
Por Iñaki Estívaliz
Después de haber pasado casi tres semanas siguiendo el intercambio de rehenes israelíes y palestinos entre Jerusalén y Tel Aviv con un equipo español de televisión, me adentré en la Cisjordania ocupada por mi cuenta, usando el transporte público palestino y olvidándome de las noticias de cada día.
RAMALA, poco más de 40.000 habitantes. Primer día del ramadán 2025.
La capital de Palestina en la práctica es Ramala, aunque jurídicamente sea Jerusalén Este. Tras una media hora de trayecto por donde a cada poco se ven muros y torretas a un lado y otro de la carretera para separar a los palestinos de los asentamientos ilegales israelíes, poco antes de entrar en el término territorial de Ramala, grandes carteles de fondo rojo y letras blancas en hebreo, árabe e inglés advierten: está usted entrando en una carretera que se dirige a una villa palestina que puede ser peligrosa para ciudadanos israelíes.
Después de un control en el que el autobús de la línea 231 pasa sin mayores problemas, se empiezan a observar cada vez más vehículos con matrículas blancas. Los autos con matrículas amarillas son los israelíes, que pueden moverse por todo el territorio. Los automóviles con matrículas blancas sólo pueden circular dentro de los cercados, amenazados y menguados terrenos palestinos.
Muchos hombres palestinos llevan en una mano el misbaha (rosario árabe) y cuando todavía no me he dado cuenta de que ninguno está fumando me enciendo un cigarrillo, ignorando que durante el tiempo de ayuno en el ramadán tampoco se puede fumar.Desde un carro un señor me ve y me dice en inglés, amablemente y comprensivo, sonriendo: estamos en ramadán, amigo mío. Descapullé el cigarrillo y me lo guardé para el iftar (la cena que rompe el ayuno de cada día). Allí donde fueres, haz lo que vieres, pensé.
Lo primero que voy a visitar en Ramala es el mausoleo de Yasir Arafat, donde está enterrado el primer presidente de la Autoridad Nacional Palestina y que cuenta con un museo donde se repasa la lucha del pueblo palestino. En la entrada veo por primera vez soldados palestinos. Están protegiendo el recinto. El recorrido del museo concluye con una visita a las estancias donde Arafat pasó 34 meses asediado por los sionistas: se pueden ver dos oficinas, la de antes del asedio y la del encierro, la habitación del presidente y las de los guardaespaldas, con las ventanas tapadas con barriles llenos de arena, una humilde cocina y objetos personales como ropa, material de oficina y armas. Arafat fue evacuado en un helicóptero francés para recibir atención médica en Europa el 29 de octubre de 2004. El presidente murió 13 días después de dejar Palestina en un hospital de las afueras de París.Los puestos y tiendas de las calles del centro de la ciudad están atestados de gente comprando y comerciantes pregonando sus mercancías.
Me encuentro con Zahran Jaghab en el pequeño museo de la historia palestina que ha establecido en una casa histórica de Ramala perteneciente a su familia. Zahran es uno de los pocos palestinos cristianos que quedan en la ciudad y antes que nada, me hace romper el ayuno con un té y galletitas. Allí dónde fueres haz lo que vieres.
Me explica que antes del Siglo VII, cuando nació el islamismo, los cristianos representaban el 80 por ciento de la población en Belén, donde nació Jesús, que en Ramala antes del COVID suponían el 20 porciento de los habitantes, pero que ahora las estadísticas dicen que tras el 7 de octubre son un uno porciento. Él cree que todavía son menos, alrededor del 0,5 por ciento, y que en Gaza es todavía peor, que en toda palestina los cristianos que pudieron irse, vendieron todo y se fueron, y que otros muchos murieron en los bombardeos en la franja gazatí.
“En unos pocos años no quedará un solo palestino cristiano en Tierra Santa”, lamenta.
Explica que no solo se trata del colonialismo israelí: los cristianos ahora se casan tarde y tienen pocos hijos, han recibido una buena educación y son profesionales que buscan mejores oportunidades de vida en el extranjero.
Lo que sí ha roto el colonialismo sionista ha sido también la cohesión social de los palestinos de distintas religiones: antes convivían en paz, como hermanos, incluso judíos palestinos, musulmanes, cristianos, drusos, armenios, “todos vivían como palestinos. Tenemos una cultura árabe palestina, nuestra cultura es la misma. Y como cristianos, también tenemos mucho de la cultura islámica”.
“Sin embargo ahora, se ha manipulado la religión para conseguir fines políticos. Se usa la religión para causar problemas, pero esa no es la verdadera religión”, defiende Zahran.
Asegura que “los verdaderos, los verdaderos árabes, en realidad eran cristianos, no musulmanes”; que estudios israelíes han comprobado que el 80 por ciento de los árabes palestinos tienen ADN semita, mientras que “los judíos que viven en los territorios ocupados tienen otro linaje si se revisa su ADN”.
