinación de los judíos sirios porque allí se encuentra la bimilenaria sinagoga del mismo nombre, que fue construida en honor al profeta Elijah. 

En Jobar está enterrado el rabino Shmuel Elbaz-Abuchatzira, patriarca del siglo VXI.

En 2013, fue el centro de una batalla entre el ejército de Al-Assad y los rebeldes que prácticamente redujo el barrio a escombros. Durante toda la guerra civil fue terreno de hostilidades.

El 14 y el 18 de junio de 2017, el barrio fue bombardeado por la Fuerza Árabe Siria y el 20 del mismo mes volvió a ser atacado por tierra y aire con la ayuda de la Fuerza Aérea de Rusia.

Fui a visitar Jobar solo, sin fixer, decidido a apañármelas con el traductor de Google.

Pero no encontré ni un alma a la que entrevistar. Cruzando una avenida tras un ajetreado mercado al por mayor, lleno de vida, en Jobar solo quedan escombros. ie

Yarmouk: una pequeña Gaza que comienza a revivir en Damasco

Por Iñaki Estívaliz para Claridad desde Damasco

El campo de refugiados de Yarmuk, a unos ocho kilómetros al sur de Damasco, es una ciudad de escombros y edificios horadados por bombas y proyectiles de todos los calibres. Mirando en cualquier dirección por sus calles y avenidas polvorientas el paisaje de devastación se pierde en el horizonte. Muy poco a poco comienza a resurgir de las cenizas.

Fundado informalmente en 1957, llegó a albergar a unos 400.000 refugiados palestinos y sirios. Durante el siglo pasado atravesó por innumerables adversidades, crisis y conflictos, pero ha sido en las dos últimas décadas, sobretodo durante la guerra civil siria, cuando sus habitantes han sufrido sus peores momentos al punto de quedar unas ocho mil personas.

El campo sufrió la saña la División 4 de Maer al Asad (el hermano del depuesto tirano) y la aviación rusa.

Abu Mohammed, un frutero de 40 años, recuerda cómo el enclave estuvo controlado por diferentes grupos rebeldes entre 2012 y 2015 y, entre 2015 y 2018, “supuestamente” por el Estado Islámico (EI).

En 2013, fueron forzados a evacuar tres mil palestinos que están todavía desaparecidos:  “no sabemos nada de ellos, pero se dice que una milicia chií los mató a todos”.

Aquel año, relata Mohammed, la gente comenzó “a matar a los perros para comer, usábamos las yerbas de la calle para cocinar. No hay ninguna familia aquí que no haya perdido al menos a uno de sus miembros. Si salías del campo no sabías si te dejarían regresar y ante cualquier sospecha te retenían por horas”.

Bajo el control del Ejército sirio, se produjo un embargo que causó la muerte por inanición a más de doscientas personas.

Mohammed recuerda que uno de los peores tiempos en el campo fue cuando el Ejército sirio creo unos “comités” a los que no se les podía reclamar y ni la propia milicia podía ponerle un pero.

“Eran unidades drusas alauíes que llegaban a las casas, violaban a las mujeres, mataban a muchos de los hombres y luego colgaban en la pared un retrato de Al Assad y nos decían que apartir de ese momento él sería nuestro único dios”, asegura.

El tendero se apresta a dejar claro que que en el campo había muchos alauíes “que no eran malas personas. Eran buenas personas pero que no se atrevían a protestar, hay que entenderlos”.

Mohammed cree, como el resto de entrevistados para este reportaje, que entre el 2015 y el 2018, cuando supuestamente dominaba el campo el Estado Islámico, “realmente era un invento del régimen para castigarnos”.

En 2018, se retiró el EI y al día siguiente el ejército bombardeó el campo durante cuatro días supuestamente para echarlos cuando ya se habían ido.

Abu Mahmud, un sirio de 42 años refugiado en el campamento donde se escondió por años para evitar ser reclutado, confirma las palabras de su compañero. Mahmud todavía busca a uno de sus tíos, cuyo nombre encontraron en los registros de la infame cárcel de Sednaya, donde “murieron muchos y otros se volvieron locos”.

Las calles de Damasco están plagadas de hombres que han perdido la razón.

“Ahora sentimos una seguridad sicológica”, dice Mahmud, quien tres días después de caer el régimen de Al Assad viajo cuatrocientos kilómetros hasta Alepo a visitar familiares “con tranquilidad, sin que me pidieran los papeles”.

“Bashar Al assad decía que era aliado de palestina, pero él solo quería aprovecharse de la causa palestina para sus intereses. Por eso recibía ayudas internacionales y se quedaba casi todo el dinero y repartía muy poco”, lamenta el sirio compartiendo una idea repetida por varios entrevistados.

“Lo que hizo el dictador aquí es lo que está pasando ahora en Gaza”, señala.

Ismail Al Khatib, de 54 años, es el muecín (el que llama a la oración) de la mezquita Al Wasin, que está en proceso de restauración gracias a la donación de uno de sus fieles.

“Cuando el EI se fue, el Ejército bombardeó las 30 mezquitas del campo y muchas de ellas son irreparables. En una de esas mezquitas se refugiaban familias y murieron decenas de personas y más de cien resultaron heridas”, relata Al Khatib, quien dice haber vivido toda su vida con miedo, pero que ahora tiene la esperanza de que la situación mejore.

Asegura que la Inteligencia siria “inventó el EI en el campo. Disfrazó el régimen en forma de Estado Islámico”.

