Por Iñaki Estívaliz para Claridad desde Damasco
Fotos de Pablo Medina
Muafak Arwani es un poeta sirio que durante décadas ha ocultado el significado de sus poemas, que recita en teterías y que no ha querido publicar por miedo hasta la caída del régimen sátrapa de los Al-Assad el mes pasado.
Nació en la ciudad de Hama, en el centro de Siria en 1963 y llegó a Damasco para estudiar la secundaria y posteriormente Ingeniería y la sharia (ley islámica).
En 1982, se fue de vacaciones y al regresar a su casa se encontró que estaban deteniendo a todos los hombres y niños mayores de 10 años. Hama había sido una ciudad mayoritariamente opositora a la dictadura de Háfez Al-Assad y el tirano la bombardeó, la tomó con tanques y estableció puestos de control en cada esquina.
“Detuvieron a mi padre, a mis cinco hermanos y a las mujeres que escapaban les daban la instrucción de dejar las puertas abiertas de las casas”, recuerda el rapsoda.
Sus cinco hermanos tenían entre 10 y 17 años y todavía no saben qué fue de ellos. Arwani refleja en sus poemas el dolor y el amor de su madre por la ausencia de sus hermanos. También escribe sobre la nostalgia que siente por sus dos hijos emigrados a Alemania y que ansía tener a su lado.
Al poeta le tocó su turno y pasó sus primeros dos años y medio encarcelado.
Una vez liberado, tuvo que hacer el servicio militar y lo volvieron a detener porque era familia de un desertor del Ejército.
Él no conocía a su pariente, Mukhles Arwani, un piloto que se había negado a bombardear Hama y que escapó a Jordania.
Durante dos años fue torturado y solo le preguntaban si conocía a su familiar del mismo apellido.
Estuvo detenido en un colegio de formación profesional donde enseñaban electrónica y mecánica.
Allí le ataban las manos a la espalda, le ponían la cabeza en una prensa y empezaban a apretar mientras le hacían la misma pregunta.
“Algunas cabezas explotaban y el siguiente a torturar tenía que retirar el cadáver y limpiar la sangre antes de colocar la suya en la prensa”, describe con tranquilidad.
Asegura que había visto al jefe de los torturadores infiltrado en las manifestaciones contra el régimen.
“La familia del espía cooperaba con la Inteligencia y tenían un taller para reparar los vehículos del régimen dañados”, denuncia.
A la media noche del pasado 8 de diciembre, cuando los rebeldes llegaron a Damasco, llamaron a la puerta de su casa y su mujer se sobrecogió temiendo lo peor.
Era su buen amigo el portero del edificio, que llegaba con 20 desconocidos, cansados y hambrientos. Eran rebeldes a los que dieron de comer y les dejaron dormir en la casa aquella noche.
Asegura que “gracias a Dios y que tenemos tanta capacidad de paciencia, los cincuenta años de los Al-Assad ahora se sienten como unos meses”.
Confía en que, Ahmed al Sharaa, el líder del nuevo gobierno sirio, todavía en proceso de organización, será una bendición para el país.
“Los musulmanes nunca pensamos en la venganza. Es un sentimiento que sobretodo tienen las mujeres, el de la esperanza por una nueva vida”, defiende.
Subraya que ese es el espíritu que viene con Al-Sharaa: “nos ha dicho; sois libres, no buscamos venganza”.
Explica que el verso del Corán que dice “ojo por ojo, diente por diente”, por un lado, les daría derecho a la venganza, pero que el texto sagrado acaba diciendo que “si perdonáis, es mejor”.
El trovador ha sentido durante toda su vida el bálsamo de la poesía para soportar una realidad intolerable.
Cuando se le pregunta cómo se siente ahora tras la caída de Bashar al-Assad, se le iluminan los ojos y dice: “para mí, para mi madre, para toda mi familia, soy como una mariposa que no pesa, que flota de la felicidad”. ie