LAS CRÓNICAS A VUELAPLUMA

Trabajos periodísticos de Iñaki Estívaliz

No hay Dios en el infierno

Por Iñaki Estívaliz

Corresponsal de Claridad

No sé si existe un Dios, pero puedo asegurar que existe el Infierno porque he vivido un mes en Israel.

No hay en el mundo personas más mal educadas y rudas que en la realidad distópica de ese país artificial y cancerígeno que prefiero llamar Israhell. Los enamorados pasean de la mano armados con metralletas y los ultraortodoxos te escupen a los pies, cada noche violan a sus mujeres porque libros mágicos se lo dicen y adornan la ciudad como engendros orejudos, narizudos, blanquecinos enfermizos y anormales endogámicos vestidos de negro, con teléfonos analógicos y nidos de cigüeña en la cabeza los sábados. 

Hacer cola es una desagradable lotería en Israhell, porque nunca sabes cuando cualquiera que se dé cuenta que no hablas hebreo se va a sentir autorizado a saltarse tu turno y colarse. Me han gritado y empujado en ciudades supuestamente civilizadas como Jerusalén y Tel Aviv por no hablar hebreo. He visto a estos subnormales cagando entre los arbustos junto a mi hotel en Jerusalén Este, Palestina ocupada, te tosen en la cara y encontrarte a una persona amable es difícil, aunque las hay, claro que las hay, hasta buenos judíos israelíes existen que se juegan la vida cada día por protestar, cuestionar y criticar al gobierno genocida que padecen, pero son una minoría invisibilizada por los miles de millones de dólares que el demonio envía desde Washington regularmente con tus US taxes dollars. Y luego fuera del infierno tenemos estalinistas que patalean porque uno escribe que también hay gringos buenos. 

A mí me caían simpáticos los ultraortodoxos, esos fanáticos, que dedican sus horas a leer los libros del demonio, porque queman banderas de Israel y exhiben la palestina. Pero estos tipos salidos de películas de ciencia ficción no tienen la mínima empatia por los palestinos. Solo defienden que Israel no puede ser un estado hasta que llegue su mesías. No critican el genocidio. No defienden la paz. Solo les jode ser un estado antes de que les aparezca su payasito.

Necesito terapia. Necesito ayuda porque creo que estoy padeciendo Síndrome de Estrés Postraumático, «secundarío», me dijo una amiga, por ver lo que he visto. Creo que lo tengo primario, qué cojones. Ya veré qué hago cuando llegue a Boston y tenga que pagar las tarjetas de crédito desde un centro de rehabilitación para tratar también con mi alcoholismo, pero todo bien.

Impresionante fue llegar a Hebrón, donde el taxista del colectivo de siete plazas nos hizo bajar antes de alcanzar la parada. Estábamos llegando a una glorieta y en una esquina en la que se apostaban una docena de soldados con uniforme verde, israhellíes, y en frente, en otra esquina, otra docena de soldados, vestidos de negro, palestinos. Guapísimos los palestinos. 

No es fácil ver a esas dos fuerzas tan cerca. La «Directriz 00» ordena a los funcionarios y militares de la Autoridad Palestina a acuartelarse si aparecen los soldados sionistas en Palestina. No hay autoridad palestina en Palestina, solo nazis con metralletas. Porque son los putos amos esos pervertidos de todo el mundo que acaban en Israhell para vivir una macabra orgía de metralletas y prepucios descapullados. La Autoridad Palestina no tiene ningún poder. Ya el corrupto político y criminal de guerra genocida Bibi Netanyahu se encargó de crear y financiar a Hamás para que la Autoridad Palestina acabara siendo una institución pelele. Ahora usan a Hamas como excusa para exterminar a dos millones de personas en Gaza. A parte de ser la resistencia de un pueblo sufriendo el exterminio, los heroicos soldados de Hamás son más guapos, insisto, además de que tienen corazón.

