Por Iñaki Estívaliz para Claridad desde Alepo
Natalie Bahhade, la única DJ de Alepo y una de las pocas de Siria, es una joven psicóloga que trata de sanar a la juventud de su ciudad traumatizada por las guerras y construir un futuro inclusivo a través del arte y el feminismo.
Nacida y criada en Alepo estudió psicología en Beirut y realizó un máster en Artes en Roma. Vivía en Alemania, donde pensó alguna vez en establecerse, cuando decidió regresar a su país.
Tiene fijado un irrenunciable proyecto de vida: ayudar a la gente a sanar de las guerras a través del arte, especialmente a la juventud árabe, para superar los traumas de la guerra en un país devastado por medio siglo de tiranía de los Al-Assad.
“Creo que el arte es una herramienta importante para sanar”, insiste.
Tras recorrer Europa para formarse con ese objetivo, se dio cuenta de que Occidente no era el lugar para llevar a cabo su proyecto. Pensó que si realmente quería ayudar, debía regresar para realizar un trabajo realmente efectivo.
Tras siete años en el extranjero, inició un nuevo viaje pero dentro de su ciudad laborando en diferentes frentes en el ámbito de la cultura y enfocada en los jóvenes.
Pero su historia, como la de todos los sirios, no es sencilla.
En 2012, viajó con su familia a Líbano con la intención de estar dos semanas visitando parientes, pero cuando fueron a regresar, las protestas contra el régimen de Bashar Al-Assad del año anterior, se habían convertido en abierta guerra civil, cerraron el aeropuerto y no pudieron regresar en cinco años.
Su familia se refugió en la ciudad costera siria de Latakia, donde su padre comenzó a trabajar. Ella se mudó a Líbano para estudiar.
En un momento dado en el que la familia se disponía a regresar a Alepo, desistieron porque se extendió una hola de secuestros de personas mayores para pedir rescate.
La familia tenían una fábrica de muebles que fue ocupada por las diferentes milicias que participaban en el conflicto.
Finalmente, y aunque la guerra continuó hasta el mes pasado, la familia regresó en 2018 y pudieron recuperar la factoría. Una vez sus padres consiguieron regresar a Alepo, ella se animó a volver a casa.
“Vivir en el extranjero cuando la guerra está sucediendo en tu país es terrible. Me dividió. Mi cuerpo estaba allí, en Europa, pero mi mente estaba aquí con mi gente”, recuerda.
Sintió que por su bienestar mental y para conseguir su objetivo de ayudar a la gente debía volver a casa y comenzó a trabajar como voluntaria en diferentes organizaciones
En 2021, empezó a trabajar en la fábrica de su padre. En una industria en la que el 95 por ciento de los trabajadores son hombres, ella estaba prácticamente sola como mujer
“Fue un desafío para mí y para mi padre, que se preocupaba de cómo me tratarían los trabajadores por ser mujer. Pero nunca nadie me ofendió y he acabo siendo una parte esencial del proceso de trabajo”, presume y se congratula de que desde hace dos semanas tienen una empleada que es una mujer joven.
Paralelamente a su trabajo en la fábrica, se puso a organizar eventos artísticos comenzando con unas noches culturales en un pub local. Un día a la semana tocaba como DJ, cada día con un tema diferente.
Contrariamente a Damasco, donde existía una vibrante y cosmopolita comunidad artística protegida por la esposa del dictador, Asma, en Alepo, como el resto de la Siria ajena a la capital, “había cero eventos artísticos de cualquier clase”.
El obsesivo centralismo del sátrapa impedía con trabas burocráticas la celebración de cualquier tipo de actividad cultural fuera de Damasco.
“Empezamos a reunir a los artistas de Alepo, que sentían aislados y marginados y comenzamos a crear una comunidad cultural”, explica.
Organizaron exhibiciones con el arte de los artistas locales y eventos experimentales con el marco del Colectivo Karasi (sillas).
Celebran semanalmente unas noches de Cine Sin Fronteras en las que se le da más importancia a la discusión posterior que a la proyección del documental o la película. Por eso, se limita el acceso a 25 personas, para que todos puedan tener la oportunidad de dar su opinión. “Lo más importante es el diálogo”, subraya.
Después de dos años trabajando el arte como colectivo, decidieron hacer una pausa porque la burocracia corrupta del régimen ponía demasiados problemas para otorgar permisos para realizar cualquier tipo de actividad pública.
“El régimen no nos permitía hacer nada si no eras un protegido de la primera dama en Damasco”, lamenta.
Cuando cayó el régimen el mes pasado salieron a las calles de Alepo, sobretodo mujeres de diferentes religiones, a pintar murales con lemas como “No hay nada que no podamos conseguir si colaboramos juntos” o “Aquí hay sillas para todos”.
“Fue un regalo para la gente con un importante mensaje. Me hace sonreir cada vez que me encuentro con uno de los murales caminando por la ciudad”, celebra.
Reiniciaron las actividades con un nuevo impulso.
Sin embargo, la mayoría de los artistas que exponen y participan en las actividades que organiza son hombres: “ese es mi mayor problema”.
También celebran semanalmente los Salones Culturales, en los que se establecen conversaciones sobre cómo presentar sus demandas ante el venidero nuevo Ministerio de Cultura.
“Queremos traer expertos de fuera del país en cuyos gobiernos se han realizado políticas exitosas de las que podamos aprender. La cultura y el arte pueden revitalizar la economía y toda la sociedad”, plantea.
También impulsan noches de micrófono abierto para poetas y cuentacuentos para darle cancha a la gente con talento en una ciudad en la que no hay mucho que hacer.
Cada dos meses realizarán un gran concierto o una exhibición importante.
Sobre el nuevo gobierno, piensa que hay que esperar todavía para hacer valoraciones. Considera que lo que hay actualmente es “una situación de transición, es un gobierno de salvación”.
“No tenemos expectativas todavía porque este no va a ser el gobierno que vamos a acabar teniendo. Nos preparamos para el peor de los escenarios. Esperamos tener elecciones y un gobierno inclusivo que respete realmente a la gente de Siria con todas sus variedades”, defiende.
Solo en Alepo conviven gentes de 13 religiones y sectas.
“Creo que si no tenemos un gobierno inclusivo, no será sostenible. Llevará a otra guerra o conflicto”, vaticina. “Hay que poner todos los esfuerzos en que todos los grupos sean representados activamente”, insiste.
Para explicar su estrategia, cita un proverbio árabe que tiene su traducción castiza: “el que no llora, no mama”.
Insiste en que el feminismo debe tener un rol importante en esta batalla cultural.
Sobre la situación de las mujeres en Siria asegura que ya las sirias trabajan y tienen un papel activo en la sociedad, pero apenas tienen representación política en los partidos o el Parlamento. “Ese es el problema”, puntualiza.
Ella misma encuentra dificultades como mujer DJ, un papel que no está socialmente aceptado y que extraña a la gente cuando la ve pinchando discos. Reconoce que a sus padres no les gusta la idea de imaginarla subida a un escenario, exponiéndose en ambientes donde la gente bebe alcohol.
Le apena que dentro de Siria no haya organizaciones que velen por los derechos de las mujeres, pero confía en que las habrá pronto.
Dice que el futuro les depara a los sirios una “cantidad infinita” de posibilidades, buenas y malas.
“El futuro puede no estar bajo nuestro control, pero nuestro comportamiento ahora sí esta en nuestras manos. Realmente necesitamos ser activos y elevar nuestra voz”, proclama. ie