Para salir de Ramala en el autobús 231 la situación en el control militar israelí es diferente a la de entrada. Tenemos que bajar todos los pasajeros, la mayoría mujeres palestinas. Mi teléfono no funciona, todas las aplicaciones y redes sociales quedan en espera. Atravesamos varios tornos del suelo al techo. Soy el último de la fila. Delante de mí va una mujer mayor que se queda atascada en uno de los tornos. Perdemos unos cuantos minutos hasta que vuelven a abrir el torno. Ya me habían avisado de que los soldados israelíes hacen todo lo que pueden solo por joder a los que salen de territorio palestino, pero estoy a punto de entrar en pánico pesar de haber sido alertado. Tengo que entregar mi pasaporte a un soldado. Me mira, mira la foto del documento de viaje. Hace gestos como si no me reconociera en la foto. Se da la vuelta a enseñar mi visado a otros soldados. Tengo que hacer verdaderos esfuerzos para controlar mis esfínteres. Finalmente, el joven soldado israelí me devuelve el pasaporte y me deja pasar poniendo cara de asco. Corro por el estacionamiento del control al otro lado del muro buscando mi autobús. Encuentro otro diferente, pero también de la línea 231 a Jerusalén. Me dejan subir. Regreso al hotel temblando.
BELÉN, unos 30.000 habitantes. Segundo día del ramadán 2025.
Los taxistas y comerciantes de Belén están desesperados por la ausencia de turistas desde el 7 de octubre. La mayoría de los hoteles han cerrado. No hay donde hospedarse en Belén con un presupuesto limitado como el mío.Busco a un amigo palestino, que había conocido en una visita anterior, me hizo de guía en la Iglesia de la Natividad y con el que había mantenido contacto casi a diario; para entrevistarlo. Quiere aparece en esta crónica con el seudónimo de Mike, que fue el primer nombre que le vino a la cabeza cuando comencé a grabar la entrevista.
Lo encuentro abriendo su tienda. Mike cuelga y coloca trajes, alfombras, kufiyas, juegos de té de metal y tableros de ajedrez nacarados frente a su comercio de recuerdos de Belén con toda la parsimonia del mundo. No tiene prisa. No hay turistas. También vende alfarería palestina, rosarios de madera de olivo, bolsos de piel y bolsas de tela, camisetas, tazas, bisutería, postales e imanes para la nevera. En muchos artículos están estampados los famosos grafitis de Banksy.Comienzo a grabar y le pido que se presente. Mike comienza a hablar como si lo estuvieran entrevistando para un programa de radio, saludando a los oyentes.
Habla con voz cándida y serena, tomándose tiempo para buscar las palabras como cuando colgaba los artículos en la fachada de su tienda. A continuación, transcribo, prácticamente íntegra, la primera parte de la entrevista:“Buenos días, mi nombre es Mike. Nací y crecí en la ciudad de Belén. Y, como saben, la ciudad de Belén está bajo control palestino. Todos los que viven aquí en Belén son palestinos: árabes, cristianos y musulmanes, y todos hemos vivido juntos en un pueblo muy pacífico durante cientos de años y, de hecho, incluso antes de eso también había judíos árabes en Belén.
“Ya no, debido a la situación política y lo que realmente está sucediendo. Me encantaría contarles un poco sobre la ciudad de Belén. Es una ciudad religiosa porque Jesús nació aquí y aquí en Belén tenemos un sitio bíblico muy, muy famoso llamado la Iglesia de la Natividad, entre muchos otros sitios, pero la Iglesia de la Natividad es uno de los sitios más famosos porque en ella se encuentra el lugar de nacimiento de Jesús. Dentro de ella tenemos el lugar del pesebre.
“Y dado que tenemos todos estos sitios bíblicos en la ciudad de Belén, recibíamos muchas peregrinaciones de todo el mundo interesadas en visitarla, lo que significa que más del 85 por ciento de los ingresos de la ciudad provienen del turismo.
“Así que si los turistas vienen a la ciudad, la gente sigue viviendo, gana algo de dinero y sigue adelante, pero si no vienen, significa que nadie tendrá la oportunidad de seguir viviendo o de ganar dinero.“Aquí hay muchos hoteles, muchos restaurantes, muchas tiendas de souvenirs y muchas fábricas que producen regalos para todos los turistas de todo el mundo.
“Pero en estos días estamos viviendo los tiempos más difíciles para nosotros, la gente de la ciudad de Belén, porque no hay turistas desde el 7 de octubre. Nadie ha venido aquí porque todos tienen miedo de lo que está sucediendo a nuestro alrededor.
“Sin embargo, la ciudad de Belén es una de las ciudades más seguras del mundo. Oramos por la paz, oramos por la justicia para que esta guerra termine.“Creo que esto es un gran juego político en el que se usa la religión para ganar más dinero y controlar todo el país. Pero, ¿qué podemos hacer? Solo podemos orar y esperar que esta guerra termine y que podamos tener la oportunidad de recibir turistas nuevamente en la ciudad de Belén.
“Y ni siquiera solo por la guerra, ya antes de que comenzara también sufríamos.
“¿Por qué? Porque nosotros, como palestinos en la ciudad de Belén, cristianos y musulmanes, no tenemos derecho a recibir turistas desde nuestro propio aeropuerto porque no tenemos aeropuerto.
“Más del 99 por ciento de los turistas llegan a través de Israel y este es uno de los mayores problemas que enfrentamos. La mayoría de los turistas pasan su tiempo en la parte israelí, lo cual está bien para nosotros, pero nos encantaría que también se quedaran al menos la mitad de su tiempo en esta parte, la parte palestina, para que puedan gastar algo de dinero aquí, no solo allá. Cuando hablo de hoteles, hay muchas familias que dependen de ellos, muchos trabajadores que viven gracias a los hoteles, lavanderías, comida, limpieza…
“Muchas personas trabajan en los hoteles y realmente tenemos muy buenos hoteles aquí en la ciudad, incluso hoteles de cinco estrellas.
“Pero como les dije, la mayoría de los turistas se quedan del otro lado y gastan su dinero allá. Nos encantaría pedirles que se quedaran también en Belén al menos la mitad del tiempo.“¿Saben?, la vida no es solo dinero, pero todo está relacionado. Y, por supuesto, el dinero es algo importante para que todos puedan seguir viviendo en este mundo”.
Mike no puede salir de Jerusalén porque en este momento no tiene el permiso oportuno. Le pregunto cuáles son los requisitos para obtener el permiso, pero entonces le suena el teléfono. Se disculpa y me informa de que tiene que salir un momento. Solo serán 10 minutos, me asegura. Me pide que me siente en una silla en la calle para que intente vender algo si pasa algún turista, no sé si en serio o en broma. Me deja esperando casi una hora, pero no me importa. Juego con los hijos de un comerciante vecino que me toman una foto como si fuera el dueño de la tienda. Otros comerciantes que pasan me miran un segundo extrañados pero en seguida sonríen. Nadie me pregunta qué estoy haciendo allí. Empiezo a fantasear con el ser el dueño del negocio. Mike es un tipo muy conocido y querido en el barrio.Cuando regresa, vuelve a disculparse y con la misma calma que hace todo se sienta a mi lado en un escalón, dejándome el privilegio de seguir sentado en la silla del dueño. Vuelvo a prender la grabadora y le pregunto por el permiso para salir de la ciudad. Él sigue hablando a sus oyentes:
“Como les dije, la ciudad de Belén está bajo control palestino, y todos los que viven aquí no pueden ir a la parte israelí. Con «parte israelí» me refiero, por ejemplo, a la ciudad de Jerusalén, que está bajo control israelí.
“Y ahora, en estos días, hay una frontera. Hay un muro entre la frontera palestina e israelí. Todos los que viven en la ciudad de Belén no pueden ir a la ciudad de Jerusalén ni a la parte israelí a menos que tengan un permiso israelí.
“Hay muchas maneras diferentes de obtener un permiso para cruzar al otro lado. La forma más fácil es conseguir un permiso por razones laborales. Y si quieres obtener ese tipo de permiso, debes tener más de 25 años, estar casado, y presentar pruebas de que vas a trabajar en una empresa de construcción. Luego, si tu perfil político está limpio, te darán el permiso, pero cuesta 2.500 shékeles al mes, lo que equivale a 800 dólares estadounidenses al mes por ese tipo de permiso. Y si tienes suerte y logras obtener ese permiso, hay horarios específicos en los que debes entrar y salir el mismo día. No puedes dormir allí. Tampoco puedes conducir tu propio coche allí. Solo puedes usar el transporte público israelí.
“Esta es una de las formas más fáciles de obtener un permiso para cruzar al otro lado. Y sí, hoy en día hay muchas familias que están separadas unas de otras. No pueden visitarse debido al muro. Ese muro fue construido en el año 2002 alrededor de toda Cisjordania. Sí, y mide 12 metros de altura, más alto que el Muro de Berlín. Sí, eso es todo”.
Me mira con una profunda tristeza. Le pregunto si es que no quiere seguir con la entrevista, si no quiere añadir nada más. “Mejor no”, me contesta bajando la cabeza y clavando los ojos en el suelo.
HEBRÓN, un cuarto de millón de habitantes, la mitad que hace 20 años. Tercer día del ramadán.