Para el religioso, que espera tener restaurada su mezquita para el próximo ramadán, Benjamin Netanyahu y Bassar Al Asaad son las dos caras de la misma moneda.

Un ejemplo de esperanza es Abu Sahadi, de 52 años, que cuida de su madre, que con ocho, en 1948, salió de Palestina con la Nakba, la gran catástrofe.

Sahadi ha abierto un pequeño restaurante de comida tradicional en la calle Palestina de Yarmouk, con la esperanza de servir de motivación para el regreso de los antiguos habitantes del campo.

“Poco a poco está volviendo la gente, cuando haya electricidad volverán más. Decidí abrir este puesto de comida para animar a la gente a volver. Lo primero que necesita la gente es tener sitios donde comer. Es cierto que va un poco lento, pero está bien, lo más importante es que se acabó el régimen”, defiende.

Abu Said, de 66 años y que nunca ha abandonado el campo, resume la situación diciendo: “Irán y Siria siempre dicen que están con Palestina pero están en contra de Palestina”. ie

Artistas sirios tratan de organizarse para defenderse del nuevo gobierno islamista

Artistas sirios tratan de organizarse para defenderse del nuevo gobierno islamista

Por Iñaki Estívaliz para Claridad desde Damasco

Los artistas sirios, como colectivo, aunque no todos como individuos, estuvieron protegidos por el régimen tiránico de los Al-Assad, depuesto el mes pasado por un conjunto de grupos islámicos, gracias al interés por las artes de la esposa del anterior presidente, Asma, londinense de nacimiento y mecenas.

Ahora muchos de ellos temen que los islamistan los pongan en el punto de mira.

Tras 53 años de cruel tiranía de la familia Al Assad, los últimos trece en guerra civil, a principios del pasado diciembre, tras una ofensiva de doce días liderada por el grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), los insurgentes derrocaron a Bashar al Assad, que pidió refugio en Rusia.

HTS ha sido considerado hasta ahora como un grupo terrorista con vínculos con Al Qaeda y desde occidente se teme que, aunque ahora estén mostrando una cara moderada, que acabarán siendo tan radicales como los talibán. 

Pero EEUU les está dando cancha y acaba de retirar la recompensa de diez millones de dólares por información que diera con el arresto de su líder, Ahmed al-Sharaa, anteriormente conocido como Abu Mohamed al-Jolani.

Otro Mohammed, un enamorado de Cuba al que conocí en la cafetería Havana del centro de Damascos, me asegura que en general los sirios están contentos y esperanzados por haber salido de la tiranía de los Al Assad. 

Quizás algunos cristianos están temerosos, apunta este sirio que ha viajado en cuatro ocasiones al Caribe, pero el nuevo gobierno, todavía en proceso de organización, permitió la celebración de las últimas Navidades sin ningún tipo de problema.

¿Y las mujeres?, le pregunto.

“Al-Jolani tiene una madre y una hija que son trabajadoras, no va a permitir abusos ni restricciones contra las mujeres”, defiende.

Por otro lado, muchos artistas sí tienen miedo y esta semana se reunieron medio centenar de los más reconocidos del país en la galería Zawaya del casco antiguo de Damasco para compartir miedos, esperanzas y estrategias comunes para defenderse ante los ataques que prevén que sufrirán con el nuevo gobierno.

Uno tras otro fueron tomando la palabra para coincidir en que a los islamistas “no les interesa el arte, ni la cultura, ni la educación, ni la magnífica historia de nuestra gran nación” y que deben “estar unidos y establecer estrategias para defendernos entre nosotros y estar alerta”.

Uno de los artistas propuso salir del aislamiento de los talleres, donde los podrían cazar de uno a uno, y salir a trabajar a las plazas para dejarse ver como colectivo con fuerza: “hay que dejarle saber al nuevo gobierno que tiene que respetarnos”.

Una señora septuagenaria y muy emperifollada aseguró consternada que durante toda su vida había trabajado en sus esculturas libremente y que desde que llegaron los insurgentes no se atreve a crear, que está frustrada, que no sabe qué puede hacer y que no para no ofender al nuevo gobierno.

Otra joven, vestida de alta costura como muchas de las asistentes, manifestó que no servía de nada lo que decidieran allí porque al final “estamos a la espectativa de lo que haga (Donald) Trump”.

Uno de los artistas que no quiso expresar su opinión en la reunión, Marwan Tayara, más tarde compartió conmigo su idea: “deberíamos crear un símbolo que nos identifique como el lazo rosa para sensibilizar sobre el cáncer de mama, o la sandía palestina, crear una tendencia con impacto, que toda persona que le guste el arte lleve ese pin”.

Marwan es un antiguo y reconocido ingeniero eléctrico de élite que dejó los circuitos para dedicarse al arte y creó la Fundación MADAD como organización sin fines de lucro basada en la casa heredada de su mujer fallecida. Un vecino a través de corruptos del antiguo régimen quiso apropiarse de la casa. 

Visito la sede de MADAD en el Damasco antiguo llegando por unas callejuelas de adoquines que me recuerdan al Albaycín de Granada. Me cuesta varios intentos encontrar la casa porque no hay ninguna señalización. Está al fondo de un pasadizo estrecho y lúgubre que termina con dos puertas austeras.

