Una abuela menuda y ama de casa venció a las grandes compañías contaminantes

29.04.2008 
P.RICO-MEDIOAMBIENTE
Una abuela menuda y ama de casa venció a las grandes compañías contaminantes
Iñaki Estívaliz
San Juan, 29 abr (EFE).- La ganadora puertorriqueña del premio ambiental Goldman 2008, Rosa Hilda Ramos, es una abuela menuda y ama de casa que contra todo pronóstico venció a las grandes compañías que hacían de su pueblo, Cataño, el de mayor índice de cáncer de toda la isla.
Durante dos décadas de lucha vecinal y sin apenas recursos ha ganado varias demandas millonarias y bromea con que un amigo neumólogo le reprochó recientemente que tuvo que cerrar su consulta en el pueblo por falta de clientes.
Pero lo que más le satisface es poder abrir sin miedo las ventanas de su casa, salir a la calle sin pensar en la lluvia ácida y recibir el agradecimiento de sus vecinos que se acercan a cada momento para besarla.
Todo comenzó cuando después de muchos sacrificios consiguió comprar a principios de la década de 1990 con su esposo, Mariano, su novio de toda la vida y profesor universitario, una casa en la acomodada urbanización Marina Bahía de Cataño, la misma donde recibió a Efe.
«Creíamos que habíamos comprado la casa de nuestros sueños, pero lo que compramos fue una pesadilla», recuerda.
Los padres de Rosa Hilda enfermaron de un cáncer terminal que los mató en seis meses durante los cuales el salón de la casa recién estrenada se convirtió en un hospital.
Rosa Hilda velaba el coma de sus padres con la esperanza de tener la oportunidad de que despertaran en algún momento para poder despedirse de ellos, por lo que perdió el sueño y se acostumbró a dar un pequeño paseo por el vecindario a las dos o las tres de la madrugada.
A esa hora, las luces de la mayoría de las casas cercanas comenzaban a encenderse y Rosa Hilda se extrañó de que tantos vecinos trabajaran en turnos de noche. Pero descubrió que las luces se encendían por «ataques de asma y otras afecciones».
En los terrenos cercanos, entonces había dos plantas de tratamiento de aguas negras, otra de asfalto, dos termoeléctricas, una cementera, centros de mediciones que utilizaban radiactividad, refinerías, vertederos clandestinos y almacenes de granos y de químicos.
A la estatal Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) Rosa Hilda la venció en varias ocasiones consiguiendo que esa agencia aportara 3,4 millones de dólares para adquirir los terrenos para proteger la vecina Hacienda las Cucharillas, de alto valor ecológico, y luego un millón para contratar asesores científicos.
Sin abogados, convenció a un juez para que ordenara a la AEE que utilizara combustibles bajos en azufre.
Pero antes de eso Rosa Hilda, ahora amorosa abuela de Daniel, su «mejor motivo para continuar luchando», era una ingenua que «no podía atar cabos y relacionar la contaminación con el cáncer» y que «vivía confiada en que el Gobierno te protege».
Empezó a visitar a sus vecinos para regalar los costosos equipos médicos que habían quedado en desuso con la muerte de sus padres.
«Ahí fue que me asusté. Mucha gente tenía traqueotomías permanentes o estaban pegados a máquinas de oxígeno, en una calle todos eran asmáticos y compartían una única máquina de tratamiento», recuerda.
Rosa Hilda comenzó a reunir a sus vecinos y fundó el Comité de Calidad de Vida.
Fue recibida por primera vez por directivos de la AEE en una reunión en la que uno de los químicos de la agencia aseguró que el humo que salía de las chimeneas, que hinchaba los ojos de los vecinos, se comía la pintura de los vehículos y agujereaba las hojas de las plantas, era «vapor de agua» inofensivo.
El ambientalista que acompañaba a Rosa Hilda puso el grito en el cielo, pero ella no dijo nada porque no sabía a quien creer.
Así que cogió la costumbre de que cuando «acostaba a los niños» cada noche se iba luego a una biblioteca pública a estudiar sobre industrias químicas y ahora es una experta en esos temas.
«Adivina quién estaba mintiendo», reta con una humilde sonrisa la flamante ganadora del Goldman, quien decidió renunciar a buscar un trabajo que la alejara de sus hijos y de su lucha ambiental, por lo que tuvo que hacer ajustes en la economía familiar como coser su ropa y la de sus hijas.
Rosa Hilda, de 63 años, también se hizo experta en resolución de conflictos y es una defensora a ultranza de las «herramientas» que la democracia dispone para que se oiga la voz de las comunidades.
Hacer uso de la libertad de expresión y de la participación activa como el envío de cartas, la asistencia a las vistas legislativas o las protestas simbólicas y con humor son fundamentales, a lo que hay que añadir la ayuda «del máximo logro de la democracia que es la prensa».
«Lo que yo he hecho lo puede hacer cualquiera si tiene determinación. Te tienes que volver tu propio experto, abogado, ingeniero, perito químico…», asegura.

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