Pero sigo. Me pasé casi una semana en Hebrón tratando de llegar a Masafer Yatta. Les dieron este año el Oscar y todo al palestino y al judío que con otro colectivo crearon el documental «No Other Land». Masafer Yatta es una zona en la que existen 18 villas palestinas que sufren desde hace décadas el acoso, los disparos, los incendios y las bombas de los demonios sionistas. Fue una sensación extraña estar allí cerca cuando les dieron el Oscar. No ha servido para nada ni el Oscar ni estar yo allí.

Lejos de ayudar, el exitoso documental ha conseguido que la bestializada presión colonizadora aumente, que los palestinos estén peor y que sea mucho más difícil llegar para los periodistas que queremos denunciar la situación. 

Llevaba tres días quedándome en el «hostel» más barato de Hebrón, compartiendo frío y necesidades con activistas palestinos y de Canadá y Estados Unidos cuando apareció el Activista Perfecto. Holandés de padre afgano. Nombre y apellidos árabes. Se conocía la historia de la región al detalle y daba gusto escucharlo hablar. 

Pero era demasiado perfecto. Para cada uno de nosotros tenía algo que decir. Algo demasiado específico y profundo para empatizar. A mí me vino con que era un escritor frustrado que estaba tardando demasiado en terminar su carrera. Para mí fue como si leyera mis sueños. Por fin aquel día, el cuarto día del ramadán de 2025, teníamos para el día siguiente tres opciones de llegar a Masafer Yatta. Nos esperaban allí, en las cuevas y camiones que usan para dormir porque en sus propias casas los palestinos se arriesgan a morir cada noche.

El activista perfecto me pidió mi computadora portatil para para subir a la nube un disco duro con fotos de asentamientos palestinos. Se la dejé sin dudar, pero rápidamente me entró la paranoia. ¿Dejará en mi computadora alguna imagen o info que me pueda comprometer? 

El cabrón era demasiado perfecto. Hablaba demasiado bien inglés. Sabía demasiado. Lo sabía todo. De repente, mi cabeza lo catalogó como perfecto espía del Mossad. La agencia de espionaje mejor financiada en la historia de la humanidad, ya quisieran las SS contar con ese presupuesto y esos fascistas. Tenía todos las papeletas. Entré en pánico cuando el compañero que estaba planificando la visita del día siguiente a Masafer Yatta me dijo que allí habían dicho que el activista perfecto no era bienvenido. Todos los contactos en Masafer Yatta dejaron de contestar. Silencio absoluto. Estaba claro que algo apestaba con el activista perfecto.

Me pasé la noche pensando si tirar mi computadora a la basura. Escribí a muchos amigos preguntando por expertos y hackers que pudieran entrar en mi computadora a ver si me la habían jugado. A las siete de la mañana dejé el «hostel» sin despedirme. Memoricé el camino hasta la estación de autobuses para tomar un bus a Jerusalén y apagué la computadora y los teléfonos celulares.

En cuanto salí a la calle me olvidé del camino. Prendí mi teléfono libanés, que apenas había usado y me dio menos miedo utilizar. En el teléfono puertorriqueño me salían muchas cosas raras en hebreo. Debería haber cogido un taxi que me llevara a la parada del 231 a Jerusalén, pero mi tendencia a tomar malas decisiones a menudo me regala experiencias extraordinarias.

Caminando por las colinas de Hebrón me acabé dando cuenta de que la 231 es la guagua palestina y que el 381 es un puto autobús israelí.

Agotado, de repente me encontré rodeado de asentamientos ilegales sionistas. Había pasado más de una hora caminando, saludando y riendo emocionado a niños palestinos de camino a sus escuelas.

Pero ahora estaba en medio de ninguna parte. A la izquierda, a la derecha y al frente tenía controles de acceso a asentamientos ilegales. Paragresar debía escalar una montaña para lo que no me sentía con fuerzas.