En Belén tomo un taxi compartido de siete plazas para viajar a Hebrón, por 11 shekels, unos tres dólares. Los autobuses y el pan son lo único económico en la Palestina ocupada, donde a pesar de la pobreza todo suele costar al mismo precio que en una ciudad cara occidental.
Las distintas plataformas de GPS no marcan las carreteras por donde vamos a transitar. Google Maps solo me señala una ruta para llegar caminando en ocho horas y media. Para arrancar hay que esperar a que se hayan ocupado las siete plazas, lo que sucede en menos de diez minutos. Los taxis amarillos tienen matrícula verde.
Cuando vamos saliendo de Belén, el conductor se asegura de que todos los pasajeros nos abrochemos los cinturones de seguridad. Cualquier excusa es buena para meterse en problemas con los soldados israelíes en los habituales “check points” improvisados o regulares. Dos de los pasajeros son un niño con la boca verde gritando porque está rabiando de dolor. Supongo que viajan a Hebrón para ver al dentista u otro médico. Nadie se queja.
A mitad de camino vemos un asentamiento ilegal muy cerca de la carretera y en una intersección, en territorio palestino, ondean banderas israelíes. A la derecha, en una parada de autobús, una docena de colonos con sus armas largas esperan una guagua. Nuestro conductor parece ponerse nervioso. Parece maldecir bajito. Tenemos el semáforo en verde pero no podemos avanzar porque dos soldados nos hacen señas moviendo sus metralletas. Inspeccionan el vehículo buscando cualquier excusa para hacernos regresar o simplemente por molestar. Uno señala una luz del taxi. Nuestro conductor mueve los controles de las luces hasta dejarlos en una posición agradable a los soldados. Continuamos nuestro camino.
La carretera por la que vamos sigue sin aparecer en Maps. A mi me duele la cabeza porque el niño no ha parado de gritar desde que salimos de Belén. La madre lo mece y trata de calmarlo con cariñosos chasquidos de la lengua y palabras que suenan amorosas. El conductor trata de calmarlo también, sin rudeza.
Vamos cruzando sin problemas los controles aleatorios que salpican una ruta en la que si no hay muros, se pueden ver olivares en terrazas en las que se dedican las esquinas a viñedos. Bajo las parras peladas pacen rebaños de ovejas.
En los sitios elevados se pueden ver los nuevos asentamientos ilegales, que comienzan a establecerse en lo más alto de las colinas y montañas y van descendiendo hasta que comienzan a rodearse de toscos muros de piedra antes de que el gobierno de Israel levante las barreras oficiales.
En Hebrón, buscando hospedaje para pasar la noche, doy con un hostal que tiene el encanto de una casa de okupas donde se alojan activistas palestinos, estadounidenses y canadienses, actualmente, pero que recibe voluntarios propalestinos de todo el mundo. Varios de los extranjeros han estado arrestados, cuentan historias de terror en sus encuentros con los israelíes y muestran un apasionado amor por el pueblo palestino. Algunos de ellos se han convertido al islam o están en proceso.También se hospeda un señor de Jerusalén, Aboo Osama, al que le dicen Abusama, que hace siete meses llegó a Hebrón a realizar un trabajo por unos días y ahora no puede regresar con su familia. El amigo que me llevó al hostal, Adel, palestino nacido en Hebrón, me guió por la ciudad vieja para mostrarme como los colonos se habían apropiado de calles en pleno casco histórico. Los comerciantes palestinos han tenido que instalar verjas de hierro cubriendo algunas calles porque los colonos les tiran piedras y basura desde las ventanas de las casas ocupadas. Adel me enseña dónde, tras un muro con concertinas, Israel ha construido una escuela sobre otra palestina, y los candados que los soldados ponen en las puertas de las tiendas aledañas para que los comerciantes nativos no las puedan abrir.
Los palestinos tienen que soportar el suplicio de pasar por controles para ir a rezar a la mesquita o incluso para regresar a sus casas después de ir al mercado.
“Sí, como te dije, es una de las políticas israelíes para mantener a los palestinos en lucha constante, para ponernos en una situación cada vez más difícil, estamos peor económicamente y todos los días soportando abusos de los soldados y los colonos. Quieren que nos vayamos y quedarse todo para ellos”, lamenta Abdel. Aboo nos cocinó a los huéspedes del Friend Hostel, en la que todos se siente como parte de una familia, una deliciosa maqdula para romper el ayuno del día, tan rica como el arroz con pollo y pimientos rojos que hacía mi madre. Pero con coliflor en lugar de pimientos.Después de una maravillosa cena palestina compartida, se va la luz en todo Hebrón, comienzan a escucharse explosiones y helicópteros militares sobrevuelan la ciudad. ie
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