Iñaki Estívaliz
El cóndor
Todos los periodistas del mundo somos buitres carroñeros, de una forma o de otra, pero cuando uno llega a Bolivia, se fuma un porro de marihuana local y se sube a un teleférico en La Paz, o en El Alto, se siente como un cóndor.
Majestuosa ave en peligro de extinción, el cóndor es símbolo nacional de Ecuador, Colombia, Bolivia y Chile, aunque los países donde quedan más ejemplares de este buitre carroñero sagrado son Perú y Argentina. Los cóndores son monógamos, se reproducen una vez cada dos años y pueden vivir hasta los 70. Cuentan con una envergadura con las alas extendidas de tres metros, lo que les permite planear durante cinco fucking horas sin batirlas. Algunas culturas andinas consideran al cóndor responsable de que salga el sol cada mañana. Si tienes más de 40 años y la suerte de ver a una de estas aves sobrevolando los Andes, en tu cabeza va a sonar “El cóndor pasa”, de Simon y Garfunkel.
Los teleféricos
La extensa red de teleféricos boliviana permite sobrevolar como cóndor “la olla” que conforman La Paz y El Alto dentro de cabinas transparentes que permiten una visión de 360 grados. Extraordinaria y justificada atracción turística para los extranjeros, los teleféricos bolivianos son un medio de transporte indispensable para los locales, que con ellos han conseguido salvar los obstáculos de una ruda geografía vertical. Bajo los efectos de un cruce de cannabis “bubble gum” con semilla nativa del Altiplano, con varios picos nevados como testigos, te sientes como un violador de intimidades con licencia para azoteas y patios interiores, plazas y mercados. Vuelas sobre un intrincado enjambre de viviendas de ladrillos huecos y rojos a la vista (así se quedan porque si acabas la construcción, tienes que pagar muchos más impuestos de propiedad que si la dejas sin terminar), la mayoría con techos de zinc: plateado brillante si es nuevo; marrón si está oxidado; rojo, verde o azul si lo han pintado.
Subiendo en la línea morada desde Obelisco, en El Prado, hasta la 6 de Marzo en El Alto, escruto desde arriba los hervideros humanos del mercado de las brujas en la calle Linares y del mercado chino en la calle Buenos Aires. Veo cómo una cholita tiende polleras al sol en una azotea. Un mecánico repara camiones que parecen colgar de un acantilado. Un niño pequeño juega en un patio con una jauría de perros. Desde mi cabina transparente con embellecedores morados celebro el cortejo a mis pies de dos jóvenes abrazados en una plaza.
El virus
Para entrar a cualquier estación de teleférico en La Paz, antes hay que pasar por una estación de desinfección. Personas equipadas con trajes y todo tipo de protecciones de bioseguridad en plan película futurista te fumigan con alcohol mientras constatas que todas las instalaciones y cabinas están siendo desinfectadas permanentemente.
En Bolivia, con poco más de 11 millones de habitantes, al momento de escribir este reportaje el 1 de noviembre de 2020, se habían confirmado 141.833 casos y habían muerto 8.733 personas por el Covid-19.
Habiendo llegado a Bolivia desde EEUU, ese supuesto país civilizado, impresiona ver cómo un estado del supuesto tercer mundo toma medidas para proteger a su población mucho más avanzadas, extensivas y completas que el imperio del norte. Mientras EEUU sigue por la libre algarete, en Bolivia necesitas una prueba reciente PCR negativa al virus, no rápida, para entrar al país. En La Paz se ve a mucha gente vestida de pies a cabeza con trajes de bioseguridad. Para entrar a muchos comercios e instituciones públicas debes pasar por una cámara de desinfección donde te duchan, con ropa y todo, en alcohol. En la puerta de residencias y negocios suele haber un “pediluvio”, que es una alfombrilla metida en una lata rectangular e impregnada en alcohol que se debe pisar antes de entrar.
En el Alto he quedado con Archi en el “sapo de piedra”, que para los escépticos no es más que una roca pintada de verde y que a mí me costó mucho encontrar, entre otras cosas, y me parece bien, porque cuando yo con mi cara blanca y fisionomía vasca preguntaba por su localización, los indígenas de El Alto se reían de mí.
