1. La despedida
Por Iñaki Estívaliz
Fotos y vídeos: Alessia Maccioni
Especial para Claridad
Tiro/Beirut (El Líbano), 19 ago.- Miles de libaneses chiíes despidieron este domingo en el sur de Líbano al comandante Hussein Ibrahim Kassab, líder de Radwan, la fuerza de élite de la milicia de resistencia islámica contra Israel, Hezbolá.
Kassab fue asesinado el día anterior de un torpedazo de dron mientras viajaba en una motocicleta por una carretera de Tiro, al sur del país.
El ataque fue filmado y publicado por el Ejército sionista y se puede encontrar en las redes.
Los hombres, alrededor del féretro, con las manos en el pecho, cantaban consignas que parecían plegarias o rezos que parecían reclamos.
Las mujeres, de negro, lloraban viendo desde las aceras pasar el féretro, enfundado en la bandera amarilla de la milicia islámica.
Desde los tejados se lanzaban amapolas rojas sobre el ataúd, al que acudieron a rendir respeto niños, soldados y líderes militares y religiosos.
El día de la muerte del comandante Kassab coincidió con un intenso intercambio de fuego entre los sionistas y Hezbolá, que esa mañana había disparado 55 cohetes, que ninguno fue interceptado, contra el norte de Israel, donde produjeron una decena de incendios.
El ataque desde el Líbano se había llevado a cabo después de que los sionistas bombardearan un almacén de armas en el municipio de Al Kour matando a diez sirios.
Ahmed, un taxista de Beirut, a una hora y cuarto por carretera de Tiro, me asegura “que ahora de lo que Israel está más preocupado es por los túneles”.
Este viernes, Hezbolá publicó un video de su red de túneles Emad-4 en la que se pueden ver grandes camiones y lanzaderas de misiles de largo alcance circulando por pasillos de tamaños monumentales bajo tierra.
“No han podido con Hamás, que lo que tiene son ratoneras por donde solo cabe una persona a la vez, en diez meses usando todas sus fuerzas, ¿qué se creen que van a hacer con Hezbolá?”, dice muy serio el taxista en inglés.
El secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, llegó este domingo a Israel donde se reunirá este lunes con el primer ministro Benjamin Netanyahu y el martes viajará a El Cairo para participar en unas conversaciones de paz a las que no asistira directamente Hezbolá.
Y mientras en Gaza los soldados sionistas siguen bombardeando inmisericordes y metiéndoles palos de escoba por el culo a sus detenidos y en el sur de Líbano no se puede estar tranquilo, en Beirut se vive como en una extraña realidad de una hermosa ciudad destartalada.
Conserva, tras haber sido el centro turístico y financiero del Medio Oriente, una sorprendente cantidad de edificios altos de apartamentos de lujo, hoteles de todas las categorías y restaurantes y cafeterías chics.
Este domingo, mucho beurutíes disfrutaban de las piscinas y los balnearios como si no pasara nada.
Pero las últimas décadas de guerras y crisis han provocado que todos esos espacios de ensueño sigan funcionando a un 10 o 20 por ciento de su capacidad.
Las joyerías y tiendas de ropa cara conviven con edificios abandonados salpicados de agujeros de proyectiles, con la ausencia de iluminación urbana y el inane gobierno.
Barricadas y tanquetas salpican algunos barrios estratégicos.
El gobierno depende absolutamente de Qatar para poder ofrecer servicios mínimos como la electricidad.
Precisamente este fin de semana, se anunció que Argelia suministrará inmediatamente al Líbano combustible para operar sus centrales eléctricas.
Y a pesar de los pesares, en Beirut se pueden ver a mujeres solas bebiendo cócteles, o fumando hooka con las amigas, o mostrando sus cuerpos al sol en las piscinas privadas.
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2. Terrorismo sónico
Por Iñaki Estívaliz (enviado especial de Claridad)
Beirut, 20 ago.- Israel ha incrementado las últimas semanas los vuelos supersónicos sobre Beirut. Los cazas del Ejército sionista, violando impunemente el espacio aéreo libanés, se acercan hasta la capital, descienden hasta una altitud insánamente cercana a la tierra y, cuando llegan a la ciudad, rompen deliberadamente la barrera del sonido causando un aterrador estruendo de fin del mundo que hace vibrar cristales y puertas.
El gobierno libanés anunció este lunes que ha presentado una queja ante el Consejo de Seguridad de la ONU contra estos vuelos que «aterrorizan a todos los civiles».
«En la queja, el Líbano condena estas transgresiones que constituyen una flagrante violación de la soberanía del Líbano y de su espacio aéreo, y de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad», que puso fin a la guerra de 2006, indicó en un comunicado el Ministerio de Exteriores libanés.
En la comunicación del Ministerio se añade que estos vuelos «también violan varias disposiciones de la ley humanitaria internacional, que prohíbe cualquier forma de castigo colectivo, y la intimidación moral que practica Israel aterrorizando a todos los civiles y desatando el pánico entre ellos», especialmente “los más vulnerables” como los niños.
Estos vuelos de guerra sicológica eran usuales en la región sur del Líbano desde que el pasado octubre Israel comenzó sus agresiones contra el grupo chií libanés Hezbolá, pero desde las últimas semanas se están produciendo también sobre Beirut y cada vez más frecuentemente.
Unos adolescentes pasando el tiempo entre risas en una de las arterias comerciales de la ciudad, la calle Hamra, aseguran que están deseando ser reclutados para luchar “sin miedo” al “invasor sionista”.
Muchos transeúntes rechazan hacer comentarios, la mayoría con una sonrisa, algunos, con enfado.
Ibrahim, tomándose un café en una terraza, desdeña la situación actual afirmando que “la guerra ahora es más mediática que real”, y que han pasado por situaciones “mucho más malas, horribles”, en los últimos años.
Tras haber sido largamente el principal centro financiero y turístico del Medio Oriente, el Líbano no ha levantado cabeza desde la guerra civil que destruyó el país entre 1975 y 1990.
Luego ha pasando por una sucesión sin descanso de crisis económicas y sociales internas y diferentes conflictos con Israel y Siria.
El pasado lejano y reciente del Líbano ha cincelado el aspecto urbano de Beirut, donde sorprende la mezcla de grandes hoteles y edificios de apartamentos de súper lujo con inmuebles abandonados, monumentos y hasta palmeras acribillados por impactos de proyectiles.
Las calles son un hervidero de gente a lo suyo, de tiendas donde trabaja una persona y sus amigos fuman hooka en la acera.
Los contrastes en Beirut no dejan de sorprender ya que, por ejemplo, siendo un país mayoritariamente musulman, se vende alcohol en licorerías, restaurantes y bares por todas partes y las mujeres conducen todo tipo de vehículos, fuman, miran a los ojos, mantienen la mirada y sonríen.
Probablemente, Beirut sea uno de los lugares donde se conduce más descontroladamente, sin embargo, los conductores no se gritan ni hacen aspavientos. Si suenan mucho las bocinas, son los taxis ilegales tratando de llamar la atención de potenciales clientes. Los motoristas piden paso guiñando un ojo.
Muy pocos semáforos funcionan y se supone que solo hay suministro eléctrico seis horas al día, pero tras 50 años de tragedias compartidas, la sociedad ha aprendido a no depender del Gobierno, descabezado desde 2022.
Por su puesto, los hoteles y negocios tienen sus propios generadores, pero también muchos edificios de apartamentos.
Paseando por la calle se ven a cada pocos metros camiones cisterna de gasoil descargando. Los camiones grandes suministran a los hoteles y edificios altos. Pero hay camiones de todos los tamaños para atender los pequeños negocios subidos a las aceras, y se ven algunos construidos a mano con chapas de metal soldadas.
Desde la última crisis energética de 2019, el país depende de préstamos de petróleo de Qatar e Irak y, desde la próxima semana, de Algeria, según se anunció el domingo.
Así que los cortes afectan más que nada a los más pobres y al Gobierno. El pasado fin de semana se quedaron sin electricidad el aeropuerto y las prisiones.
En el Ministerio de Información, donde se acredita a los periodistas, no funcionan los elevadores y se atraviesan pasillos y se suben y bajan escaleras en la oscuridad.
En Beirut no se ven policías y prácticamente no existe la delincuencia común. Sí se ven soldados apostados junto a tanquetas y barricadas urbanas en puntos estratégicos.
En el Centro de Libertad de Prensa de Beirut me han prestado un chaleco antibalas de esos que pone PRESS, por si quiero viajar al sur, donde está la frontera con Israel.
Estados Unidos y Australia han pedido a sus ciudadanos que se monten en el primer vuelo que puedan para abandonar Beirut antes de que una escalada de la violencia sionista colapse el aeropuerto, la única vía para salir del país, ya que los ferries a Chipre dejaron de funcionar hace tiempo y los países fronterizos son los prohibidos Siria e Israel.
A mí me maravillan los cedros que crecen entre los edificios por todo Beirut. Un cedro es el símbolo que aparece en la bandera del país. He visto trinitarias tan altas como cipreses adornando vestigios fenicios, griegos, romanos y otomanos.
Hay un McDonald’s y un KFC frente a la Universidad Americana.
Veo un pueblo de comerciantes milenarios acogedores, que no te engañan demasiado a pesar de la confusión con la doble moneda dólar-libra libanesa, y que si no tienen lo que estás buscando llaman por teléfono a un amigo y te lo traen.
El genocídio sionista continúa sin descanso en Palestina mientras se desarrollan supuestas conversaciones de paz en El Cairo que suenan más a tambores de guerra que a trompetas de alabanza.
En la frontera sur libanesa no hay día sin intercambio de agresiones entre Hezbolá y los sionistas y en cualquier momento la muerte puede llegar a Beirut, donde la gente vive sin miedo, disfrutando de la amistad, los cafés y la comida mediterránea callejera.
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3. Thank you
Por Iñaki Estívaliz
Fotos de Alessia Maccioni
Enviado especial de Claridad de Puerto Rico en el Medio Oriente
Beirut (Líbano), 23 ago.- El campo de refugiados de Burj El Baranjneh (la Torre de Torres), en una zona del sur de Beirut controlada en la actualidad por el movimiento chií político y militar Hezbolá, es uno de los más antiguos y poblados de la región.
Fundado en 1948 por la Cruz Roja para tratar de atender la gran catástrofe del Pueblo palestino (Nakba), actualmente acoje, hacinados en un espacio de un kilómetro cuadrado, a más de 20.000 refugiados de Palestina y otros tantos de Siria.
El estado libanés no tiene jurisdicción allí.
Antes de llegar al campamento, en los sucesivos controles atrincherados, atendidos con más o menos celo pero siempre con metralletas, hay que asegurarse de que la música del vehículo esté apagada y de detenerlo ante cualquier soldado que mire al conductor, que no debe llevar puestas gafas de sol y tiene que mirar con humildad a los ojos del militar para continuar circulando.
En la actualidad, se calcula que hay seis millones de palestinos refugiados o exiliados por el mundo que quieren regresar a su tierra.
En Burj El Baranjneh sobreviven todavía 13 ancianos que llegaron al campamento en 1948.
En el Líbano, medio millón de palestinos malviven en 12 campamentos. Eran quince, pero tres de ellos no sobrevivieron a los habituales bombardeos de Israel a los campos de refugiados libaneses entre 1971 y 1982.
Entrar al campamento es como cambiar de dimensión a un laberinto de intrincados callejones oscuros, por lo estrecho y por el toldo de cables y tuberías suspendidas en el aire que arropan todo el asentamiento.
“No hay otro lugar en el mundo como este campamento”, asegura Jamil Abosamra, jefe de partido y coordinador de uno de los sectores de Burj El Baranjneh.
Nació en Tulkarem, en Cisjordania, y tenía 6 años cuando en 1969 el ejército Israelí irrumpió por enésima vez en su pueblo. En aquella ocasión, le tocó a su familia despedirse de sus tierras ancestrales.
Explica que si bien otros campamentos de refugiados que se fueron levantando después contaban con una mínima planificación, Burj El Baranjneh era un terreno baldío donde comenzaron a llegar unas pocas familias de pequeñas poblaciones de Palestina.
Las tiendas de lona fueron cambiando a techos de zinc. Siempre con la esperanza de que sería algo temporal, las familias empezaron a construir.
“Pero estamos cercados. No podemos crecer hacia los lados. Tuvimos que crecer hacia arriba”, expone Abosamra.
Los hijos levantaron casas imprecisas sobre las de sus padres por cinco generaciones y hoy, en la Torre de Torres, hay construcciones irregulares de hasta 14 plantas.
El líder comunitario lamenta la pobre ayuda que siempre ha prestado la ONU a los refugiados palestinos en Líbano: “dice que va a hacer diez cosas y hace dos. Dice que va a ayudar a 50.000 y llega solo a 5.000”.
La situación de los refugiados en Burj El Baranjneh, después de 76 años de temporalidad, sigue siendo lamentable.
Muchas familias tienen que compartir el mismo baño y la privacidad es un bien escaso.
Los palestinos refugiados, en el caso de que tengan papeles, es la de ciudadanos de tercera clase en Líbano. No pueden comprar una casa ni acceder a estudios superiores de calidad ni trabajos profesionales por ser refugiados.
“Mi hijo, cuando se casó, compró una casa fuera del campamento, pero está a nombre de otra persona fuera del país”, confesó el líder comunal.
“El gobierno libanés no siempre se ha portado bien con los refugiados, a quienes han considerado terroristas en el pasado”, lamenta Abosamra insistiendo en el pasado para evitar problemas en el presente.
La sociedad libanesa no vinculada a movimientos como el de Hezbolá, ve a los palestinos como un problema que los perjudica más que sentir solidaridad musulmana.
El campamento fue destruido en tres ocasiones en la década de los ochenta (1982, 1985, 1988), durante una guerra civil (1975-1990) envenenada por el sionismo con saldos de miles de muertos y la mitad de la población masculina encarcelada en cada ocasión.
Las familias en el campamento sobreviven con unos ingresos medios de 200 dólares al mes y dependen, más que de las ayudas de las organizaciones internacionales, de las aportaciones de familiares en Europa y Estados Unidos, principalmente.
Abosamra tiene una espina en el alma que no se le va a curar nunca. De todas las penurias que ha pasado en su vida no hay nada que le haya hecho más daño que no haber podido volver a su pueblo para el entierro de su madre.
“Es muy duro no poder decir adiós”, dice apenado pero convencido de que volverá.
“Aunque tenga que pasar tres años de los que me quedan preso en Jordania (donde fue expulsado la primera vez), estoy convencido de que volveré. Todos los palestinos queremos volver, aunque la ONU quiera cambiar esta manera de pensar”, insiste muy serio mientras tomamos café y fumamos en una especie de Casa del Pueblo.
Nuestro guía y traductor, que quiso ser identificado como Mr Harvey para esta nota, soltó una carcajada.
“Yo no pasaría ni un día en la cárcel por volver a Palestina”, afirmó el joven de 23 años, campeón de ajedrez, cuya mayor aspiración en la vida es mudarse a Estados Unidos, tener un Porche y nunca un jefe.
El joven Mr Harvey nos llevó, entre otros sitios, a la casa donde nació. Subimos con él a la azotea, donde al ver un activo palomar pensé que estaba visitando el centro de comunicaciones revolucionarias del campamento.
En pleno agosto, hacía mucho calor. Mr. Harvey no nos quiso cobrar absolutamente nada y no permitió que pagáramos ni por las necesarias botellas de agua.
Un “fixer” como él suele cobrar unos trescientos dólares por llevar a periodistas a lugares como este.
A falta de infraestructuras, los niños se pasan el día jugando en la calle, corriendo entre los estrechos callejones y conduciendo motocicletas sin casco años antes de lo permitido en cualquier otro lugar del mundo.
Estoy hablando con la fotógrafa en una esquina esperando a Mr Harvey. Siento un tironcito en la camisa a mi espalda. Me vuelvo y tengo que bajar la mirada para encontrar a una niña de unos cuatro años con la sonrisa más hermosa del universo que me dice: “Thank You”.
Vamos caminando y niños y niñas se acercan, no para pedir dinero, como sería normal, sino para posar con sus sonrisas que salvan el mundo y decir: “Thank you”.
Mis niveles del síndrome del impostor se dispararon hasta marearme de la vergüenza.
Desde la desquiciada contestación de Israel a la incursión de Hamás en territorio ocupado el 7 de octubre, los periodistas gazatíes cubriendo el genocidio sionista se han convertido en los grandes héroes de la infancia palestina.
Más de 160 han sido asesinados, muchos de ellos con sus familias. Otros han sobrevivido pero el ejército sionista ha matado a sus hijos y parejas.
Algunos de los sobrevivientes, como Wael Al-Dafidouh o Motaz Azaida, son los Messi de los niños y niñas refugiados que los ven como la única arma efectiva que tienen contra la injusticia que sufren.
Por poco me muero de la deshidratación por el sudor, pero también por las lágrimas que a cada poco ocultaba con la excusa de secarme la frente.
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4. Karaoke
Por Iñaki Estívaliz
Enviado de Claridad de Puerto Rico
Especial gonzo para Revista Cáñamo
Beirut/Biblos (El Líbano), 25 ago 20124.- El libanés pide dinero prestado a su familia, a sus amigos y hasta al banco, si es necesario, antes de quedarse sin salir de fiesta un fin de semana.
Me lo asegura Ameed, el joven conserje de mi hotel en Beirut, al que se le iluminan los ojos cuando me ve salir del ascensor con pintas de ir de marcha.
“Por fin, señor César, va a conocer usted el verdadero Líbano, porque aquí, donde no tenemos deportistas destacados y nuestro equipo de fútbol apesta, no pasa nada (me hace un gesto con los hombros, manos y cara que quiere decir: a parte de las guerras), pero sabemos pasarlo bien”.
Aquella tarde, había visitado el campo de refugiados del Burj El Baranjneh (la Torre de Torres), en una zona del sur de Beirut controlada en la actualidad por el movimiento chií político y militar Hezbolá y que es uno de los más antiguos y poblados de la región.
Fundado en 1948 por la Cruz Roja para tratar de atender la gran catástrofe del Pueblo palestino (Nakba), actualmente acoje, hacinados en un espacio de un kilómetro cuadrado, a más de 20.000 refugiados de Palestina y otros tantos de Siria.
Quedé devastado con la reacción de los niños al vernos y que, en lugar de pedir dinero, nos daban las gracias por estar allí para escuchar sus historias y contarlas en el mundo exterior.
Llevaba un par de horas sentado en la habitación del hotel frente a la computadora conmocionado sin ser capaz de reaccionar para hacer nada hasta que me llamaron para ir a un karaoke.
Nuestro guía palestino, un joven de 23 años nacido en Burj El Baranjneh, nos llevó a unos de estos establecimientos a media hora al norte de Beirut.
Salvo un señor que cantó en inglés el “My Way” de Sinatra, los demás cantantes aficionados lo hicieron en árabe, con calidad de barítonos profesionales y emoción mediterránea.
Salí a fumarme un porro, pero en seguida vinieron a buscarme para que lo hiciera en el interior del local, donde estaba permitido y resultaba más seguro.
No pensaba fumar en este viaje, intimidado por los supuestos tres años de cárcel a lo que se arriesga uno por posesión y recordando la película sobre Turquía “Expreso de medianoche”.
El hachís me lo había regalado un par de días antes en una cena de periodistas el fotógrafo asturiano de un importante medio estadounidense.
Tatuado, con argollas en las orejas y cuerpo de gladiador, el fotógrafo había sido secuestrado por las tropas de Gadafi, en Libia, y cada vez que abría la boca contaba una anécdota sobre la que se podría filmar una película.
Tenía la manía de no perderse un partido del Sporting de Gijón y para lograrlo había llegado a atravesar fronteras de países en guerra los domingos.
Estaba ofuscado como un toro encerrado, ya que su periódico no le dejaba salir a su aire y ahora todos sus movimientos eran monitoreados desde Washington y para salir de Beirut tenía que hacerlo escoltado por un equipo de guardaespaldas militarizados.
“En este país se puede conseguir fácil cualquier droga que encuentres en cualquier otra parte del mundo y algunas que solo encuentras aquí”, aseguró el asturiano.
El novio libanés de una compañera española acabó de tranquilizarme al decirme que en Líbano es normal ver a la gente fumando cannabis en cualquier contexto y que, como mucho, te caen 15 días de calabozo ambulatorio.
Durante los setenta y ochenta, en Líbano se cultivaron las mayores plantaciones de cannabis en la historia moderna de la marihuana.
El Líbano, que no levanta cabeza desde la guerra civil espoleada por Israel (1975-1990), ha atravesado por crisis económicas, sociales y conflictos bélicos que llegan hasta este momento.
Es el único país árabe que hace vino. La milenaria tradición ha sobrevivido a invasiones y religiones.
No sabía que los karaokes podían ser tan divertidos y emocionantes. Llegamos asustados porque nos habíamos pasado de salida de la autovía y, convencidos por nuestro guía palestino, circulamos unos cincuenta metros en contra dirección.
Allí dónde fueres haz lo que vieres
Los locales, realmente dotados para la música, repasaban sus canciones favoritas, que yo no había escuchado en mi vida, haciendo coros y bailando desde perreo a la tradicional danza del vientre.
A los asistentes se les saltaban las lágrimas cada vez que alguien cantaba una rola de Umm Kulthum (1898-1975), la cantante egipcia más querida en todo el Medio Oriente, incluyendo a los sionistas de Israel. Es conocida como “la más grande”.
Kulthum alargaba sus canciones hasta media hora y más de tres millones de personas participaron en su comitiva fúnebre, nos contaba Helena, una joven periodista de un prestigioso periódico español, que había aprendido en El Cairo árabe y a bailar la ardah y el dabke.
Marcos Méndez, paracaidista para Telecinco, Cuatro y medios de su Galicia, me apoyó con vehemencia cuando yo, chipionero, le decía a Helena contrariado que la más grande sólo hay una, Rocío Jurado.
Perdimos a Helena un rato porque fue secuestrada para bailar con un grupo de mujeres locales, maravilladas de compartir sus ritmos y movimientos con una occidental.
Marcos y yo hicimos el más vergonzoso de los ridículos cantando el “Me va” de Julio Iglesias.
Eran las cuatro de la madrugada cuando salimos del karaoke. Fuera nos esperaba Manolito, el Hyundai Micra blanco alquilado por Marcos que tiene la mala costumbre de recibirnos a menudo con la marca de un nuevo golpe en la carrocería.
Manolito trae por la calle de la amargura a Marcos, que a pesar de las pérdidas, no sabe decir que no a un bombardeo, nunca mejor dicho.
Para saber los países donde ha trabajado Marcos como corresponsal de guerra se acaba antes si se le pregunta dónde no ha estado.
Al día siguiente me levanté con la aplicación Duolingo para aprender árabe instalada en mi teléfono y una necesidad como de abstinencia por escuchar música sarracena.
No sabía nada de salsa, plena y bomba cuando llegué a Puerto Rico en 2001 y me cambió la vida.
Escuchando música árabe, ya sea tradicional, electrónica o heavy metal, me voy en el viaje trascendental como cuando escuché mis primeras descargas de tambor en el Caribe.
Vamos a cenar al Mezyan, en la comercial calle Hamra, donde un DJ marida la música perfectamente con los platos que pedimos.
Según se van vaciando los platos y elevando las conversaciones, la música se va calentando. En el restaurante, tipo comedor de moderno hotel de lujo, seríamos unos cien comensales, como cuarenta de ellos, mujeres de la comunidad LGBT+ celebrando algo importante, o simplemente que era viernes.
El DJ, como flautista de Hamelin, nos llevó a otra dimensión.
Si nunca he aprendido a bailar salsa por respeto a los ojos de los que miren, el baile del palomo lo hago en cuanto escucho música libanesa y me he bebido un par de Almaza o Beirut, las cervezas locales.
Los occidentales llamamos “baile del palomo” a desplegar los brazos moviendo los dedos de las manos mientras se saca pecho, se levanta y se mueve al ritmo de la música.
Las bombas no dejan de llover sobre Gaza, pero no podemos hacer nada. La frontera, a dónde debemos desplazarnos si se calienta la situación, parece fría.
Decidimos aprovechar el sábado tranquilo para viajar a Biblos, la ciudad habitada más antigua del mundo.
Cogemos carretera hacia el norte Manolito, Marcos, nuestro millenial guía palestino, Mr Harvey, y yo, ignorante, pensando que tendríamos que atravesar el desierto. Pero Líbano no tiene desierto y toda la costa está conurbada como Marbella o Miami.
Con Mr Harvey como DJ, vamos gritando, más que cantar, versiones en árabe del Despacito, La Copa de la Vida y el Bella Ciao.
Llegamos a la playa en Biblos y aparcamos frente a una fonda que se llama Casa Pepe. Comemos en un restaurante como los antiguos chiringuitos de Chipiona que se adentran en el mar sobre las piedras ostioneras.
Tras un baño en la playa y paseo por el centro, donde si te caes te puedes romper la frente con un ladrillo fenicio, griego, romano, persa u otomano, decidimos quedarnos a pasar la noche porque la guerra está tranquila y el enclave merece mucho la pena.
Disfrutamos de la ciudad sin turistas extranjeros. Los restaurantes, las calles y los bares están a un tercio de capacidad. Solo turistas locales disfrutan de las maravillas de Biblos en tiempos de rabia genocida sionista.
Tras tomar unas Almaza en la terraza de Be La Paz, logramos desoír a nuestro joven guía, loco por seguir de marcha (“yo consigo lo que queráis”, insistía), y nos vamos al hotel antes de la medianoche con la intención de hacer al día siguiente un recorrido por las ruinas que pudiéramos vender como reportaje de viajes.
No dormí en toda la noche por culpa de Mr Harvey, con el que me tocó compartir habitación. Se pasó un par de horas comunicándose con sus amigos y novias y cuando se fue a dormir dejó la música puesta y se puso a roncar como un gigante borracho.
A las siete de la mañana me fui a dar una ducha, que fue interrumpida por unos golpes en la puerta de la habitación. Como “el niño” no se levantaba a abrir, corrí goteando y en toalla a la puerta.
Sabía quién iba a ser y para qué.
Allí estaba Marcos con cara preocupada de torero antes de la faena: nos vamos. Israel ha atacado la frontera del Líbano esta noche y Hezbolá ha lanzado 320 pepinazos. Parece que es el mayor intercambio desde 2006. EFE
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