14.09.2007 |
P.RICO-BARRIOS Vecinos de barrio histórico se sienten amenazados por intereses inmobiliarios Iñaki Estívaliz San Juan, 14 sep (EFE).- Los residentes La Perla, barrio marginado extramuros de las fortificaciones del Viejo San Juan, se niegan a abandonar un espacio muy codiciado por inmobiliarias y hoteleros por su localización en pleno centro histórico y con unas vistas perfumadas por las olas del Atlántico. Los vecinos, unas doscientas familias, aseguran que recientemente vieron incluso al magnate Donald Trump observar sus terrenos desde lo alto de las murallas que construyó la Corona Española para proteger la capital puertorriqueña de los ataques de los corsarios y las armadas de potencias coloniales rivales. «Ese ricachón quiere comprar nuestros terrenos para construir alguna mole de cemento donde nosotros no tendremos cabida porque no tenemos dinero ni para comprar la puerta de entrada», indicó a Efe el líder comunitario Jorge Gómez. La última voz de alarma corrió entre los residentes esta semana cuando el superintendente del Servicio Nacional de Parques de EE.UU., Walter Chávez, anunció que unas 27 casas que se encuentran en la zona de amortiguamiento son necesarias para el mantenimiento de la muralla del vecino Fortín de San Cristobal. Aunque Chávez explicó que las casas, que asegura están en terrenos del gobierno federal, sólo serán demolidas cuando queden abandonadas, los residentes lamentan no poder dejar en herencia a sus hijos sus propiedades, aunque muchos no cuenten con los oportunos registros. Los primeros asentamientos en La Perla se produjeron a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando en esos terrenos estaba el matadero de San Juan, pues según la ley española éstos y los cementerios debían estar fuera de la ciudad y de las murallas. Campesinos en busca de trabajo comenzaron a vivir alrededor del matadero, como relata el clásico puertorriqueño «La Carreta» (1956) de René Marqués (1919-1979), autor de otros éxitos teatrales como «Los soles truncos» o el oportuno ahora «El sol y los McDonals». En La Perla, a pocos metros de la zona más turística de Puerto Rico, se puede ver a niños de pocos años montar a caballo o en motocicletas de baja cilindrada. Los puntos de distribución de droga conviven con los estudios de grabación de reguetón, los talleres de artistas plásticos y los centros de voluntarios de atención comunitaria. En los últimos años, el primer martes de cada mes confluyen jóvenes de toda la isla para asistir a conciertos gratuitos de leyendas de la salsa o el artista de reguetón del momento que no aparecen reseñados en la prensa. Entre sus estrechos y empinados callejones, casitas que parecen que están a punto de caerse y muros adornados de grafitis, la cantante canadiense Nelly Furtado grabó uno de sus últimos vídeos junto al grupo de reguetón Calle 13. El abogado portavoz de los vecinos, Alvin Couto, asegura que funcionarios del gobierno federal visitan constantemente el vecindario acompañados de inversionistas interesados en comprar las casas. «Es sorprendente que una agencia federal sirva de ‘realtor’ (agente de bienes raíces) para los ricos», sostuvo Gómez. Históricamente, el barrio de La Perla, tan yodado, humilde y marinero como el clásico homónimo del Premio Nobel John Steinbeck (1902-1968), ha estado abandonado por el gobierno precisamente por su interés inmobiliario y turístico, aseguran los vecinos. Por ello una de las pocas salidas que tienen, sostienen, es la vía fácil de las drogas. «Cuando se va el agua o la luz, ¿quien la pone?. Cuando vienen los Reyes Magos y el marido está preso, ¿quién trae los regalos?. Cuando te matan al marido, ¿quién paga el |
velorio y el entierro?», preguntó retóricamente a Efe una vecina nonagenaria que prefirió mantener el anonimato. Se refería a los «bichotes» o jefes de los puntos de droga y que a menudo son la única figura de autoridad en un barrio olvidado por las estructuras del Estado pero tan concurrido a diario por adictos a drogas como una gran superficie comercial un sábado al mediodía. |