Archi es el líder de la organización CADI Into Watana, que trata de recuperar los conocimientos ancestrales de los pueblos indígenas de la región para el beneficio de las comunidades de El Alto. Me cuenta Archi que gracias a que en algunos barrios de El Alto han sabido combinar la medicina moderna con las plantas medicinales ancentrales se han salvado, o por lo menos aliviado, muchas vidas. La uña de gato, la valeriana, el toronjil, el ayrampo, el orégano, la menta, el orín con sal, la manzanilla, la wira wira, el ajo, la ceboña, el nabo, la muña, el jenjibre, la quina, la miel y el limón, han ayudado a aliviar los efectos de la pandemia entre los pobladores de El Alto.
Durante lo más duro del confinamiento, cuando la economía se había paralizado en Bolivia y empezaba a escasear la comida, mucha gente pudo alimentarse gracias a los yupus o chacras urbanas (pequeños huertos trabajados siguiendo prácticas ancestrales) que Into Watana había promovido entre los vecinos de El Alto.
Las elecciones
Acaban de celebrar elecciones en Bolivia, el 18 de octubre, después de que el año pasado se anularan los comicios por acusaciones de fraude y hasta terrorismo contra el entonces presidente, el socialista e indigenista Evo Morales, que después de 14 años en el poder acabó exiliándose en México, primero, y actualmente en Argentina. Se prevé que Morales regrese este 8 de noviembre a su país para asistir a la toma de posesión del nuevo presidente, Luis Arce, su delfín y genio economista.
Ganó en primera vuelta el Movimiento Al Socialismo (MAS) de Morales, con más de un inesperado 25 por ciento de los votos por encima de su principal contrincante, la derechista Comunidad Ciudadana del historiador y periodista de la élite blanca boliviana Carlos Mesa.
Según Archi, en estas elecciones ha ganado el “estado plurinacional” frente a la “república” gracias a que Morales marcó “un hito fundamental” en el país al romper “esa idea de que los indios no podían gobernar un estado liberal o republicano o como quieras llamarlo”.
“Nosotros teníamos nuestros propios estados, pero finalmente entre mestizos, criollos, indígenas… hay un estado que se nos presenta que es Bolivia. Queramos o no, todos somos hijos de esta tierra, todos vivimos acá y había un derecho de gobernar también o administrar ese estado aunque no los sintiéramos propio. Con la llegada del presidente Evo Morales se rompió eso… y mejor aún, con la buena administración de un presidente indígena se pudo consolidar una idea de que nuestros pueblos nos podemos autogobernar”, defiende Archi.
Las elecciones se celebraron con una participación masiva y ordenada y sin mayores incidentes ni muertos, por lo que este buitre carroñero apenas ha escrito algo que alguien haya querido leer hasta ahora.
El MAS
Cuando uno es un periodista de izquierda, quiero decir, cuando uno es un periodista sensible a la justicia social y comprometido con los derechos humanos de los pueblos, llega a Bolivia fascinado con la figura de Evo Morales, ese indio cocalero que llegó al poder para reivindicar y visivilizar los derechos de los pueblos originarios y redistribuir una riqueza de la que hasta su llegada disfrutaban exclusivamente la oligarquía blanca local y los grandes capitales extranjeros.
Una vez aquí, tratando de bregar con el soroche (mal de altura), te enteras de que Morales no es tan santo, y que, de hecho, se le acusa de pedófilo incluso entre sus filas del MAS. Te dicen que no es tan indigenista como “aymaracentrista” y que ha reprimido a otros pueblos originarios (el Estado Plurinacional de Bolivia reconoce 37 idiomas oficiales: el español, el más hablado, y los de otras 36 naciones como el aymara, el quechua o el guaraní) y, con brutalidad, hasta una gran manifestación nacional de discapacitados.
Las supuestas nacionalizaciones no han sido más que cambios contractuales que a fin de cuentas no han beneficiado demasiado a un país que no cuenta con los recursos humanos, principalmente ingenieros y técnicos cualificados, como para hacerse cargo de la explotación de los recursos directamente. Evo construyó algún hospital y alguna escuela, pero abandonó la educación superior para dedicarse al pupolismo de abrir canchitas de fútbol, su debilidad.
Evaristo, mi politoxicómano abogado en Bolivia, es masista (del MAS), pero como muchos otros de sus correligionarios, no idealiza ni la figura de Morales ni la del partido. Empezando, como me explica mi abogado con gran lucidez mientras se da un pase de cocaína, con que el MAS no es un partido. El Movimiento Al Socialismo es un intrincado sistema de alianzas de organizaciones comunitarias y sindicales cuyas sinergias Evo supo unificar. Ahora Arce, el presidente electo por el MAS, debe satisfacer las peticiones de esas organizaciones y sindicatos, que al día siguiente de las elecciones ya le estaban reclamando, entre unas y otros, 149 ministerios.
Evaristo, ya no esté drogado o lo esté como casi siempre, siempre me ayuda a tratar de analizar y comprender la compleja realidad boliviana. Gracias a su cultura enciclopédica universal, su diabólica preparación como abogado y su sensibilidad de blanco aymara, puedo resumir que: a pesar de los fallos y debilidades de Morales; aunque haya una clase media blanca, mestiza, criolla, resentida con el nuevo rol reivindicativo de los nativos puros que ahora están a su altura y ponen sus reglas; y que el MAS está muy lejos de ser perfecto; Bolivia es socialista y le ha cerrado la puerta, por el momento, a la derecha.
Afortunadamente, la derecha boliviana actual no es esa derechota sudamericana de los generales, entrenados en la Casa de las Américas de EEUU, que fletaban aviones para tirar disidentes al mar. La derecha de Bolivia en estos días no es más que una derechita con mucho Dios por delante en cada discurso pero que ni robar ha sabido, porque de todo lo que han robado este pasado año ya se están ocupando los tribunales. Todas sus tropelías de este año están registradas en el cuaderno de una sociedad empoderada que no les va a dejar pasar una sin castigo. Los aymara saben cómo no olvidarse de las cosas.
La Cenicienta
Me hago otro porro. Me lo fumo. No puedo dejar de pensar en que Bolivia es la Cenicienta de América. Bolivia es uno de los países de este planeta con mayor diversidad biológica, pero no tiene una buena agencia de publicidad. Podría decirse que Bolivía es el motor del mundo si no fuera porque la mayor parte del Amazonas está en Brasil. Pero Bolivia tiene Amazonas, tiene Andes… y tiene el Potosí.
Hay quien dice por aquí que los españoles expoliamos tanta plata del Potosí que con ella se podría construir un puente hasta Madrid desde aquí.
Miguel de Cervantes ya escribió en El Quijote aquello de que “vale más que un Potosí”.
Bolivia tiene tanto oro hoy que todavía sus fronteras son mancilladas cada noche por indocumentados mineros ladrones de Argentina y Brasil que llegan en organizadas caravanas de autobuses y se van con kilos ilegamente expropiados del dorado elemento.
Bolivia sobrevivió al ultraje de los españoles y le ha plantado cara al de los gringos. Evo mandó pal carajo a la DEA, con muy buen criterio según cualquier científico social independiente al que quieras consultar. Bolivia ha sido en la historia de la humanidad esa Cenicienta, la más hermosa de América, pobre según el cristal con el que se mire superficialmente, y la más rica del mundo por dentro, que ha sido maltratada por sus hermanas, más bien hermanastras: Brasil, Perú, Chile, Argentina y Paraguay, que le han desgarrado a lo largo de la historia reciente la mitad del territorio que poseía al momento de su independencia.
Ahora la Cenicienta flirtea con un príncipe alemán. Bolivia, en el Potosí, acapara el 80 por ciento del litio del mundo. El país cedió la explotación de esa cosa rara que necesitamos para los teléfonos por 70 años, la vida de un cóndor con suerte, pero ahora esa concesión está en disputa en los tribunales.
El CBD y la hija de mi chamán
Cae la noche y me fumo otro porro de la marihuana auctóctona que me ha regalado Lee. Ya tú sabes, todo se ve mejor así. Esta marihuana es producto del trabajo agrónomo que durante 25 años plantando yerba ha realizado amorosamente este activista procannábico, chamán y hermano. Su producto es una yerba que se adapta mejor a la altura y que, aunque no sea vea como de exposición según el actual cánon occidental (las moñas están secas y casi petrificadas), te pega una nota cabrona. No necesitas más de un par de caladas para viajar… o dormir. No es esponjosa, ni húmeda, ni tiene colores espectaculares. Tampoco es muy olorosa, lo que, por otra parte, es un plus cruzando fronteras.
