Por Iñaki Estívaliz para Claridad desde Damasco
El campo de refugiados de Yarmuk, a unos ocho kilómetros al sur de Damasco, es una ciudad de escombros y edificios horadados por bombas y proyectiles de todos los calibres. Mirando en cualquier dirección por sus calles y avenidas polvorientas el paisaje de devastación se pierde en el horizonte. Muy poco a poco comienza a resurgir de las cenizas.
Fundado informalmente en 1957, llegó a albergar a unos 400.000 refugiados palestinos y sirios. Durante el siglo pasado atravesó por innumerables adversidades, crisis y conflictos, pero ha sido en las dos últimas décadas, sobretodo durante la guerra civil siria, cuando sus habitantes han sufrido sus peores momentos al punto de quedar unas ocho mil personas.
El campo sufrió la saña la División 4 de Maer al Asad (el hermano del depuesto tirano) y la aviación rusa.
Abu Mohammed, un frutero de 40 años, recuerda cómo el enclave estuvo controlado por diferentes grupos rebeldes entre 2012 y 2015 y, entre 2015 y 2018, “supuestamente” por el Estado Islámico (EI).
En 2013, fueron forzados a evacuar tres mil palestinos que están todavía desaparecidos: “no sabemos nada de ellos, pero se dice que una milicia chií los mató a todos”.
Aquel año, relata Mohammed, la gente comenzó “a matar a los perros para comer, usábamos las yerbas de la calle para cocinar. No hay ninguna familia aquí que no haya perdido al menos a uno de sus miembros. Si salías del campo no sabías si te dejarían regresar y ante cualquier sospecha te retenían por horas”.
Bajo el control del Ejército sirio, se produjo un embargo que causó la muerte por inanición a más de doscientas personas.
Mohammed recuerda que uno de los peores tiempos en el campo fue cuando el Ejército sirio creo unos “comités” a los que no se les podía reclamar y ni la propia milicia podía ponerle un pero.
“Eran unidades drusas alauíes que llegaban a las casas, violaban a las mujeres, mataban a muchos de los hombres y luego colgaban en la pared un retrato de Al Assad y nos decían que apartir de ese momento él sería nuestro único dios”, asegura.
El tendero se apresta a dejar claro que que en el campo había muchos alauíes “que no eran malas personas. Eran buenas personas pero que no se atrevían a protestar, hay que entenderlos”.
Mohammed cree, como el resto de entrevistados para este reportaje, que entre el 2015 y el 2018, cuando supuestamente dominaba el campo el Estado Islámico, “realmente era un invento del régimen para castigarnos”.
En 2018, se retiró el EI y al día siguiente el ejército bombardeó el campo durante cuatro días supuestamente para echarlos cuando ya se habían ido.
Abu Mahmud, un sirio de 42 años refugiado en el campamento donde se escondió por años para evitar ser reclutado, confirma las palabras de su compañero. Mahmud todavía busca a uno de sus tíos, cuyo nombre encontraron en los registros de la infame cárcel de Sednaya, donde “murieron muchos y otros se volvieron locos”.
Las calles de Damasco están plagadas de hombres que han perdido la razón.
“Ahora sentimos una seguridad sicológica”, dice Mahmud, quien tres días después de caer el régimen de Al Assad viajo cuatrocientos kilómetros hasta Alepo a visitar familiares “con tranquilidad, sin que me pidieran los papeles”.
“Bashar Al assad decía que era aliado de palestina, pero él solo quería aprovecharse de la causa palestina para sus intereses. Por eso recibía ayudas internacionales y se quedaba casi todo el dinero y repartía muy poco”, lamenta el sirio compartiendo una idea repetida por varios entrevistados.
“Lo que hizo el dictador aquí es lo que está pasando ahora en Gaza”, señala.
Ismail Al Khatib, de 54 años, es el muecín (el que llama a la oración) de la mezquita Al Wasin, que está en proceso de restauración gracias a la donación de uno de sus fieles.
“Cuando el EI se fue, el Ejército bombardeó las 30 mezquitas del campo y muchas de ellas son irreparables. En una de esas mezquitas se refugiaban familias y murieron decenas de personas y más de cien resultaron heridas”, relata Al Khatib, quien dice haber vivido toda su vida con miedo, pero que ahora tiene la esperanza de que la situación mejore.
Asegura que la Inteligencia siria “inventó el EI en el campo. Disfrazó el régimen en forma de Estado Islámico”.
Para el religioso, que espera tener restaurada su mezquita para el próximo ramadán, Benjamin Netanyahu y Bassar Al Asaad son las dos caras de la misma moneda.
Un ejemplo de esperanza es Abu Sahadi, de 52 años, que cuida de su madre, que con ocho, en 1948, salió de Palestina con la Nakba, la gran catástrofe.
Sahadi ha abierto un pequeño restaurante de comida tradicional en la calle Palestina de Yarmouk, con la esperanza de servir de motivación para el regreso de los antiguos habitantes del campo.
“Poco a poco está volviendo la gente, cuando haya electricidad volverán más. Decidí abrir este puesto de comida para animar a la gente a volver. Lo primero que necesita la gente es tener sitios donde comer. Es cierto que va un poco lento, pero está bien, lo más importante es que se acabó el régimen”, defiende.
Abu Said, de 66 años y que nunca ha abandonado el campo, resume la situación diciendo: “Irán y Siria siempre dicen que están con Palestina pero están en contra de Palestina”. ie