Cuando por fin sale Marwan a recibirme y entro en la casa me maravillo con el patio central, la fuente y las plantas; las estancias abiertas, los estucados y los embellecimientos geométricos de los muebles. Desde la azotea se puede ver cercana la gran mezquita de Damasco y media ciudad.

“Las casas de Damasco son como el velo de una mujer”, me contó mi cicerone. “Por fuera no ves nada, pero tras el velo está la maravilla”.

Marwan tuvo que luchar duro por esa casa que estaba en ruinas y que su esposa restauró siguiendo planos originales encontrados en una biblioteca europea. Consiguió vencer al vecino que pretendía apropiársela cuando obtuvo el favor de alguien en la seguridad del gobierno con más rango que el protector de su acosador inmobiliario.

En su fundación participan unas 75 personas.

Siempre se las ha sabido a arreglar para navegar entre trabas burocráticas logrando pasear las exposiciones de su colectivo por todo el mundo: “sé como funcionan las cosas y sé resolver problemas”.

Pragmático en política, de profunda cultura y sensible humanismo, dice que siente “un gran alivio” con la partida de Al Assad y que no se plantea salir del país ante la llegada del nuevo gobierno islamista como han hecho algunos de sus amigos.

“Tengo diferente pasaporte y puedo irme a vivir donde quisiera. Ya he viajado por el mundo, pero esta es mi casa, y aquí me quiero quedar, no me voy a ir más. Me gustaba mucho viajar, pero ahora estoy anclado a mi madre patria”, reconoce.

Se describe como “gran creyente del poder del amor”, que la gente es buena y solo hace falta que se entiendan. Todas las religiones son lo mismo con distintos nombres, pero todas tratan de la paz y del amor”, defiende.

Pone como ejemplo el terremoto que devastó Alepo hace dos años y que unió a la gente contra la adversidad y donde el arte tuvo un papel importante como bálsamo y aglutinante.

Cree que el principal problema que enfrenta ahora Siria es el retraso en educación y conocimiento, pero muestra una enorme confianza y admiración por los artistas más jóvenes.

Enamorado de su Damasco, la capital más antigua del mundo, asegura que “el universo es una criatura y Damasco es uno de los corazones de esa criatura”. ie

Cuando el periodista sí es la noticia

Cuando el periodista sí es la noticia

Por Iñaki Estívaliz para Claridad desde Damasco

Los profesores de periodismo enseñan que el periodista nunca debe ser la noticia. Es una norma que últimamente he violado con alevosía, pero que en este caso debe ser un bofetón para los dogmáticos y amantes de las reglas estrictas.

Este jueves por fin lllegué al Ministerio de Información sirio para recoger mi permiso de prensa y poder ejercer de periodista en Siria los próximos días.

En el ministerio no hablaba nadie inglés y los que vamos sin traductor estamos vendidos, pero siempre hay algún fixer de otros compañeros o colegas que hablan árabe que echan una mano.

En esta ocasión, mi ángel de la guardia fue un periodista francés que habla árabe, inglés y español además de su idioma materno. Él estaba surfriendo el mismo proceso kafkiano de saltar de oficina en oficina para volver al comienzo. Pudimos los dos ir pasando fases del proceso gracias a su dominio del árabe y su generosidad conmigo.

En un momento dado, cuando ya parecía estar todo listo y solo esperábamos a que finalmente nos dieran el papelito, pude conectarme a internet y consulté el grupo de logística de periodistas en Siria. Estaban hablando de que el día anterior, soldados del Ejército israelí habían detenido por horas a un abogado sirio que suele ayudar como fixer y al periodista francés Sylvain Mercadier en territorio ocupado de los Altos del Golán. Le enseñé el teléfono a mi salvador preguntándole si había visto la noticia.

Ese soy yo, me dijo y, sorprendido, le pedí que me contara.

Un grupo de periodistas estaban filmando el día anterior a una veintena de soldados israelies simplemente caminando por las calles de la población de Al Hamidiye.

El periodista francés ha sido testigo en otras ocasiones de cómo los soldados israelíes cortan los cables de electricidad y entran en las casas atemorizando a la gente y traumatizando a los niños.

Los militares les obligaron a parar de grabar y ordenaron borrar lo que habían registrado hasta el momento. Los periodistas obedecieron.

Los soldados empezaron a sacar todas las cosas del vehículo de los periodistas y encontraron una computadora portatil que quisieron confiscar. El abogado Mohammed Fayyad, trabajando como fixer para Sylvain, protestó y lo detuvieron. Sylvain quiso defenderlo y lo detuvieron a él también

“Estábamos perfectamente identificados como prensa. Nos interrogaron brutalmente, nos golpearon y estuvimos unas cinco horas con las manos esposadas a la espalda y los ojos vendados tirados en el suelo”, recuerda Sylvain, que muestra los moratones de sus muñecas y en las piernas.

“A mi compañero le dieron un culatazo en la nuca, rompían cristales a nuestro alrededor”, añade.

Dice que no tenía miedo porque justo antes de que le quitaran el teléfono vio que ya los compañeros se habían movilizado y Reporteros Sin Fronteras había emitido un comunicado. Así que sería cuestión de horas que los liberaran.

“Solo querían intimidarnos, evitar que hagamos nuestro trabajo, y presumían de que en dos horas las tropas israelíes llegarían a Damasco”, explica el periodista multidisciplinar que trabaja para diferentes medios árabes y franceses.

Después los dejaron en un camino en medio de ninguna parte.

Asegura que los soldados les robaron doscientos dólares a Mohammed. También les quitaron todas las tarjetas de memoria y SIM, y le intervinieron el teléfono y no le funciona. Sylvain está todavía sin celular.

El Ejército israelí emitió un comunicado asegurando que no los habían tratado mal y que los periodistas no habían seguido sus instrucciones y que por eso fueron amablemente retenidos.

A Sylvain le molesta que en Francia se hayan dado las dos versiones como si las dos tuvieran el mismo peso, cuando ya todo el mundo sabe el valor que tiene la información propagandista del Ejército isreaelí.

Varios grupos de periodistas que habían puesto la antena de oreja mientras Sylvain me contaba quisieron entrevistarlo en ese momento. Sylvain no había podido ducharse desde que lo arrestaron el día anterior y cuando nos volvimos a encontrar por la noche no lo reconocí. Parecía otra persona, relajado, con la cara lavada y el pelo suelto.

El periodista independiente francés tiene quince años de experiencia en el Medio Oriente, especialmente trabajando sobre los kurdos de Siria e Irak. Ejerciendo su trabajo, ha sido arrestado también en Turquía y en Yemen.

“A pesar de toda esta presión, estamos determinados a seguir el trabajo y pienso que esta historia es una fuente de inspiración para otros periodistas”, defiende. ie

En Damasco, todo bien

Por Iñaki Estívaliz

Enviado especial de Claridad al Medio Oriente

El día después de Reyes, salimos de Beirut a las cinco de la mañana con destino Damasco. Todavía era de noche cuando enfilamos una carretera sinuosa de montaña. En la oscuridad, me recordaron a Puerto Rico los negocios pegados a la misma carretera y las casas colgando desafiando abismos.

Según iba clareando el día, el paisaje se tranformó de caribeño a mediterraneo cuando se empezaron a apreciar pinares y olivares, viñedos y cipreses sin cementerio. Por todas partes los cedros, que son el escudo de la bandera libanesa.

Dejábamos un Beirut bastante diferente al que había conocido en agosto. Poco después de salir yo del país, el ejército de Israel invadió con tropas terrestres el sur de Líbano, el Mossad plantó bombas en miles de aparatos de comunicación de miembros de la milicia chií Hezbola que hizo explotar en dos oleadas que causaron decenas de muertes y miles de heridos. La aviación del Ejército controlado por Benjamin Netanyahu bombardeó los barrios bajo dominio del grupo político militar apoyado por Irán hasta dejarlos en escombros. 

Visité esos barrios arrasados y experimenté de cerca la desoladora experiencia de la muerte en masa. Y no hay manera de que los palestinos pierdan su sonrisa.

Sin embargo, y para mi sorpresa, los barrios ricos y turísticos o no afectados por las bombas, lucían con un explendor insospechado. Las cosmopolitas calles Hamra o Armenia están en estas horas de tregua más limpias, luminosas y bulliciosas que en agosto. Ya no se ven a los enjambres de niños y adolescentes que te trataban de convencer para que te dejases limpiar tus zapatos aunque fueran chancletas. Las mujeres sirias pidiendo con bebes sentadas en las aceras prácticamente han desaparecido.

Y los beurutíes ahora parecen más contentos y dicharacheros que en mi primera visita. Supongo que haber pasado 75 años de guerras civiles, invasiones, crisis económicas y magnicidios, les ha enseñado a disfrutar como nadie de los breves momentos de paz.

Llegamos a la frontera sabiendo que probablemente no nos dejarían pasar, sin embargo, en el lado del Líbano nos sellaron el pasaporte sin problema y, tras recorrer ocho kilómetros de tierra de nadie, llegamos al lado sirio. Tras una hora esperando confirmaciones y la ayuda de la fixer siria que nos acompañaba, no me podía creer que nos habían aprobado la entrada. Un buen fixer profesional con contactos vale más que cualquier permiso gubernamental, sobretodo en un momento de transición como el que está viviendo Siria.

Tras 53 años de cruel tiranía de la familia Al Assad, los últimos trece en guerra civil, a principios del pasado diciembre, tras una ofensiva de doce días liderada por el grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), los insurgentes derrocaron a Bashar al Assad, que pidió refugio en Rusia.

HTS ha sido considerado hasta ahora como un grupo terrorista con vínculos con Al Qaeda y desde occidente se teme que, aunque ahora estén mostrando una cara moderada, acabarán siendo tan radicales como los talibán.

De una docena de sirios a los que les he hecho la pregunta: ¿como te sientes con lo que está pasando? El cien por cien de los encuestados y encuestadas respondieron que se sienten “optimistas y esperanzados”.

Una vez en Siria, te das cuenta de que el país atraviesa una situación delicada porque no funcionan las tarjetas de crédito ni las gasolineras. La gente compra galones de gasolina en los arcenes. 

Cuando llegamos a Damasco, no podía creer lo que veía. Miles y miles de personas hacen su vida abarrotando las avenidas, las calles y los callejones, las tiendas y los bazares. En el par de vueltas que me he dado por la ciudad antigua no he visto un solo soldado, ni tanquetas ni señales de conflicto de ningún tipo, por lo menos, hasta ahora.

Es cierto que a veces, en Damasco, te sientes como en Las mil y una noches. Deliciosos puestos de comida, establecimientos de todo tipo de artículos exóticos para el occidental y hasta ventanitas donde la gente paga por perfumarse sin tener que pagar por todo el frasco.

