La Paz, 16 de octubre 2020.- Bolivianos y bolivianas acudirán este domingo a las mesas electorales con miedo a la violencia, al Covid-19 y a la depresión económica, pero por primera vez en la historia del país andino contarán con un contingente de ciudadanos no adscritos a los partidos ni al gobierno que supervisarán a pie de urna los comicios.
Unos 7,3 millones de electores están habilitados para votar a 352 autoridades entre presidente, vicepresidente, senadores y diputados.
El director de la organización sin fines de lucro Centro de Estudios y Apoyo al Desarrollo Local (CEADL), Juan Carlos Balderas, uno de los responsables de la novedosa iniciativa ciudadana, explica que las elecciones en Bolivia siempre han contado con observadores internacionales, pero que esta será la primera vez que los comicios también serán supervisados por ciudadanos locales.
“Por primera vez en el país se está dando un proceso de observancia electoral de la sociedad civil reconocida por el Estado”, explica Balderas en su oficina de La Paz, ciudad para la que se han capacitado 394 supervisores.
La iniciativa, que contará en todo el país con 12,000 observadores ciudadanos, ha sido impulsada por la Unión Europea, la Red OBSERVA Bolivia Tu Opinión Cuenta (que engloba a 16 organizaciones como el CEADL) y la Fundación IDEA Internacional.
Los supervisores u observadores ciudadanos han sido adiestrados “en lo que significa la ciudadanía plena y el ejercicio pleno de los derechos ciudadanos, en qué significa ser jurado electoral, qué papeles cumple el presidente, el secretario de mesa”, qué es el Tribunal Electoral y qué son las Cortes Departamentales, “o sea, toda la arquitectura estatal que está destinada a este asunto”, indica Balderas.
De este modo, según Balderas, la sociedad civil boliviana toma una participación directa y concreta en el control y la supervisión de las elecciones “pero desde una perspectiva mucho más cualitativa”.
Las elecciones del domingo serán las primeras después de los frustrados comicios del 20 de octubre del año pasado en los que acusaciones de fraude contra el presidente Evo Morales y la subsiguiente convulsión social acabaron con el líder indígena exiliado en México, actualmente en Argentina, y con la opositora Jeanine Añez, hasta entonces segunda vicepresidenta del Senado, como presidenta interina del Estado Plurinacional de Bolivia.
En las elecciones del domingo habrá al menos dos supervisores ciudadanos en cada mesa electoral y se habilitará un centro de llamadas y una aplicación digital para que los observadores puedan presentar informes cada tres horas o siempre que suceda algún problema de envergadura, como que se les niegue realizar su cometido.
Balderas cuenta que no les costó tanto conseguir y capacitar a los supervisores, incluso para los lugares más remotos del país, como lograr “una relación orgánica y articulada con el Estado”, que finalmente autorizó la iniciativa a través del Tribunal Electoral y las Cortes Departamentales, ya que “no hay ninguna relación con el Gobierno como tal, pero sí hay una relación con el Estado”.
Tras las elecciones, se entregará un informe al Tribunal Electoral y a las Cortes Departamentales.
Los comicios del domingo van a estar marcados por varios factores atípicos.
“Estamos atravesando un momento electoralmente muy difícil en el país”, lamenta Balderas, quien indica que el primero de estos factores es el precedente electoral del año pasado cuando se anularon los comicios por el “elemento fraudulento más concreto” de que a las ocho de la noche se detuvo “el sistema de conteo porque cada vez era menor la distancia entre el primer y el segundo candidato, lo que forzaba una segunda vuelta que para el partido de gobierno hubiera sido muy difícil de remontar”.
Otro elemento clave que va a afectar las elecciones del domingo “tiene que ver con la violencia que se generó en el país después de que se anulan las elecciones y que hay un desborde de violencia muy fuerte muy sostenido” que se saldó con “12 personas asesinadas.
Un tercer factor importante que va a influir es el Covid-19. Con 11 millones y medio de habitantes, hasta el momento se han registrado en Bolivia 139,000 casos y 8,407 muertes.
“La crisis sanitaria que ha generado el Covid, que ha generado mucho miedo en el contexto de un país depauperado económicamente, con muy poca infraestructura sanitaria como para responder a los retos que trae el virus y una cantidad de muertes significativas para un país como este, que somos muy pocos, y fundamentalmente la sensación de miedo que se ha transmitido a la población a través de los mensajes cotidianos: no te acerques tanto que te vas a contagiar, que el contagio te lleva a la muerte irremediablemente”, relata Balderas.
“Hay toda una sicología de miedo que antecede a esta elección. Estos precedentes de violencia y miedo a la enfermedad le da una característica particular a esta elección”, añade.
Además, la sociedad sabe que gane quien gane no va a evitar una profunda crisis económicas.
También está el miedo, según Balderas, de que si el Movimiento Al Socialismo (MAS) de Evo Morales, representado en la candidatura de Luis Arce, resulta perdedor, sus seguidores “van a volver a violentar el país”.
Pero Balderas es optimista. Considera que la iniciativa de observadores ciudadanos es una forma de ampliar los espacios ciudadanos que habían sido restringidos y celebra que un 70 por ciento de los observadores son menores de 25 años.
“Se ha hecho un esfuerzo a nivel nacional realmente importante para que esta gente (observadores) no solo comprenda lo que es la democracia, la ciudadanía, el valor del voto, y todo lo que pueda significar el derecho ciudadano de supervisar estas elecciones, si no la posibilidad de la restructuración de un sueño diferente con relación a la visión de país que necesitamos”, sostiene Balderas. ie
Gane quien gane las elecciones en Bolivia, las mujeres pierden
Por Iñaki Estívaliz
Corresponsal de Wilana/Qhana (En Rojo/Claridad)
La Paz, 15 de octubre de 2020.- Gane quien gane las elecciones de este domingo en Bolivia, o en la segunda vuelta en diciembre, a los comicios les seguirá una profunda crisis económica de la cual las más perjudicadas serán las bolivianas, asegura la psicóloga, comunicadora, activista LGBT y por los derechos de las mujeres María Galindo.
Unos 7,3 millones de electores están habilitados para votar el 18 de octubre a 352 autoridades entre presidente, vicepresidente, senadores y diputados.
“Creo que Bolivia está yendo a unas elecciones donde la política, o el derecho a hacer política, está privatizado. Los bolivianos y las bolivianas tenemos derecho a elegir, pero no tenemos derecho a ser elegidos ni a ser elegidas”, manifiesta Galindo en una breve entrevista en el centro comunitario feminista La Virgen de los Deseos, del colectivo Mujeres Creando.
Para Galindo, autora de libros como “Feminismo Urgente. ¡A despatriarcar!” y “No hay libertad política si no hay libertad sexual”, en Bolivia “no existe una democracia. Lo que va a haber el domingo es un escenario que responde a un acto de marketing electoral, que eso no es un acto democrático”.
Las elecciones del domingo serán las primeras después de los frustrados comicios del 20 de octubre del año pasado en los que acusaciones de fraude contra el presidente Evo Morales y la subsiguiente convulsión social acabaron con el líder indígena exiliado en México y con la opositora Jeanine Añez, hasta entonces segunda vicepresidenta del Senado, como presidenta interina del Estado Plurinacional de Bolivia.
