13.10.2006 |
P.RICO-INMIGRANTES De día jóvenes disfrutan playas y de noche llegan inmigrantes Iñaki Estívaliz Cabo Rojo, (Puerto Rico) 13 oct (EFE).- El mismo paraíso natural que cientos de jóvenes boricuas y turistas disfrutan los días festivos en el extremo suroeste de Puerto Rico, se convierte algunas noches de luna llena en el escenario donde se reproduce un drama humano por la supervivencia. Atravesando montañas de densa vegetación desde el interior de la isla, de súbito el sol deslumbra sobre el espejo que forman las salinas de Cabo Rojo, rodeadas de un paraje donde calas de arena blanca se confunden con bahías de manglares, las ciénagas con los caminos y la vida con la muerte. Para muchos jóvenes, el ritual de enfangarse hasta los tobillos para llegar al automóvil forma parte del encanto del día de playa en un ecosistema vital para muchas aves migratorias, donde bajo los matorrales el suelo crepita con el huir de caracoles ermitaños del tamaño de una pelota de tenis. Los inmigrantes indocumentados que tratan de entrar ilegalmente en Puerto Rico para |
conseguir un futuro mejor arriesgando sus vidas atravesando el Canal de la Mona, infestado de tiburones, en pequeñas embarcaciones caseras, son cada vez menos, pero ahora casi no reciben ayuda de los vecinos y llegan armados. Los indocumentados se orientan por el faro de Cabo Rojo, sobre un peñón escarpado, y esperan que el mar no esté picado y que la luna les coja llena a la llegada para ver algo cuando atraviesan el bosque acuático, contó a Efe William Padilla «Mr Apple», empleado del restaurante «Con el agua al cuello» y pescador de orilla. «Después de llover el mar se pone bueno», dijo Padilla, quien aseguró que los capitanes de las yolas esperan a las dos de la madrugada para acercarse a la costa, donde a veces pescadores locales los remolcan hasta una orilla segura. «Pero es sólo para quedarse con los motores y la gasolina», puntualizó. «Y si pueden quedarse con la lancha, se la quedan también», aseguró, por su parte, el sargento Félix Lavergny, del cuartel de la policía municipal que está frente a la playa de Combate, del que depende el faro de Cabo Rojo y cuyos oficiales patrullan las 24 horas la zona, de Playa Sucia a Punta del Aguila. El teniente Micael Carlo, Lavergny y el agente Francisco Ramírez, insistieron en que en los últimos años, los indocumentados «llegan más agresivos», que cada vez más a menudo se les incautan machetes y municiones y que en alguna ocasión han respondido al alto con disparos. Los policías explicaron que ahora llegan más desesperados, que se tiran de la lancha y no se agarran a los chalecos salvavidas que les brindan «y se echan a nadar». Así «se ahogaron cinco mujeres, mientras tratábamos de rescatarlas en Boquerón», dijo Lavergny, quien sostuvo que recientemente es más habitual que los indocumentados, mayoritariamente dominicanos, paguen el pasaje como «mulas» introduciendo drogas. Explicaron que, del mismo modo, hace unas décadas los vecinos eran más solidarios con los inmigrantes ofreciéndoles desinteresadamente sus casas para esperar que algún familiar los fuera a buscar, pero que pronto comenzaron a cobrarles «cien dólares por cabeza». Advirtieron que tienen varias casas vigiladas, pero que ya el sistema de rescate está más organizado: «vienen taxis con los cristales ahumados». A falta de alguna institución pública o privada que aporte las primeras atenciones a los inmigrantes, que a menudo llegan deshidratados y con heridas si encontraron rocas en la playa, los agentes de Cabo Rojo hacen una colecta entre ellos para comprarles agua, jugos y pan: «nosotros somos responsables de ellos». Los inmigrantes que llegan a Cabo Rojo guiados por el faro sólo llevan un hatillo con una muda de ropa al hombro, al salir del fangal de los manglares se cambian y abandonan la ropa con la que hicieron la travesía. Todos los caborrojeños tienen alguna historia que contar: «por aquí pasan a cada rato», sostienen; «ahora no les ayudan tanto», reiteran. |