Hay mujeres con burka, con pañuelo o con el pelo al aire. Algunas visten una encantadora boina francesa ladeada sobre el pañuelo y a cada pocos metros te cruzas con una Jennifer López del Medio Oriente.

A lo mejor no se ven insurgentes militarizados en las calles porque están más ocupados en organizar un nuevo gobierno que en joder a la gente.

Tras 53 años de imnominia de los Al Assad, un hervidero humano disfruta de las calles sin temor.

Debe ser algo parecido a lo que sientieron la mitad de los españoles en 1975 cuando murió el dictador Francisco Franco, aunque este murió en la cama como generalísimo. 

En unos días, semanas o meses sabremos si es que el lobo se vistió de cordero o si los sirios van a tener la oportunidad de vivir bajo un gobierno moderado y respetuoso con los derechos humanos.

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Mis primos y los damascos

1. Mis primos

Por Iñaki Estívaliz

Enviado especial al Medio Oriente del periódico Claridad de Puerto Rico y la Revista Cáñamo.

Beirut, 3 de enero de 2025.- Para mí la palabra damasco siempre ha tenido una profunda capacidad evocadora. Me transporta a “Las mil y una noches”, especialmente a “El cuento de Attaf» y su “casa de la sabiduría”, que era su biblioteca, donde se refugiaba durante sus aventuras siglos antes que se hiciera capital el uno de enero de 1944 de lo que conocemos como Siria.

Pero la palabra damasco más sugerente y que me transporta a mi niñez es el término en plural, y viajo al pasado recordando cómo mis primos y yo robábamos damascos inmaduros en los huertos de la Chipiona de la transición. Nos dolería luego la barriga, pero merecía la pena la aventura a esa edad.

Tenían que ser verdes porque amarillos los recolectaban los dueños, y si no lo hacía, los damascos estaban demasiado maduros, caían al suelo y los picoteaban las palomas y las ratas. También me he comido muchos damascos y dátiles quitándoles la mitad que habían mordido esos roedores con o sin alas.

Para mí es una palabra grande, sugerente y hermosa como los “duraznos” que conocí en los libros de Gabriel García Márquez.

Siempre que escucho la palabra durazno me entran ganas de leer realismo mágico latinoamericano.

Los árboles de estos frutos son parientes en la familia de las rosaceae. Sus frutos conforman una drupa típica de pulpa carnosa con un hueso duro en el centro como el melocotón, que es el abusador de la familia, de piel de finos filamentos como el algodón y menos romántico. Al damasco también se le llama por el divertido y más conocido nombre de albaricoque.

Ahora que estoy en Beirut, tras un eterno y accidentado transbordo en Estambul, haciendo gestiones para viajar a Damasco mañana o pasado, no puedo evitar acordarme de uno de los muchos días de juegos independientes por toda Chipiona de mi infancia.

Era costumbre de los niños de Chipiona, como la de entrar a cualquier bar a pedir agua cuando estábamos sedientos y nos la daban en un vaso limpio con algún gruñido o nos señalaban el botijo del final de la barra.

Normalmente las maldades las hacíamos el primo Carlos, un año menor que yo, con el que saltábamos de azotea en azotea como preparándonos para ser atletas o soldados. Nos encantaba invadir casas abandonadas, a menudo en ruinas, donde siempre había una habitación que apestaba a heces y que, mezcladas entre escombros, se esparcían hojas de páginas de revistas porno pegajosas de lo que nos hacía mayor: semen bellaco..

También nos metíamos los días feriados a las casas en construcción, donde jugábamos a ser constructores o forajidos escondidos. Cuando nos entraban ganas de cagar, hubo un invierno que cogimos la costumbre de desahogarnos en los cascos blancos de construcción de los arquitectos y delineantes. Siempre tuve una profunda conciencia de clase y no le permití nunca al primo Carlos obrar sobre los cascos amarillos de los trabajadores.

Tuve una bonita infancia y juventud y mucha suerte, porque hice muchas cosas divertidas que me hubieran podido mandar a un correccional. Con eso me amenazan mis padres, con el “internado”.

Una vez, en nuestras incursiones de castigo a los huertos del pueblo a robar brevas, lo que hubiera o destrozarle las mamas a las cabras tratando de ordeñarlas sin saber, nos llevamos, furtivamente, a nuestros primos Jonnie y Charlie a robar damascos.

Si Carlos y yo teníamos unos 9 y 10 años, ellos debían tener como 5 y 3. El Charlie todavía no hablaba, ni siquiera en Inglés (eran primos naterros pero gringos) y sabíamos que estábamos haciendo algo no permitido y peligroso por llevarnos de aventura al más pequeño.

Tengo clavada la expresión de felicidad de Charlie comiendo damascos verdes. Sabíamos que nos dolería la tripa, pero si esperábamos a que maduraran los dueños no iban a dejar nada para los pequenos ladrones.

Miré a Charli cómo se comía los damascos. Su pelo fino rubio esta lleno de desagradables trozos de carne de damasco, también le salían por las orejas y la nariz. Tenía una gran cara de asatisfacción, pero a mí empezó a darme un poco de asco. Fui a pasarle la mano por la cara para no tener que seguir viendo el espectáculo, pero entonces el Johnnie se interpuso entre nosotros. Pensé que se iba a ocupar de su hermano mejor que yo, pero lo que hizo darle una colleja (ga´natá, en boricua).