Galindo, que no se casa con nadie, ni con el Movimiento al Socialismo (MAS) de Morales ni con ninguno de los grupos opositores, asegura que el gobierno de Añez ha sido el peor de la historia de Bolivia mientras se desayuna al periodista y profesor Roberto Brockmann, autor de “21 días de resistencia. Caída de Evo Morales”.
La sociedad boliviana se encuentra dividida entre los que piensan que la salida de Morales se debió a un golpe de estado, los miembros y simpatizantes del MAS, principalmente, y los que consideran que se trató de un proceso de renovación democrática legítimo.
Brockmann es de los que piensan que no hubo golpe de estado. En el programa radial Barricada, que Galindo dirige y conduce por Radio Deseo y que se transmite en video también por internet, la orgullosa lesbiana reventó esta mañana con su estilo directo e inmisericorde la narrativa “colonialista” de Brockmann, autor muy respetado en otros ambientes como el de la clase media blanca boliviana.
Sin pelos en la lengua y rabiosamente independiente, Galindo diseccionó las contradicciones, maniqueismos y ausencias imperdonables que a su parecer contiene el libro en la cara del autor, que trató de contestar cada embestida de la activista con toda la dignidad que pudo, con poca suerte la mayoría de las veces.
“Bolivia está sumida en una crisis económica de corrupción y una crisis política muy profunda y se van a dar luchas muy importantes en los próximos meses”, me dijo después de acabar con Brockmann.
Galindo, quien en su libro “No hay libertad política si no hay libertad sexual” se describe como “escritora, grafitera, radialista, cocinera, cineasta, maricona pública y agitadora callejera”, ha popularizado eslóganes pintados en las paredes de La Paz y Buenos Aires como “Ninguna mujer nace para puta”, que además es el título de otro de sus libros.
Su más reciente intervención callejera la realizó esta semana, el 12 de octubre. Con el eslogan “Nuestros sueños no caben en sus urnas”, un grupo de mujeres indígenas, principalmente, vistieron en La Paz la estatua de la reina Isabel la Católica de cholita, con su sombrero bombín, su pollera y su aguayo (pañuelo manta) y rebautizaron a la monarca como la Chola Globalizada.
Sobre si la abrupta salida de Evo Morales del país se debió a un golpe de estado o a un proceso democrático, Galindo asegura que el proceso no tuvo nada de democrático y que hubo golpe, pero que tiene su propia “tesis abierta” sobre una narrativa que todavía está “en disputa”.
“Ha habido un golpe de estado pero han habido otro tipo de fenómenos más. El Movimiento al Socialismo no es la víctima de este proceso, el Movimiento al Socialismo es corresponsable de este proceso”, insiste con su voz tan áspera como lúcida e independiente.
Para las elecciones del domingo quedan en la competencia por la presidencia seis candidatos, pero solo tres cuentan con el suficiente respaldo, según las encuestas, para ganar: Luis Fernando Camacho (Creemos), Luis Arce (MAS) y Carlos Mesa (Comunidad Ciudadana).
Salga quien salga, según Galindo, la mujer boliviana va a perder.
“No importa, cualquier gobierno que suba es un gobierno que es producto de un proceso de secuestro y de privatización de la política. No es que este -el que gane- va a funcionar para las mujeres. Yo de todas maneras estoy convencida de que vamos a ir a una crisis económica que se va a descargar con mayor crueldad en las espaldas de las mujeres independientemente de quien gane porque es lo que ha sucedido siempre”, lamenta la multifacética comunicadora y activista.
“La pandemia se ha descargado en las espaldas de las mujeres. La contención emocional, la contención económica, todo se ha descargado en las espaldas de las mujeres y estoy convencida que así va a ser”. ie
Uno de los porros que más he disfrutado en toda mi vida fue el que me regaló en el interior de un glaciar del sudeste islandés una catalana de dieciocho años, estudiante de Filosofía y Letras que trabajaba en un sex shop en Barcelona. Era el día de mi cumpleaños y aquella noche, cuando me lo fumé, las auroras boreales tiñeron de verde el cielo islandés, como un campo de marihuana entre las estrellas.
Había llegado al círculo polar ártico dos meses antes y no había fumado cannabis desde aquella primera noche de juerga fantástica en Reikiavik. Estaba allí para realizar una investigación periodística sobre cómo los islandeses habían salido de la crisis económica destituyendo al primer ministro y poniendo entre rejas a un puñado de banqueros cabrones, valga la redundancia. Para financiarme la expedición como periodista independiente me tocó trabajar de camarero durante cuatro meses en el restaurante del remoto hotel Hali, en la falda del glaciar Vatnajökull, el más grande de Europa.
Recibimiento solidario en el exilio cannábico
En la capital islandesa me recibieron Fernando, de Sevilla, y Daud, granadino, amigos de otro sevillano, el Pepe, que yo había conocido en Venezuela cuando fui a cubrir el funeral del presidente Hugo Chávez y las posteriores elecciones. La complicidad y camaradería, me atrevería a decir que la hermandad con la que me recibieron también Javier y Carlos, otros hermosos “malafollá” de Granada, me eriza la piel del sentimiento cada vez que los recuerdo.
Nevaba aquella noche mientras comíamos lentejas con chorizo en un apartamento de la capital islandesa antes de comenzar a ingerir unos hongos sicoactivos que los andaluces habían recolectado unos días antes de que las primeras nieves del invierno lo cubrieran todo. También nos fumamos unos porros de marihuana, pero como si nada: esa nefasta manía que tenemos los españoles, en España y en el resto del mundo, de ligar la yerba con tabaco, a menudo le quita toda la potencia y gran parte de su gracia al preciado oro verde. Pero cuando uno está en Islandia, he de reconocer que no hace falta estar entonado para fliparlo.
La forma más habitual de pillar en Islandia es llamando por teléfono al proveedor. No es usual comprar directamente en la calle si antes no has quedado. Pero no es demasiado difícil encontrar el número de un camello preguntando en el mercado callejero o incluso anunciado en papeles pegados en algún muro. Le compramos a un cubano, no tuve ocasión de preguntarle su historia, al precio habitual, tres mil coronas (unos veinticuatro euros) el gramo, Me cuentan que el consumo de marihuana está bastante generalizado entre la juventud y que se fuma sin mucha paranoia con la autoridad.
De marcha en Reikiavik
Aquella mi primera noche en “la isla de hielo y fuego”, como se conoce a Islandia porque el grajo vuela bajo y hay muchos volcanes, Björk celebraba su cumpleaños con una gran fiesta a la que no nos invitaron, pero casi que no nos importó. Fuimos a comprar cerveza –recomiendo la Viking– y, cuando nos bajamos del coche, Daud lo dejó abierto, encendido y con las llaves puestas. Ante mi sorpresa, me explicó que con el frío, si lo apagábamos, nos arriesgábamos a que no prendiera luego, y que de todas formas nadie lo iba a robar. No es solo que el coche estuviera hecho una porquería y que no lo iba a querer nadie, como era el caso. Es que en Islandia, y supongo que en los demás países nórdicos, no hay delincuencia como la que conocemos en las Tres Mil Viviendas y otras partes del planeta.
Luego me llevaron a una piscina pública. Para los islandeses, ir a la piscina es como ir a tomar un café en España. La piscina es su principal lugar de encuentro y socialización. En las piscinas públicas no se puede fumar, pero –repito– se flipa igual. A unos cuantos grados bajo cero tú estás en bañador. Te cae la nieve en la cabeza. Pero estás superagustico con el agua calentita acondicionada con la energía que generan los volcanes. Eso sí, antes hay que ducharse concienzudamente en los vestuarios entre un montón de impudorosos vikingos desnudos de todas las edades. Supongo que a todo se acostumbra uno.
Después de la piscina, Daud, Fernando, Javier y Carlos me llevaron de marcha a la calle Laugavegur y acabamos, no podía ser de otra manera, en el bar Lebowski. Lo que sucedió allí da para otra crónica. Solo contaré ahora que allí ganamos cuatro veces en la ruleta tantas cervezas que las acabamos regalando a los vikingos que pasaban por allí, y que, lamentablemente, terminé regando con un vómito oceánico la entrada de la casa de Javier y Carlos.
Al día siguiente tomé un autobús a Hali, en el sudeste de la isla.
Las auroras boreales, normalmente, defraudan a simple vista. Lo que se ve a ojo desnudo es un resplandor blanquecino, grisáceo. Hay que configurar la cámara fotográfica para que recoja los colores.
Un lugar remoto en la remota Islandia
Hali es el lugar habitado de todo el mundo donde mejor se ven, y más probabilidades hay de observar, las auroras boreales. Lo de habitado es un término bastante generoso para aquel lugar remoto, porque allí viven solo dos familias de antiguos granjeros, los empleados de los dos hoteles que abrieron las dos familias cuando en los setenta llegó la carretera, y, temporalmente, los turistas que llegan hasta allí para ver las auroras, las impresionantes cuevas de hielo del glaciar Vatnajökull y el sobrecogedor espectáculo de los icebergs flotando en la laguna de Jökulsárlón o varados en las playas aledañas de arena negra volcánica.
Antes de que construyeran la carretera que circunvala toda la isla hace poco más de cuarenta años, se tardaba varios meses en llegar desde Hali a la capital, trayecto que actualmente se recorre en unas horas, pues había que hacer tramos en barco, escalar montañas y lenguas de glaciares, y cruzar innumerables ríos y meandros sin puentes.
La única carretera nacional de Islandia actualmente tampoco es que sea gran cosa. Algunos tramos todavía permanecen cerrados durante el invierno. Muchos kilómetros son de gravilla y casi todo el recorrido es de un carril en cada dirección, a menudo, sin arcén. A cada poco hay puentes con un solo carril para ambos sentidos, por lo que hay que asegurarse antes de comenzar a cruzarlos que otro vehículo no los haya abordado en el otro extremo. Todos los inviernos, varios turistas caen a las aguas heladas.
En Hali me pasaba el tiempo sirviendo salmón ártico y cordero islandés, principalmente a grupos de asiáticos. Conocí mucha gente que llegaba hasta allí después de gastarse sus ahorros o darse el capricho de llegar hasta allí para ver las auroras boreales infructuosamente. Muchos regresaban a sus casas sin ver auroras porque les tocaron días nublados o sin la actividad solar necesaria para que se creen las auroras. Pero yo estuve allí cuatro meses trabajando de camarero y no fueron pocas las noches que al salir del trabajo el cielo explotaba en colores.
Las auroras boreales, normalmente, defraudan a simple vista. Lo que se ve a ojo desnudo es un resplandor blanquecino, grisáceo. Hay que configurar la cámara fotográfica para que recoja los colores. Pero cuando uno vive allí todo el invierno tiene la oportunidad, aunque en raras ocasiones, de apreciar sin tecnologías el verde, el amarillo, el violeta de las luces del norte más espectaculares.
Yo he visto bailar tres anacondas fluorescentes sobre mi cabeza que me acompañaron a casa una noche al salir del trabajo. Yo en Hali me he sentido como un replicante Nexus 6 viendo arder naves más allá de Orión.
El Comandante Chocolate en la isla que se eleva
Uno de los personajes más interesantes que conocí en Hali fue el veterano fotoperiodista de guerra estadounidense Michael Kienitz. Lo primero que le serví al gringo, sexagenario con cara de niño y un algo de Indiana Jones, fue un chocolate caliente. Su permanente sonrisa amable y sus bromas inocentes me cautivaron al instante. Conectamos y el Comandante Chocolate me contó mil batallas de sus coberturas de los conflictos bélicos que por más de dos décadas cubrió por todo el mundo. Se ganó el rango y el apodo porque mientras caían bombas a su alrededor y sus colegas periodistas se emborrachaban, él lo que bebía era chocolate.
Una de las historias más divertidas que me contó fue la de aquella vez en el Líbano que, tras una serie de circunstancias rocambolescas, perdido entre dos frentes de batalla, acabó conociendo a unos señores de la guerra que lo llevaron a fotografiar la mayor plantación de marihuana jamás concebida por el hombre hasta la fecha. Por aquellas fotos consiguió ser portada de la revista High Times, que es casi como la Cáñamo, pero gringa y aburrida. Lo más divertido vino después.
Aquella noche experimentamos en Hali la mayor actividad boreal de la temporada. Encendí aquel porro mirando las montañas y el cielo se iluminó de verde marihuana.
Un documentalista actualmente famoso como director de cine de ficción, cuyo nombre no me quiso decir porque sabía que yo lo iba a contar, lo contactó porque quería que le presentara a los señores de la guerra libaneses para entrevistarlos y filmar en la plantación. Kienitz viajó a Ámsterdam para conocer al director y al equipo, ya reunido y preparado para viajar al Líbano. Después de varios días de reuniones, Kienitz decidió desvincularse del proyecto porque le dio mala espina que el jefe del proyecto se pasara el día esnifando cocaína. El Comandante Chocolate se parte de la risa contando que al final todo el equipo fue secuestrado por los señores de la guerra. Nunca llegaron a realizar el documental de la mayor plantación de marihuana concebida por el ser humano.
Kienitz se cansó de las guerras y se dedicó a documentar proyectos de organizaciones solidarias dedicadas a la protección de la infancia en Centro y Sudamérica. Ha publicado en las más prestigiosas revistas y periódicos de todo el mundo y ha recibido premios de importantes instituciones. Ahora se dedica a dar clases de fotografía con drones en una universidad estadounidense y viaja cada año a Islandia con su dron para documentar el cambio climático en los glaciares. Uno de estos efectos más sorprendentes es que, cada año, Islandia se eleva unos centímetros por el peso liberado al derretirse los ventisqueros.
El regalo más inesperado
El día de mi cumpleaños, despechado, no invité a Björk. Estaba libre en el restaurante, pero me pidieron que fuera a ayudar a los hijos de los dueños, que tienen una empresa dedicada a llevar a los turistas a las cuevas que se forman en los glaciares que se derriten por el cambio climático. La nieve había cerrado los pasadizos de acceso a las cuevas, así que nos llevaron a palear. Me pasé el día paleando nieve para abrir un camino en el interior de una cueva del glaciar Vatnajökull. Aprendí a ignorar mi claustrofobia.
A última hora, apareció de la nada una mujer menuda como un elfo. Pensé que a un turista que estaba leyendo El Señor de los Anillos se le había caído del libro. La boca de la cueva está a tres kilómetros salvajes de hielo y nieve de distancia de la carretera. La misma de la que hablábamos antes. La única que hay. El Comandante Chocolate me había contado que esa lengua del glaciar que ahora está a tres kilómetros hacia el interior, hace veinte años se adentraba en el mar trescientos metros.