El estatus legal del cannabis en Bolivia, como en muchos países, depende del abogado que tengas, el fiscal que te encuentres y el juez que te toque. Si te cojen con un porro y no tienes un buen abogado a la mano puedes pasar tres años preso en una cárcel de esas en las que además tienes que pagar si quieres una celda privada o, por ejemplo, comer sin tenérsela que comer a alguien. La posesión, aunque sea un porro, en Bolivia, si no tienes un abogado conectado, se considera “microtráfico”, por el que te pueden caer hasta ocho años preso. Pero claro, con dinero, todo se arregla. Con unos $5.000 o $10.000 puedes pagar un programa de rehabilitación con el que evitar la sentencia de ocho años de prisión. Eso sí, no puedes salir del país en un año ni con Evaristo, el mejor abogado de drogas a este lado del Ecuador.
Mi otro hermano boliviano, Lee, es este amante innato de las sustancias de poder, con algunos rasgos indígenas y dreadlocks rastafaris, que acabó en plan fénix resurgiendo de sus cenizas siendo un chamán por defecto y porque tiene todo lo que hay que tener para serlo.
Nació su hija y dejó el abandono personal al que se había rendido los últimos años. Pero resulta que su hija padece de epilepsia. La medicina moderna controló las convulsiones y la estabilizó, pero causándole secuelas en los dientes, la piel y destrozándole el hígado.
Lee cambió la medicina tradicional por el CBD que consigue en el vecino Chile, mejorando sustancialmente la calidad de vida de su hija. El CBD ha conseguido, sin efectos secundarios, acabar con las convulsiones de su hija, que ahora tiene ocho años.
Pero cuando su hija tenga 12 o 13 años, con los cambios hormonales, la epilepsia puede resurgir. Por eso, Lee lucha para que el CBD sea legal en Bolivia.
Lee también pretende sacar la edición boliviana de la revista Cáñamo, cuyo primer número estaba listo para salir este año, lo que ha sido evitado por problemas relacionados con la pandemia del Covid-19. Por otra parte, aunque yo sea el fan más groupie del Cáñamo Bolivia, lamentablemente va a ser un poco soso ya que solo se podrán publicar artículos estríctamente científicos sobre los beneficios del cannabis. Cualquier comentario sobre los efectos recreativos de la marihuana podrían ser considerados como “apología del consumo”, lo que puede conllevar unos jodidos ocho años de cárcel y que hacen de Lee, para mí, un puto héroe. Un héroe que a pesar de los riesgos legales ha organizado seminarios y talleres sobre el uso medicinal y cultivo del cannabis y otras sustancias en La Paz.
La DMT
Entre otras cosas interesantes, Lee sabe cómo obtener la sabiduría ancestral de las plantas de diferentes maneras. A partir de plantas autóctonas y procesos químicos que tradicionalemente requerían de meses, pero que ahora se pueden acelerar con hidróxido de sodio y bencina, por ejemplo, Lee consigue extraer la DMT, o dimetriltiptamina, la sustancia de los Dioses.
Acompañado por mi chamán, mi abogado y mi fotógrafa, llegué al Valle de las Ánimas, un sitio geológico de origen glaciar que parece un huerto de estalagmitas y que conserva edificaciones ceremoniales prehispánicas. Entre las nubes, se pueden divisar las cumbres nevadas del Illimani y el Mururata.
Me siento en muy buena compañía. Evaristo está a mi espalda. Dijo que él no iba a darle a la changa (DMT) esta vez, pero al final, supongo que al verme disfrutar de mi viaje, se animó. Siempre se dice que para viajar con plantas es bueno hacerlo en compañía de un buen guía, de alguien en quien confiar y que te cuide si el viaje se tuerce.
Yo no me podía sentir mejor con Lee, mi hombre medicina, y Gaby, mi hermana boliviana y fotógrafa. Pero si estaba tranquilo de verdad en gran parte era porque a mi espalda estaba Evaristo. Porque vayas donde vayas, no hay mejor droga en el mundo que la que te metes con tu politoxicómano abogado local.
Y sobre el que ha sido mi viaje más espectacular, esos más de diez minutos de iluminación trascendental con la DMT, escribiré en otro momento, porque aunque lo mejor empieza ahora, este reportaje ya es demasiado largo. ie