Mi recuerdo de Johnnie es que era un niño muy problemático y extraordinariamente guapo. Para mí que se parecía a James Deam de niño.

Pero Johnnie pasó de ser un bully a ser un nerd que postea cosas de nerd en las redes y que tiene toda la cara de nerd. Podría haber trabajado en Big Bang Thtory, pero como no postea fotos de su novia no sabemos si se parece a Amy, Penny o Bernadette.

Charlie, por su parte, de pequeño, los años que yo compartí con él, a mí siempre me pareció una bombilla caminante. Se le desarrollo la cabeza a tamaño adulto mucho antes que el resto del cuerpo y yo lo veía como una bombilla sonriente. Lloraba también. Era nuestro Kenny, (who kill Kenny?).

El Johnnie, el Carlos y yo solíamos olvidarnos de él cuando estábamos trepando farolas, árboles o los setos de la piscina de la tia Dori. De repente, alguien se acordaba y preguntaba, ¿dónde está el Charlie? En pocos segundos hoíamos un sonido alto y seco como de cabeza rompiéndose al caer en el suelo de un lugar más alto del que nosotros habíamos trepado. Un segundo después comenzaba un llanto infernal. Cuando llegábamos a ayudarle, más preocupados por el regaño que por la salud del primo, él seguía llorando pero comenzaba a reirse descontroladamente. Con la cara llena de tierra y las lágrimas todavía secándose en sus cachetes, él se había olvidado al vernos de lo que le había pasado.

En las vueltas que me he podido dar por Beirut desde que he llegado he notado que hay más luces, las calles están más limpias, ya no hay un ejército de limpiabotas adolescentes pedigueños ni mujeres sirias que alquilan niños para pedir dando pena en las aceras. Espero que estén bien y lo que hayan encontrado al regresar a su país sea mejor que lo que han experimentado en las calles de Beirut.

No he estado en los barrios que solían estar controlados por Hezbolá ni en los campos de refugiados sirios y palestinos. No hay nada que ver excepto escombros, me dicen.

Me comuniqué con Charlie, que con la edad es el que ha adquirido una mirada James Dean. Cuando estuve a punto de morir de frío en Dakota del Norte en la reserva indígena de Standing Rock el frío invierno de 2016 me mandó $400 para ayudarme sin preguntar. Creo que él estaba estudiante de maestría. No tenía siquiera el buen trabajo que tiene ahora.

Cuando le dije hace meses que quería regresar a Midle East me mandó $700 sin preguntar.

En Siria están pasando ahora muchas cosas. Después de 50 de una dictadura militar grupos de distínta índole han conseguido erradicar la tiranía. La situación es complicada con muchos grupos e intereses tomando partido.

Es una gran esperanza para un gran país, pero veremos cómo se siguen desarrollado los acontecimientos. Yo estoy aquí.

Este 4 de enero en Claridad se puede ir a donar para esta cobertura. Esta es una iniciativa para propiciar que las personas con temores de donar por plataformas digitales tengan una oportunidad.

Ya casi me he gastado el dinero en efectivo que llevaba porque me he tenido que comprar un celular fiable que funcione en estas condiciones. Tengo que decir que soy muy débil y que probablemente y alto porcentaje de lo que me donen va a ir a parar a ayudar a palestinos y sirios que realmente lo necesitan.

Para donar en efectivo, pásense por Claridad.

TB me pueden donar por Venmo, Paypal, Zella, Wester Union…

A: Cesar Ignacio Estivaliz Lopez, 7875850112, iestivaliz@yahoo.es, iestivaliz2017@gamil.com

Extra tip: en este viaje tengo que llegar a Tirus, fundada por aquellos fenicios que hace 3000 años construyeron los corrales de Chipiona que hoy se siguen explotando. Tengo callos en los pies de caminar sobre los corrales cuando todavía estaban cubiertos de ostiones y tengo mil experiencia con el Carlos y el Juani. En mi niñez los ostiones eran una mierda que solo servían como carnada. Pero ahora te los cobran como ostras y han desaparecido de los corrales de Chipiona.

Boston Celtics: incógnitas en la venta de un campeón

Iñaki Estívaliz

Agencia EFE

vie, 27 de septiembre de 2024, 3:44 a.m. EDT·3  min de lectura

Boston, 27 sep (EFE).- De ganar el anillo 18 a colgar el cartel de ‘se vende’. Una maniobra con cifras nunca antes alcanzadas en la NBA. La familia Grousbeck busca comprador para los Boston Celtics, pero todavía hay muchas expectativas encontradas en esta operación.

Un halo de secretismo, especulaciones y confusión envuelve la anunciada venta de los Boston Celtics después de que el primero de julio el grupo de inversores propietario de la franquicia, liderado por la familia Grousbeck, justificara la operación por motivos patrimoniales y de planificación.

El anuncio se produjo a través de un comunicado el mismo día que los Celtics llegaron a un acuerdo para ampliar el contrato de su estrella Jayson Tatum por cinco años y 315 millones de dólares, el más alto de la historia de la NBA después de los 305 millones de dólares de Jaylen Brown

La noticia de la posible venta causó un gran impacto en la liga ya que solo dos semanas antes Boston había conquistado su anillo número 18, lo que le convirtió en el equipo más laureado de la NBA.

El gobernador de la franquicia, Wyc Grousbeck, afirmó en una entrevista posterior al anuncio que la idea es vender el equipo en dos fases: el 51 % en cuanto sea posible y lo demás en 2028, pero con la condición de que él mantenga el control hasta completar la segunda transacción.

Los propietarios actuales, Boston Basketball Partners L.L.C., contrataron a las entidades financieras JP Morgan y BDT & MSD para ayudar con una transacción que podría establecer un nuevo máximo en la mayor cantidad jamás pagada por el control de una franquicia de la NBA.

Los Celtics están valorados, según el medio de negocios y deportes Sportico, en más de 5.120 millones de dólares, el cuarto más valioso de la liga por detrás de los Golden State Warriors, Los Angeles Lakers y los Chicago Bulls.

Anatomía de una venta a cámara lenta

Durante los últimos dos meses, apenas han trascendido datos sobre la venta, lo que ha llevado a algunos aficionados de Boston a pensar que se trata de un “bluff” (farol) especulativo.

El 10 de septiembre, tras más de dos meses sin noticias sobre la operación, el comisionado de la NBA, Adam Silver, declaró que la liga está dispuesta a considerar la venta escalonada de los Celtics.

Hay a quien ha sorprendido esta decisión considerando que la más reciente venta de una franquicia de la NBA, la de los Minnesota Timberwolves (2.400 millones de dólares), se encuentra en una batalla legal por el tercer pago y Silver dijo en abril que la liga va a tener que «reevaluar» su enfoque hacia este tipo de transacciones.

Tras reunirse con representantes de los Celtics ese mismo día, Silver sostuvo que cada una de estas operaciones hay que tratarlas de manera diferente y que sigue pensando como pensaba en abril sobre las transacciones escalonadas, pero recalcó que «el diablo está en los detalles».

El presidente de operaciones de los Celtics, Brad Stevens, indicó en conferencia de prensa el 24 de septiembre que «no es mucho» lo que pueden hacer como equipo y que las negociaciones «están fuera» de sus manos.

«Necesitamos seguir haciendo lo que hemos estado haciendo. Todo sigue igual. Tenemos que hacer lo que se pueda para construir el mejor equipo que podamos. Y ya veremos qué pasa a partir de ahí”, dijo el antiguo entrenador.

Por su parte, Jaylen Brown expresó a los periodistas que el éxito de la temporada pasada fue posible gracias a la relación de los propietarios con el equipo y que ya se verá qué pasa con los nuevos inversionistas.

Iñaki Estívaliz

Acosando a un sionista pánfilo

Todos los nombres de este relato son inventados para proteger la identidad de los pacientes que aparecen y respetar la Ley HYPAA de los Estados Unidos de América. Diré que se trata de una narración de ficción para protegerme de reclamos o demandas de las instituciones que se describen.

Por Iñaki Estívaliz

El centro de desintoxicación y rehabilitación Hillbillies de Massachusetts, en un suburbio al oeste de Boston, debió ser un hotel cuyos dueños descubrieron que es más rentable cobrar a los planes médicos por atender a alcohólicos y drogadictos que ofrecer habitaciones a turistas o ejecutivos en viajes de negocios.

Conserva el toldo convexo señorial frente a la entrada y está rodeado de cuidados setos podados con formas geométricas, rosales y amapolas. Un elegante lobby minimalista en blanco con finos detalles en negro recibe a los clientes, que llegan a menudo aturdidos por la desesperación, borrachos, drogados, o sufriendo la abstinencia.  

Como las otras dos instituciones de rehabilitación en las que me he internado por voluntad propia en el último año y medio para tratar de esconderme y que la cirrosis no me encuentre, Hillbillies de Massachusetts está perfectamente diseñado para que quieras regresar allí la próxima vez que recaigas, no para sanarte.

Las pulcras habitaciones, aunque dobles, se limpian cada día, tienen camas de matrimonio, dos televisores, moderno cuarto de baño privado y roperos de actriz de cine. Sobre la mesita de noche, te encuentras una bolsa de papel negro de bienvenida con las letras del rehab en dorado y que contiene una libreta y un bolígrafo, desodorante, bola de relajación, botella de agua recargable, tapones para los oídos, calcetines con gomitas en la planta para caminar por los pasillos y hasta unos auriculares inalámbricos de última generación.

En varias habitaciones comunes hay acesso libre las 24 horas a todo tipo de gaseosas, jugos, chocolatinas, helados y comidas de preparación instantánea. Todo como mucho azúcar, extra de sodio y sabores artificiales. Si un cliente consigue superar sus adicciones en estos centros, probablemente acabe con diabetes o la presión sanguínea por las nubes.

Si una persona quiere pagar uno de estos tratamientos por su cuenta, el día se cobra a más de cinco mil dólares. Los planes negocian por “paquetes” y les sale más barato.

Según las necesidades de cada paciente, a los que abiertamente llaman “clientes”, se debe pasar de dos a cinco veces al día por la ventanilla de los medicamentos. Por defecto, cada mañana te dan un cóctel de vitaminas y magnesio por los que deben cobrar a los seguros decenas de dólares. Yo me dejé llevar hasta que vi a uno de los pacientes negarse a recibir el magnesio y las vitaminas y no le pusieron ningún problema. Leyendo sobre incomodidades intestinales que estaba padeciendo desde que ingresé, descubrí que podrían deberse a la ingesta de magnesio. Por otro lado, pensé, aquí disfruto de tres comidas completas en las que incluyo frutas y verduras, salgo un par de veces al día cuando nos sacan a tomar el aire fresco, que es como llaman a “fumar”, y disfruto del sol de septiembre. ¿Para qué necesito vitaminas extra? 

En Hillbillies de Massachusetts están tan enfocados en atraer y mantener clientes que es de los pocos centros, si no el único, que permite que los clientes residan con sus mascotas, con sus parejas y con sus teléfonos y computadoras.

Precisamente, en esta ocasión me convencieron para ingresar aquí porque dejaban tener el celular y la computadora con acceso a internet las 24 horas. Aunque en las ocasiones anteriores fue un suplicio estar desconectado, después de dos semanas aquí atendiendo situaciones del exterior, me parece que no es una buena idea. Creo que para sanar hace falta estar desconectado.

Tan enfocados están en Hillbillies de Massachusetts en agradar al cliente, que no presionan lo más mínimo para asistir a los grupos de terapia, sobre los que ni siquiera llevan registro de asistencia. La mayoría de esos grupos carecen de estructura y no son más que una repetición tras otra de la misma reunión de alcohólicos anónimos.

A pesar de que estos negocios sean un fraude para generar beneficios a dueños que beben daikiris en las bahamas, la mayoría de las enfermeras, consejeros y empleados -casi todos alcohólicos en recuperación- trabajan de buena fe y se creen el cuento de corazón.

Uno de los pocos grupos en los que sí que aprendí algunas herramientas y estrategias para evitar una recaída fue el que ofreció la dulce María.

Estuve tomando notas mientras ella hablaba y en un momento dado me di cuenta de que llevaba una pulsera de plástico pro Palestina.

Llevaba desde que ingresé rodeado de personas totalmente despolitizadas y me conmovió ver el brazalete en su muñeca. Cuando acabó el taller me acerqué a ella para felicitarla y agradecerle por su solidaridad y valentía.

Aproveché para presumir y le enseñé el tatuaje que un par de semanas antes me había pintado un artista palestino en un campo de refugiados en Beirut. 

“El tipo no me quería cobrar. Me dijo que aunque él no podía ir a ninguna parte, viajará donde yo vaya con su tatuaje en mi brazo”, le conté.

Con una mano me agarró de la muñeca y con la otra me acarició el tatuaje. Nos miramos con los ojos aguados los dos.

Me confió que había visto a uno de los paciente con una camiseta del ejército israelí.

Primero no supe cómo reaccionar y luego me pasé dos días muerto de miedo. Entre los pacientes había cuatro o cinco musculosos clientes a los que rápidamente identifiqué como monstruos sionistas.

Nunca había visto en un centro de rehabilitación a personas tan musculosas. Se supone que todos estemos hechos una mierda cuando llegamos a estos sitios.

La paranoia se apoderó de mí. Empecé a contarlo a familiares y amigos en el exterior, preparándolos para mi salida temprana.

Me había pasado dos semanas en Beirut escribiendo crónicas denunciando el genocidio sionista y, supongo que también afectado por los medicamentos y la abstinencia, perdí la cabeza pensando que me iban a matar.

Encontré a uno de los forzudos sentado en el pasillo apoyado en la pared de mi habitación con su computadora entre las piernas. Ya esta, pensé, ya han entrado en mi computadora y en mi celular. Dejé de beber de mi botella de agua recargable. Me aseguraba de comer antes de que cualquier forzudo entrara en la cafetería. Toda situación me parecía sospechosa, amenazante. Usaba mangas largas para que no se me viera el tatuaje.

Después de día y medio de pánico irracional vi la camiseta caqui del ejército sionista. La llevaba un paciente enclenque de veinte años con la cara todavía picada por los granos de la pubertad.

En el mismo momento, pasaron dos de los tipos musculosos que yo había confundido con pacientes y que ahora me daba cuenta que de sus cinturas colgaban las acreditaciones de consejeros del centro.

Tras sentir un gran alivio, pasé de la paranoia al odio vengativo, azuzado por mi superioridad generacional y física.

Por un rato me convertí, por primera vez en mi vida, en un estúpido bully. Lo acosé sentándome frente a él en los grupos con mi computadora portátil abierta para que viera la pegatina que dice BEIRUT PRESS FREEDOM CENTER. Pasaba a su lado haciendo como el que hablaba por teléfono para que viera la misma pegatina en mi celular. Me ponía a escuchar música palestina en los audífonos y hacía como si se me hubieran desconectara para que escuchara el dabke que bailaba. En el gimnasio, trataba por todos los medios posibles, que hacía parecer accidentales, para exhibir mi tatuaje de tajada de sandía con estampado de kufiya. 

El pánfilo sionista no se daba cuenta de mis acosos y rápidamente me empecé a sentir mal. Me había rebajado al nivel de los monstruos. De una manera o de otra, estábamos en una institución hospitalaria y él era un herido. Aunque yo fuera otro herido, y al contrario de los sionistas, yo sí respeto las leyes de la guerra, el derecho internacional y la humanidad incluso con los seres más abominables de la Tierra.

Dejé de provocarlo y comencé a ignorarlo. El tipo no se entera ni dónde está parado. Escribo estas líneas todavía ingresado en Hillbillies de Massachusetts a la espera de que me den el alta en unos días. No lo voy a acosar más, pero tampoco voy a ocultar mis pegatinas ni mis tatuajes. Este domingo vienen a verme mis hijos y me traerán ropa y alguna de mis kufiyas, que solo vestiré como se le ocurra a él ponerse su camiseta del ejército sionista. ie