Pasó a mi lado una tanqueta sionista que paró en la esquina cercana. Tras ella, una patrulla policial. El Policía me preguntó, debo reconocer que con amabilidad, ¿qué haces aquí?¿A dónde vas? Le puse cara de perdido y le dije usando las menos palabras posibles: bus, Jerusalem.

El policía me explicó, con señas y gestos, porque la mayoría de los israelíes que viven en Israhell no saben inglés, no son tan educados como los palestinos, que debía pasar un control de acceso militar.

Le hice caso. Seguí por donde me dijo. En el control de acceso, el soldado subnormal ni siquiera me pidió identificación: soy blanco, rubio y pongo cara de turista perdido.

De repente, después de haberme pasado tres semanas en Jerusalén y una en Hebrón haciendo gestiones para llegar a Masafer Yatta (acercarse a Gaza está prohibidísimo), me encontraba dentro de un asentamiento ilegal.

Las calles muy limpias, los edificios muy nuevos, las personas extraterrestes, por no decir subnormales, palagra que siempre he evitado utilizar pero que me parece apropiada para referirme a estos fascistas. Me acordé de la película “El show the Truman”.

Recordé que solo tenía billetes de 100 shekels y que debería cambiar para tener menudo para pagar el autobús. Pedí cambio en una cafetería a un infrahumano que trabajaba allí usando el Google translate en hebreo porque repito, los israelíes que quedan en Israhell solo saben hebreo y quizás algún otro lenguaje de donde sea que sus putas madres los hayan parido.

Muy desagradable, el tipo me dijo que no tenía cambio. Descubrí que tenía una nevera con cervezas y le compré dos. Por la venta fue al vecino a pedir el cambio. Me bebí las dos cervezas de dos tragos, a las nueve de la mañana, un día soleado. Una como para demostrar que no soy musulmán y otra para insistir porque estábamos en ramadán. Y allí yo, volando entre nazis. Me fui caminando a buscar la parada del 381, un jodío autobús de colonos con el alma de Leopoldo II alimentando la putrefacción de sus corazones. 

Cuando llegó la guagua, todo el mundo pagaba con tarjetas del club social del asentamiento genocida. Yo le enseñé un billete de 20 shekels al conductor. Me dijo algo en hebreo y pasé, me senté y no me lo podía creer cuando llegué a Jerusalén sin pagar el autobús, rodeado de imbéciles con metralletas, pasando controles militares sin frenar, circulando por carreteras del lado perverso de los muros.

Todavía me quedaba lo peor, que resumiré porque estoy cansando sobrevolando el Atlántico en un avión de Air Canada con destino Montreal, donde hago escala para seguir a Boston.

En el aeropuerto de Ben Gurión me interrogaron tres personas durante dos horas. Una asiática, un ruso y un polaco, o algo así. Todos dándoselas de muy profesionales pero niñatos violándome. Otra película que me viene a la cabeza cuando pienso en esos momentos es “La naranja mecánica”. Israhell es un país inexistente con un gobierno genocida dirigido por los protagopnistas de “La naranja mecánica” ultra financiados para crear supuestas realidades como en el “Show de Truman” en Tierra Santa robada.

Me facturaron las maletas sin mi consentimiento y me llegaron a desnudar en una cabina mientras gente mirando a través de las camáradas de seguridad daban indicaciones a los niñatos inquisidores. Me pasaron detectores de yo qué sé por los huevos y por el culo. 

Me gustaría escribir esto mejor, pero necesitaba soltarlo de cualquier manera. No sé si volveré a escribir. No sé si merece la pena nada.

No sé si el activista perfecto era un topo del Mossad, pero la razón por la que no quisieron que fuera a Masafer Yatta, y yo no decidí regresar a Jerusalén, fue que al parecer es un abusador sexual que se exhibió desnudo en un par de ocasiones delante de otras activistas. 

Todo esto me ha superado. Rezo, pero no hay Dios. ie

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *