18.06.2007 | |
P.RICO-GASTRONOMÍA La poeta Cornelia Sublett descubre en las empanadillas una forma de vida |
Iñaki Estívaliz San Juan, 18 jun (EFE).- La joven poeta Cornelia Sublett empezó a vender empanadillas típicas puertorriqueñas en las calles de San Juan con la idea de documentarse para escribir una novela sobre su familia y la idiosincrasia boricua, pero el negocio le ha ido tan bien que ha encontrado una forma de ganarse la vida. Sublett nació en Fajardo, al este de Puerto Rico, pero cuando cumplió los seis años de edad se trasladó con sus padres a Dallas, (Texas, EE.UU.), y como muchos hijos de emigrantes, siempre quiso regresar a la isla caribeña. Estudió Historia y Literatura en la Universidad de Austin y posteriormente se dedicó a editar libros de texto educativos en Nueva York, ciudad donde se involucró en el ambiente cultural latino y logró presentar su poesía y dos obras de teatro en el Nuyorrican Poets Café. En 2004 regresó a Puerto Rico decidida a emprender «un proyecto cultural, quería identificarme más con mi país, conocerlo más, era un deseo vital para escribir y expresar mis raíces», explicó a Efe Sublett, decidida a escribir una novela sobre su abuela, Cornelia, y su madre, Dora. «Necesitaba conocer a los personajes con los que ellas interactuaban», indica Sublett, quien recordó que su abuela Cornelia vendía las empanadillas que llevaba en una cesta a un lado de la cintura a 35 centavos, y que al otro lado de la cadera colgaba una garrafa de ron que vendía «a vellón» (cinco centavos) el trago. «Vendía de una canasta que es la forma típica. Me parecía que hacía mucha falta algo tan típico y agradable», explica Sublett, que nada más echarse a la calle se percató de que «le gustaba tanto a la gente que el proyecto cultural pasó a ser comercial». «Puerto Rico no sería Puerto Rico sin ti», asegura que le dijeron al poco de comenzar, como una anciana que le comentó: «estaba esperando a comer un pastelillo como este para morir». Sublett cocina empanadillas, pastelillitos y tacos, en una misma masa que manda a hacer en una fábrica «con especificaciones» y que rellena de pechuga de pollo con alcaparras, carne de res, brócoli con queso feta, pasta de guayaba con ricota o tomates secados al sol. Caminado por las playas de Condado, los edificios de Santurce y las adoquinadas calles del Viejo San Juan, Sublett vende entre 100 y 200 empanadillas en un día a 2,75 dólares cada una. En conciertos o fiestas como las de la Calle San Sebastián vende entre 500 y 1000 empanadillas en un día. Para obtener «un beneficio económico viable» de un «producto tradicional», Sublett ha incorporado estrategias modernas a la venta en canasta, como los «flyers» (tarjetas promocionales) y carteles que pueden encontrarse por todo San Juan, o la página de internet www.pastelillitos.com, desde donde se podrán realizar pedidos. Insiste en que sus empanadillas, elaboradas con las recetas de su abuela, conservan «un sabor auténtico» y «la calidad que tenía la comida de antes», que los puertorriqueños agradecen porque «se habían alejado de sus costumbres». Ahora prepara la apertura de un local en Santurce donde venderá a través de una «ventanita», pero reafirma que su «proyecto cultural sigue adelante», aunque se siente obligada a «satisfacer una demanda creciente». La «ventanita», explica, le dará «una estabilidad económica para poder dedicar más tiempo estructurado a mi novela y tal vez quitarme de la calle y centrarme en la escritura». Dice que el costo mayor de su negocio es el caminar durante horas, pero que también tiene sus compensaciones por los comentarios de la gente; por el agradecimiento que le muestran los vagabundos a los que le regala pastelillos; y porque está segura de que lo que hace «tiene un impacto positivo en la sociedad». «Todo lo que he hecho ha sido pensando en trabajar por mi pueblo», asegura esta joven de 31 años que en el intento de escribir la gran novela boricua ha encontrado una forma |
de ganarse la vida. |