En cuanto la elfa abrió la boca hablando inglés supe que era española:
–Tía, ¿pero cómo carajo has llegado hasta aquí tú sola, loca?, le pregunté en el idioma de Cervantes.
–Joder, tío, pues preguntando, dijo la muy golfa, quiero decir, la elfa.
Los chinos pagan fortunas para llegar a esa cueva a la que Catalina, a sus dieciocho años, había llegado solita. Me contó que se pagaba sus estudios de Filosofía en Barcelona trabajando en un sex shop, creo recordar que de la calle Tallers o en las Ramblas. En Reikiavik alquiló un coche. Cuando dijo Reikiavik, yo pensé en el cubano.
–¿Pillaste?, le espeté.
–Sí, tío, pero lo dejé todo en el hotel allí, solo tengo aquí un poco, como para un porro. ¿Quieres que lo líe?
–Joder, tía, ojalá, pero aquí mejor no. Estoy trabajando. Ese es mi jefe. Pero, coño, gracias anyway. Hace dos meses que no fumo.
Ella esperaba a que acabáramos la jornada para que la acercáramos donde había dejado su coche alquilado, como a dos kilómetros de la cueva.
Nos subimos todos al mastodóntico vehículo todoterreno islandés. No habíamos fumado, pero nos reímos con cojones hasta que llegamos a donde Catalina había dejado su coche alquilado. No recuerdo qué coche era, pero era pequeño. Cada rueda del todoterreno islandés era más grande que aquel coche.
Al despedirnos, Catalina me cogió la mano y me dijo, toma, disfrútalo. Casi lloro al sentir entre mis dedos aquella moña de marihuana.
Aquella noche experimentamos en Hali la mayor actividad boreal de la temporada. Encendí aquel porro mirando las montañas de Hali, y en aquel momento el cielo se iluminó de verde marihuana. Soy andaluz, pero en este caso no exagero. Aquí está la foto. Nunca volví a saber de Catalina. Ni siquiera estoy seguro de que se llame Catalina.
6. El comandante Chocolate en la isla que se eleva porque los glaciares se derriten Por Iñaki Estívaliz Fotos: Michael Kienitz Una agresiva tormenta azota Hali, en la falda del glaciar Vatnajökull en el remoto y hasta hace poco aislado sureste islandés, y un espeso manto de nieve cubre por completo el museo restaurante Þórbergur. El veterano fotoperiodista de guerra estadounidense Michael Kienitz se sacude la nieve al entrar, saluda a todo el mundo, gasta bromas sobre el mal tiempo y se pide una taza de chocolate caliente. Un parroquiano le dice al gringo que hace unos años el clima en Hali era mucho peor, que había tormentas todo el invierno y hacía siempre mucho más frío. “En ningún otro lugar del mundo el cambio climático es tan obvio como aquí”, añade el islandés. El comandante Chocolate, que tiene cara de niño travieso y un algo de Indiana Jones, se ganó rango y apodo en conflictos de medio mundo. Con el sonido de los disparos y las bombas retumbando en su cabeza en Afganistán, El Líbano, Paquistán, Honduras, El Salvador o Guatemala, Kienitz se relajaba bebiendo una buena taza de chocolate caliente. También ha sido testigo de lo peor y lo mejor del ser humano en países como Belize, Nicaragua, Irlanda o Taiwan, entre otros. Ha ganado una interminable lista de premios internacionales de periodismo y publicado sus fotografías en medio centenar de prestigiosos periódicos como el New York Times y el Washington Post o revistas como Newsweek y Life. Nunca pierde la sonrisa y, como a todo periodista, le gusta contar sus batallitas. Se parte de la risa recordando aquella vez en El Líbano cuando unos señores de la guerra le propusieron que fotografiara la mayor plantación de marihuana jamás concebida por el hombre. Las fotos del mar de cannabis para la producción de hachís fueron portada de la prestigiosa revista marihuanera High Times. Un productor de documentales contactó al comandante Chocolate para que lo llevara a la plantación. El documentalista y Kienitz se encontraron en Amsterdan para preparar el viaje a la plantación libanesa. Pero al comandante Chocolate le dio mala espina que el productor se pasara el día esnifando cocaína, así que se desvinculó del proyecto. El equipo de filmación, sin Kienitz, acabaría siendo secuestrado por los señores de la guerra y nunca se realizó el documental. Comenzó trabajando para Andy Warhol en Nueva York, donde fue el fotógrafo oficial del legendario hotel Waldorf Astoria, pero lo dejó porque, recuerda, era un trabajo sin sustancia. Se interesó por los conflictos cuando estaba en la universidad en su ciudad, Madison, en Wisconsin (EEUU), estudiando filosofía política mientras se convocaban multitudinarias protestas contra la guerra de Vietnam. Pero los medios de comunicación no contaban lo que realmente estaba pasando, así que decidió dedicar su vida a mostrar con fotos la realidad de las guerras. Se le reconoce que es capaz de captar en una sola imagen las profundas complejidades de los conflictos y defiende que para lograrlo hay que vivir con la gente, tener una relación cercana, íntima, con las personas a las que se fotografía. Cuando fue a Nicaragua por primera vez, una lluvia de bombas caía sobre Managua y aprendió que en el peor de los escenarios la gente intenta siempre vivir una existencia «más o menos» normal. Esa «dinámica increíble» de la gente tratando de vivir con normalidad en medio del caos acabó siendo el tema central de su trabajo, fundamentalmente enfocado en los niños y las personas mayores, porque “sencillamente son los que más sufren” y lo que dicen o transmiten “es transparente”. En su libro “Small arms. Children of conflict”, trató de reflejar “la energía y las esperanzas de los niños a pesar de los problemas y el horror alrededor, cómo los niños sobreviven a la violencia” en escenarios de guerra. Llegó un momento en el que el comandante Chocolate se dio cuenta al cubrir conflictos bélicos de que “nada cambiaba, todo estaba peor”, por lo que dejó las guerras y se dedicó a documentar proyectos de organizaciones no gubernamentales en países en desarrollo que conceden microcréditos a mujeres o incentivan para cambiar las plantaciones de coca por cultivos de café en Perú, pone como ejemplos. A sus 65 años, ahora se dedica a dar clases de fotografía con drones en la Universidad de Wisconsin y a dejar constancia del cambio climático en Islandia tomando vídeos y fotos de los glaciares con su dron. En 2012, acompañó a su mujer, cirujana, a un congreso en Reikiavik y quedó maravillado con “la dinámica de los icebergs en la costa” y la belleza del país, que ha experimentado en los últimos años un crecimiento exponencial del turismo y se ha convertido en la meca de los amantes de la fotografía. Desde aquella primera visita, el comandante Chocolate regresa periódicamente, becado por cuatro instituciones no lucrativas, para documentar el cambio climático. Una angosta carretera, a menudo de gravilla y con un solo carril en cada sentido, circunvala toda la isla. Desde esa única carretera, en un rato se pueden ver glaciales cercanos, ballenas en el mar, focas en las playas, caballos islandeses a ambos lados, cisnes en lagos helados, zorros árticos y renos sobre la nieve, y una variada gama de aves volando. El paisaje geográfico, como de otro planeta, cambia drásticamente cada pocos kilómetros. En Islandia se puede pensar en poco tiempo que se está viajando por el Himalaya, por la Luna o hasta en Marte. Por la noche, si el cielo está despejado, no hay otro lugar poblado en el planeta donde se pueda observar tan cláramente a simple vista la nebulosa de la Vía Láctea. El alucinante espectáculo de las auroras boreales en Hali no tiene parangón. Pero el comandante Chocolate no pierde el tiempo ni el sueño con las auroras. Le gusta dedicarse a “cosas que importan”, a la política de los problemas que amenazan a los seres humanos, pero sin hacer política. “Me pagan, y me pagan muy bien, por documentar el drama del efecto del cambio climático en los glaciares. La belleza de los glaciares es algo increíble, pero esa belleza se está esfumando”, expresa Kienitz. “La reducción de la cantidad de hielo se nota incluso en poco tiempo. Algunas lenguas de glaciales retroceden entre 200 y 300 metros cada año”, añade. En 1975, una de las lenguas del Vatnajökull se adentraba en el mar 200 metros. Ahora ha retrocedido más de 3 kilómetros tierra adentro. Y conforme los glaciares se derriten, la tierra de Islandia se levanta, emerge. Según un estudio de la Universidad de Arizona, la corteza terrestre islandesa en algunas zonas del centro y el sur de la isla se están elevando unos 35 milímetros al año, lo que aunque parezca poco, es una barbaridad en términos geológicos. La investigación confirma que esta elevación acelerada de la corteza terrestre de Islandia se debe al rápido deshielo de los glaciales del país coincidiendo con el calentamiento global. El deshielo está liberando de peso a la tierra, que sube en consecuencia. La investigación, que confirmó que “las rocas se mueven”, se realizó utilizando una serie de receptores de posicionamiento global (GPS). Los geólogos vaticinan, entre otras consecuencias negativas, que este movimiento de la corteza terrestre multiplicará la actividad volcánica en la isla. “No tengo esperanza, yo lo estoy documentando antes de que se derritan del todo”, lamenta el comandante Chocolate, quien agrega: “antes estaba todo el día metido en guerras, ahora me gusta estar en soledad y en silencio”. ie
5. Elfos (por Iñaki Estívaliz) Mi jefa en Hali, remoto lugar que hasta hace pocos años estuvo completamente aislado del resto del mundo, se troncha de la risa cada vez que extravía cualquier cosa y siempre dice que es cosa de elfos. La ingenua islandesa no se ha dado cuenta de que desde que explotó el turismo en la región, ahora sería más realista acusar a los golfos que a los elfos. Hay encuestas que dicen que la mitad de los islandeses cree abiertamente en los elfos y que la otra mitad elude contestar con rotundidad para no parecer irracionales si dicen que sí, o molestar a “los que se ocultan” y convertirse en víctimas de sus jugarretas sin dicen que no. Pero los resultados de las encuestas varían. La agencia estatal de caminos de Islandia cuenta con expertos en elfos que se aseguran de que el trazado de puentes y carreteras no irrumpa en terrenos élficos. Si alguien manifiesta que por donde pasará una vía hay presencia élfica, se llama a un mediador que se comunica con los elfos y trata de convencerlos para que se muden. Si los elfos deciden no mudarse, el trazado de la carretera debe rodear el terreno élfico o el puente se desplaza a otro lugar. Por eso, se dice, en Islandia hay carreteras sinuosas en planicies donde se podrían haber trazado rectas. Dicen que los elfos viven entre rocas, en riscos y en cavidades apenas perceptibles para los humanos. Recientemente, el estado se gastó un dineral en mover un roca de varias toneladas que se encontraba en el trazado de una carretera en construcción porque los elfos aceptaron mudarse, pero con casa y todo. Las autoridades accedieron a la exigencia de los elfos, que les transmitía una mediadora, después de que durante meses la maquinaria utilizada en la construcción sufriera constantes e inexplicables averías. Mi amiga Selma cree en los elfos. ¿Pero los has visto? “No”, me dice, “pero se sienten, sabes que están ahí. Es muy bonito creer en los elfos, oír las historias de la gente mayor. Cuando era pequeña en mi granja había una charca donde vivían elfos y los peces de esa charca no los podías pescar porque eran de ellos, de los elfos, y si los pescabas te pasaba algo malo. También había elfos en un acantilado. Si te acercabas al acantilado los molestabas y entonces ellos te hacían cosas malas a ti”. Bueno, le planteo, esas historias parecen más advertencias de los mayores para evitar posibles peligros, ¿no crees? “No, no, no. En la charca nos podíamos bañar y jugar con los peces, pero no les podíamos hacer daño. Cerca de la granja había otros acantilados donde jugábamos, pero donde estaban los elfos no nos podíamos acercar”. Interviene decidida Lovisa: “en mi pueblo había una colina de elfos y siempre me dijeron que no me acercara a ella y nunca me acerqué. En mi casa antes había un elfo que se llamaba Gandalf, ahora tenemos un gato”. Lovisa y Selma intercambian miradas de complicidad, como queriendo contarme pero temiendo que a partir de esta conversación las tome por locas, pero orgullosas de sus tradiciones y muy divertidas. “En Islandia no solo tenemos elfos”, continúa Selma, ”también tenemos trolls, demonios y fantasmas. Pero déjame que te cuente algo. En el pueblo de mi madre hay un bosque donde viven elfos que, si les caes bien, te regalan, te dejan en tu camino, pepitas de oro. Si les caes mal te pasa algo malo. Yo he visto esas pepitas de oro. En serio”. En Reikiavik hay una escuela de elfos. Estuve a punto de inscribirme solo por curiosidad. El curso cuesta unos 80 euros, pasas una tarde oyendo historias de elfos y te dan un certificado. En la escuela insisten mucho en que por el costo del curso te dan café y galletitas caseras. Me hubiera gustado tomar el curso sobretodo por probar el efecto de las galletitas, pero ya se me hace tarde. A la primera persona a la que pregunté en Islandia si creía en los elfos (elves, en inglés) le gustaba más el rock and roll que las hadas. Era un tipo con mucha gracia y largas patillas que me dijo que él solo creía en Elvis (Presley, supongo). Pero a lo mejor me estaba tomando el pelo por mi deficiente pronunciación. El profesor de la facultad de Económicas de la Universidad de Islandia Thorolfur Mattiasson me aseguró que “la cosa de los elfos es solo una broma”. “Respetamos que nuestros antepasados hicieran creencias de duendes y fantasmas y esas cosas. Utilizaban estas creencias de diversas maneras, positivas, como para evitar el paso por peligrosos desfiladeros durante el invierno, como negativas, cuando las usaban en las luchas de poder entre la gente. Pero ahora ese tipo de cosas es más material de museo”, defendió Mattiasson, al que debería identificar más que por su apellido, como Thorolfur, pues en Islandia la gente se tutea y se llama por el nombre de pila, aunque te dirijas al presidente del país. Algo así como pasaba con el Uruguay de José Múgica, presidente al que los uruguayos le decían Pepe. Otro economista al que entrevisté para un reportaje sobre la crisis económica de 2008, Ragnar Arnason, me dijo que “solo unos pocos, si algunos islandeses, creen realmente en los elfos, a pesar de que nos pueda gustar simular que creemos en esas cosas”. Le había preguntado a Ragnar si tendría algo que ver que los islandeses crean en los elfos con el hecho de que se creyeran capaces de enfrentarse al Fondo Monetario Internacional, los grandes bancos internacionales, las agencias acreditadoras y haber sido capaces de derrocar al gobierno y meter presos a unos cuantos banqueros. “No, eso no puede ser una causa. Lo que pasó fue que los islandeses son, creo, seguros de sí mismos y no tienen miedo de hacer frente a los intereses extranjeros”, me contó el profesor Ragnar. Yo quería titular mi reportaje sobre la crisis en Islandia algo así como “En el país de los elfos los banqueros van a la cárcel”, y por eso le pregunté por estos personajes de la mitología germánica a una docena de catedráticos de Economía, Ciencias Políticas y Sociología. El profesor Jón Ormur Halldórsson, dejémoslo en Jón, también me resultó un aguafiestas. “Islandia ciertamente tiene sus características diferenciadas, pero no creo que un inusual nivel de superstición sea una de ellas. Ha habido encuestas que ciertamente señalan que mucha gente responde que cree en los elfos, pero lo hace de la boca para afuera. Yo personalmente nunca he oído a nadie que declare que cree en los elfos. Esto es más una broma nacional que una realidad”, insiste el profesor Jón. La profesora Alyson Bailes me explicó que “la creencia en los elfos es una cuestión de cultura y superstición que es más fuerte en las áreas rurales. Pero los errores cometidos durante le burbuja financiera islandesa fueron realizados por jóvenes educados en el extranjero con una visión muy moderna del mundo”. “El problema estaba en su ignorancia, el poco conocimiento es algo peligroso, en la falta de realismo, y en una arrogancia que les hizo creer que podían escapar de las reglas y consecuencias que se aplican a todos los demás. El problema de Islandia fue su incapacidad para mirar hacia el futuro, la planificación, y en no hacer cálculos cuidadosos de riesgo. El dicho islandés ‘það reddast’, que significa que se resolverá de alguna manera, expresa esta actitud, incluida la implícita falta de voluntad para asumir la responsabilidad de las propias acciones”, afirmó Bailes, a la que no llamo por su nombre de pila porque es de origen británico y porque me da miedo. He leído en algún sitio traspapelado que la razón que explica que en Islandia se hable mucho de los elfos es por su aislamiento. Durante siglos fue un territorio remoto y olvidado de Dinamarca y Noruega, muy pobre, prácticamente despoblado y azotado por un clima inclemente. Las historias de elfos y fantasmas mantenían unidas a las familias en las interminables y frías noches de invierno. Hasta hace pocos años apenas llegaban viajeros extranjeros a Islandia que, por otra parte y quizás por el mismo motivo, es el país donde más lee la gente, y uno de cada diez islandeses escribe al menos un libro en su vida. He vivido tres meses en Hali, donde se encuentra el museo sobre Thórbergur Thórdarson (1889-1974), que nació aquí y que fue un prolífico escritor apenas conocido fuera de los países nórdicos y Alemania y que no ha sido traducido al español. Bebedor, viajero y excéntrico, fue uno de los máximos conocedores y promotores del esperanto en el mundo, recuperó tradiciones orales de las sagas nórdicas y creía en la existencia de entes sobrenaturales. Conoció la miseria por escribir contra los nazis cuando Hitler comenzó a hacerse famosillo, por lo que lo multaron en Islandia por faltar al respeto a un líder político de otro país. La iglesia se le echó encima por publicar una novela basada en sus cartas a una amada y por eso perdió su trabajo de profesor. Hacía yoga sobre la nieve a principios del siglo XX. En su libro biográfico “Las piedras hablan” defendía: “Mi única riqueza es la filosofía. Mi único orgullo es la sabiduría”. Thórbergur decía cosas como que “el tono subyacente de la existencia es el humor inofensivo”; y que “una vez que la gente haya tenido un enorme exceso de progreso, se aburrirán y van a empezar a hablar con el viento y las flores y las piedras de nuevo y escuchar el canto de las estrellas”.
2. Borges era un argentino (por Iñaki Estívaliz) El escritor Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) estuvo fascinado por Islandia desde pequeño, en Islandia experimentó el mayor romance de su vida y se llevó Islandia hasta su tumba. El autor de “Historia universal de la infamia” (1935), “Ficciones” (1944) y “El Aleph” (1949) dedicó varios poemas al país nórdico, al que consideraba “la región” del mundo “más remota y más íntima”. “Islandia, te he soñado largamente. Desde que aquella mañana en que mi padre le dio al niño que he sido y que no ha muerto una versión de la Völsunga saga que ahora está descifrando mi penumbra con la ayuda del diccionario”, reconoció el creador de “El informe Brodie” (1970), Premio Miguel de Cervantes de 1979 y que quedaría ciego a sus 55 años. En una entrevista que concedió Borges al periodista Harold Alvarado Tenorio, al que el autor de “La Biblioteca de Babel” (1941) conoció en Reikiavik en 1971, el literato aseguró: “Islandia ha sido una de mis curiosidades desde mi juventud, desde cuando leí las traducciones de las sagas que hizo William Morris”. Borges exalta ante el periodista la literatura islandesa, le dice que aprendió a narrar con las sagas, “donde ya está la novela moderna y de una manera más eficaz”, y muestra su entusiasmo por el hecho de que los islandeses “hablan como hace siete siglos, pueden leer a sus clásicos sin tener que recurrir a diccionarios o explicaciones, y desprecian a los noruegos y los suecos porque consideran que sus lenguas se han deformado”. “El islandés tiene una belleza particular por su sonoridad y porque todavía se puede formar palabras compuestas sin que resulten artificiales o pedantes”, sostiene Borges en la entrevista a Alvarado Tenorio, con el que presume que estudia islandés “los sábados y los domingos con un grupo selecto de personas” y aplaude que Islandia sea “un gran país de clase media” donde “no hay ricos ni pobres”. En el ensayo “Historia de la Eternidad” (1936), Borges incluye un artículo sobre las kenningar, que eran “figuras retóricas” de la literatura nórdica de los siglos IX al XII con las que se nombraban las cosas por algo que lo caracterizaba o haciendo asociaciones por contigüidad. El escritor bonaerense estaba maravillado por “la belleza de las imágenes y profundidad de significados de algunas” de aquellas kenningar que son como “flores retóricas” que “avivan la imaginación”. El barco vikingo se llamaba “caballo que corre por los arrecifes”; la batalla era “la tempestad de las espadas” o “la fiesta de los vikingos”; la espada se nombraba “el remo de la sangre“ o el “hielo de la pelea”; el pecho era “la casa del aliento”; y la plata “el rocío de la balanza”. Borges encuentra en Islandia pasión y valor en una proporción que no había conocido en toda su vida. El 14 de abril de 1971 escribe a su madre, Leonor Acevedo, una postal en la que se puede leer (es fácil encontrarla en internet) que le dice que “Reikiavik es menos monumental que la Municipalidad de Lomas e infinitamente más linda, por extraño que parezca”. En Islandia, Borges se sintió como un adolescente enamorado y se declaró a María Kodama, a la que dedicó, en “El libro de la arena” (1975), el cuento “Ulrica”, que narra la relación entre un hombre mayor y una mujer joven. Cuenta Edwin Willianson en la biografía “Borges. Una vida” (2007), que el escritor y Kodama visitaron de nuevo Islandia en 1976 y que buscaron a un pastor pagano al que pidieron que los casara en secreto por el antiguo rito de Odín. También es fácil encontrar en internet una foto de Borges con el barbudo pastor pagano. En la tumba de Borges en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra, Kodama hizo grabar una inscripción sobre un ataque vikingo. Pero yo no podía escribir un artículo con citas robadas y datos encontrados en internet o recordados de biografías leídas hace años solo por el hecho de estar en Islandia. Interesado en la relación de Borges con Islandia, durante semanas en suelo islandés busqué algún dato original, alguna nueva referencia, una fuente directa que me dijera algo diferente para poder escribir un artículo propio vendible. Pero no encontré a nadie que me dijera lo más mínimo de Borges, ni una calle con su nombre o una tarja en una plaza o cualquier cosa que me justificara, hasta que un día me pareció encontrar la manera. En las biografías de Borges se señala que en 1979 recibió la Cruz de la Orden Islandesa del Halcón en Grado de Comendador con Estrella. Busqué quién otorgaba esa distinción con la intención de que alguien me dijera algo, pues a eso nos dedicamos los periodistas. Investigando sobre la Orden del Halcón, que concede la Presidencia de Islandia, encontré que Borges no aparecía en las listas de personalidades que habían recibido esa cruz. Cada vez que daba con una nueva lista de condecorados con la Orden Islandesa del Halcón y Borges no aparecía entre los insignes islandeses y miembros de la realeza europea, mi corazón latía con más fuerza. Había encontrado el Santo Grial para que me pagaran un reportaje, cosa rara en estos tiempos, una exclusiva internacional: nada menos que el escritor Jorge Luis Borges, que había recibido altas distinciones en todo el mundo pero al que se le había negado el Premio Nobel de Literatura, según las malas lenguas, por haber aceptado un reconocimiento del dictador Augusto Pinochet, tampoco había sido reconocido por el pueblo de Islandia que tanto amaba a pesar de lo que decían todas sus biografías. Yo ya fantaseaba con qué le iba a comprar a mis hijos con el dinero de mi reportaje desmontando a Borges. Además, Borges me debía una. Hace unos años, un catedrático de la Universidad de Mayagüez me amenazó de muerte en el legendario bar El Farolito, del viejo San Juan, porque yo le dije que Borges escribía ejercicios intelectuales sin alma, que no había sido capaz en toda su vida de escribir una sola novela y que se equivocaba al desdeñar a Lorca. El profesor, ofendidísimo, me invitó a salir a la calle. No soy nada pendenciero y me acobardé. Me aferré a la barra bebiendo cervezas y ron El Barrilito con profundo temor mientras el catedrático me miraba con ojos de odio desde la calle esperándome para el duelo a muerte. Ahora, en Islandia, me iba a resarcir de aquel mal rato con Borges y el profesor de Mayagüez. Escribí un correo electrónico a la Oficina del Presidente de Islandia solicitando que me confirmaran si Jorge Luis Borges había recibido la Cruz de la Orden Islandesa del Halcón en grado de Comendador con Estrella. Recibí la contestación en menos de quince minutos. Antes de abrir el mensaje deseé que si finalmente mi exclusiva había sido una vana ilusión y Borges sí había recibido el reconocimiento, que por lo menos me enviaran el laudo o un parrafito sobre la razón, los motivos, por los que se le había concedido, joder, algún dato para justificar mi texto. En el mensaje de la Oficina del Presidente de Islandia me confirmaban que, efectivamente, Jorge Luis Borges había recibido la Cruz de la Orden Islandesa del Halcón en grado de Comendador con Estrella y que, precisaban, según sus registros, el condecorado era “un argentino”.
1. Nieve (por Iñaki Estívaliz) En antropología nos enseñaron que los esquimales tienen unas cien palabras para la nieve. Buscando confirmar el dato para estas notas islandesas me he llevado un chasco tremendo, pues parece que no es más que una exageración de sociólogos y periodistas convertida en mito. Por lo visto, un tal Franz Boas, antropólogo estadounidense de origen judío alemán que rechazaba el evolucionismo, escribió en 1911 que los esquimales tienen cuatro palabras para la nieve: “aput”, o nieve en el suelo; “qana”, o nieve cayendo; “piqsirpoq”, o nieve a la deriva; y “qimuqsuq”, que es un mogollón de nieve. El controvertido y superado lingüista de la Universidad de Yale Benjamin Whorf defendía en 1940 que según la gramática que se utilice, así se piensa, y que por eso los esquimales tendrían un innumerable número de palabras para algo de lo que están constantemente rodeados y que influye en sus vidas consistentemente. Incautos antropólogos y periodistas de a lo grande habrían exagerado estas afirmaciones hasta el punto de que pronto el dato de que los esquimales tienen un centenar de palabras para la nieve se coló hasta en algunos libros serios. Lo cierto es que el esquimal es una lengua aleutiana aglutinante, o polisintética, que a partir de una misma raíz puede formar varias palabras con diferentes morfemas gramaticales con sentido de oraciones. De esta manera, los esquimales forman palabras con significados de oración, como las mencionadas anteriormente, o para decir, por ejemplo, blanco como la nieve derritiéndose al sol o blanco como la nieve cuando está congelada. El día que llegué a Islandia, donde nieve se escribe “snjór”, creía que tendría la oportunidad de preguntarle directamente a algún inuit, preferiblemente a la cantante Björk, que aquella noche, casualmente, daba una fiesta en un club de moda de Reikiavik. Pero resulta que los inut están más al norte, que Björk no es esquimal como yo creía, y tampoco me invitó a la fiesta. Ahora que han pasado más de dos meses desde que aterricé en Islandia he visto ya mucha nieve, y me vendrían bien algunos sinónimos o un poco de polisintetismo en español para hablar de ella, de la nieve, digo. Aquí a menudo la nieve lo cubre todo y el blanco todo lo envuelve. Pero la nieve no es monótona, aunque todo parezca un manto uniforme de nieve. La nieve puede sonar diferente cuando se camina sobre ella. El sonido de los pasos sobre la nieve varía si todavía está nevando, de si acaba de nevar o de si nevó hace tiempo; de si nevó mucho o poco rato; de si es muy gruesa o delgada la capa de nieve; de si después de nevar llovió o sopló el viento o la temperatura bajó o subió después. Al caminar sobre la nieve, dependiendo de esos factores, la nieve cruje, crepita, chasquea, chirría, chispea, resbala o chisporrotea. Cuando nieva durante una tormenta con fuertes vientos, la nieve suena como perdigonazos en la ropa. Cuando el sol vence a las nubes, la nieve brilla y parece azúcar refinada. Desde el interior del cálido hogar por la ventana, la nieve parece algodón. Pero uno no se puede fiar de la nieve porque la nieve de verdad, a la intemperie, es inclemente como la cocaína. Y no siempre es blanca la nieve. Cuando se remueve y se forman huecos por donde entra la luz, la nieve se ve turquesa. También son de color turquesa las lenguas de los glaciales entre las blancas montañas nevadas y las ventanas de cielo que se abren tímidas entre nubes grises turbulentas. Cuando pasa el tractor quitanieves por los caminos de gravilla volcánica, en los márgenes quedan toneladas de helado de vainilla con esquirlas de chocolate. Algunos atardeceres en Islandia, las cumbres nevadas de las montañas más altas se tiñen de rosa y parecen mantecado de guayaba.
EEUU-PENA DE MUERTE/P.RICO Decisión Jeb Bush alarga agonía familia puertorriqueño ejecutado IñakiEstívaliz San Juan, 15 dic (EFE).- La decisión del gobernador de Florida, Jeb Bush, de suspender hoy las ejecuciones en ese estado de EEUU por fallos en el procedimiento, tras el ajusticiamiento el miércoles de un puertorriqueño, «alarga la agonía de la familia» del reo muerto. Así lo aseguró a Efe en San Juan el presidente de la Comisión de Derechos Civiles
(CDC) en Puerto Rico, Osvaldo Burgos, quien acompañó a los familiares de Ángel Nieves Díaz la noche que fue ejecutado mediante inyección letal en la cárcel estatal de Starke, en el norte de Florida. Bush aplazó la firma de las órdenes de ejecución hasta que una comisión analice el método que se aplica en el estado, y presente un informe final en marzo próximo. El médico forense William Hamilton dijo hoy que la ejecución de Nieves Díaz duró 34 minutos, y requirió una segundo dosis, porque las agujas atravesaron las venas y quedaron insertadas en la carne, cuando debían estar dentro de las venas. «Por eso tardó tanto, sufriendo, haciendo gestos (…) el cuerpo muestra quemaduras químicas porque el veneno se inyectó en el músculo», dijo Burgos, quien anunció que los restos mortales no llegarán a la isla mañana, como estaba previsto, porque tras la decisión de Bush «tienen que hacerle más pruebas». El también portavoz de la Coalición Puertorriqueña Contra la Pena de Muerte negó que la razón de la demora en la consumación de la ejecución fuera un problema en el hígado del prisionero que le impidió «metabolizar el veneno», como indicó el Departamento de Prisiones de Florida. Las nuevas pruebas que se le realizarán a los restos de Nieves Díaz tras una primera autopsia serán fundamentales para desvelar lo que ocurrió en su cuerpo en sus últimos momentos, pero «alargarán innecesaria e infinitamente la agonía a la familia», agregó. «Las vivencias de los familiares fueron desgarradoras. No hay manera de describir ese sufrimiento que ahora se prolonga», insistió Burgos, y señaló que este año un informe de la organización «American Bar Association» recomendó la detención de las ejecuciones para realizar un estudio por «los muchos errores». Explicó que, según el documento, de los 123 sentenciados a muerte desde que se restablecieron las ejecuciones en EEUU en 1976, en Florida hubo 22 casos en los que posteriormente fue demostrada su inocencia. Jeremy Fogel, el juez federal que impuso una moratoria en las ejecuciones en California a principios de año, declaró hoy anticonstitucional el método de ejecución por inyección letal, y aseguró que su aplicación ese estado «no funciona» tal y como está ahora, pero «puede arreglarse». Nieves Díaz fue ejecutado por el asesinato del gerente de un bar en Miami en 1979, aunque sostuvo hasta sus últimos momentos que era inocente, y sus abogados y organizaciones contra la pena de muerte alegan que se produjeron irregularidades en el juicio. Después de perder todas las apelaciones presentadas en varios tribunales de Estados Unidos, Nieves Díaz fue ejecutado a los 55 años. El puertorriqueño fue condenado por asesinato en primer grado del estadounidense Joseph Nagy, quien falleció de heridas de bala durante un robo en el bar que administraba. Antes de ser arrestado por el asesinato de Nagy, Nieves Díaz se había escapado de una cárcel de Puerto Rico, donde cumplía condena por asesinato en segundo grado, y era conocido como «Papo la Muerte» por su historial delictivo, y en 1981 se había fugado de otra prisión en Connecticut.
P.RICO-AVES Experto asegura que falta demostrar el efecto del cambio climático en aves IñakiEstívaliz San Juan, 19 jul (EFE).- El ornitólogo Herbert Raffaele, quien participa en el décimo sexto Congreso de la Sociedad para la Conservación y Estudio de las Aves del Caribe que se celebra en San Juan, aseguró hoy a Efe que no hay evidencias de que el cambio climático haya afectado a los pájaros de la región. Ornitólogos de una veintena de países del Caribe, además de Inglaterra y de España, comparten sus conocimientos sobre aves en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Pero si para el presidente de la Sociedad Ornitológica Puertorriqueña, Pablo Román, como otros expertos, el cambio climático está afectando a todas las esferas de la naturaleza «como una cadena», para Raffaele, «hasta el momento no hay muchas evidencias» de que influya en las aves. Raffaele es autor del libro «Birds of the West Indies», de obligado estudio para los ornitólogos de la región. En la década de 1970 llegó de vacaciones a Puerto Rico y se quedó 17 años en la isla trabajando como ornitólogo.
Ahora maneja un presupuesto de 15 millones de dólares anuales como jefe de los programas internacionales de conservación del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos. Para Raffaele, los principales enemigos de las aves son las urbanizaciones, la cacería indiscriminada, el comercio ilegal y la introducción de especies no autóctonas. El ornitólogo insistió en que con las aves no se tienen todavía las suficientes evidencias que demuestren que les está afectado el cambio climático como a los anfibios, de los cuales «doce especies de ranas han desaparecido» en Puerto Rico por ese fenómeno, dijo. «El efecto del cambio climático no está muy claro en las aves», indicó el experto, que señaló que el sobre arrecifes, como sobre las ranas, sí está demostrado el ese efecto. Raffaele indicó también que mientras otros ornitólogos reclaman a los gobiernos mayores presupuestos para investigación y para proteger mayores áreas naturales, para él, lo más importante es la educación y concienciar a la gente del valor de las especies originales de sus países. «El problema principal es que la gente no valora los recursos que tenemos. Puerto Rico tiene una riqueza natural extraordinaria y el pueblo debe apreciarla», indicó. Asegura que si los puertorriqueños supieran que en la isla viven 14 especies de aves originarias de la isla mientras que EE.UU. tiene «menos de diez», los boricuas aprenderían a protegerlas porque «van a tener un significado especial». Puso como ejemplo la cotorra puertorriqueña, de la cual sólo queda una treintena de ejemplares en libertad, y que sufrió las consecuencias de la desforestación de los grandes árboles de la costa con la colonización, lo que las relegó a las montañas de El Yunque, donde las lluvias no le permiten un desarrollo óptimo. La especie que corre más peligro de extinción en la isla después de la cotorra es el guabairo, que como sólo anida en el suelo y que casi desaparece con la introducción de mangostas jamaicanas que se realizó para acabar con las ratas en las plantaciones de caña. En Cuba, sin embargo, la cotorra autóctona goza de mejor salud, pero «perdió su guacamayo, una chulería que se extinguió hace un siglo» por la tala de los grandes árboles con huecos que necesitaban para anidar, pero sobretodo, porque era tan hermoso que se puso de moda como mascota. Cuba, República Dominicana y Puerto Rico conservan sus propios papagayos que evolucionaron de manera distinta por la distancia entre las islas, siendo el sanpedrito boricua el más original de todos: «ningún ave en todo el hemisferio se parece al sanpedrito». Raffaele aseguró que la situación de las aves en todas las islas caribeñas es parecida, pero con sus características propias. El país caribeño más perjudicado por el hombre es Haití, totalmente desforestado, pero «hay buenas noticias», porque comparte isla con República Dominicana, que ha conservado los bosques, donde consiguieron refugio las aves haitianas, finalizó. ie