El Viejo San Juan

Un Vecindario Encantado por la Historia y los Artistas

POR LACRONICA · PUBLICADA NOVIEMBRE 19, 2006 · ACTUALIZADO DICIEMBRE 24, 2020

Una crónica de ese barrio puertorriqueño de adoquines azules y tertulias regadas con cerveza y ron.

Redacción/ Escrito por Iñaki Estívaliz 

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Escalera cercana a los Jardines de Casablanca foto Javier Martinez
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Iñaki Estívaliz

Nov 19, 2006 por Iñaki Estívaliz

Cuando los residentes del Viejo San Juan salen de la ciudad amurallada, por trabajo o para variar, los embarga un extraño desasosiego, una nostalgia oceánica que sólo se remedia con el retorno a ese barrio puertorriqueño de adoquines azules y tertulias regadas con cerveza y ron.

Ciudad hermana de Cádiz, La Habana y Cartagena de Indias, entre otras, por compartir historia como baluartes del imperio colonial español -con sus garitas como testigos de ataques de los mismos piratas- el Viejo San Juan también tiene encanto para los turistas.

Los ataques de los corsarios ingleses Sir Francis Drake (1595), y George Clifford (1598), y el holandés Balduino Enrico, motivaron la construcción de sus murallas y cuarteles, como el de San Felipe del Morro o el de San Cristóbal.

Los museos de Las Américas y del Indio en el antiguo Cuartel de Ballajá y las numerosas galerías de arte son de obligada visita antes o después de probar la comida criolla o la nueva cocina internacional de sus restaurantes.

En los históricos La Mallorca, La Mallorquina o La Bombonera se deja ver el actor boricua Benicio del Toro cuando está en la isla.  El articulista y escritor español Antonio Burgos escribió que guardan un ambiente de “viejo café madrileño donde parece que esta tarde torea Manolete”.

En el bajo Viejo San Juan, en las calles Fortaleza, San Francisco y Recinto Sur, más transitada por turistas y empleados del gobierno, abundan iglesias y tiendas de recuerdos y de productos típicos como los cigarros puros liados a mano.

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Escaleras contiguas a la caleta de las monjas Foto de Javier Martinez

SE HACE VIDA DE PUEBLO

Pero para sus vecinos, en la parte alta, las calles Luna, Sol y San Sebastián comprenden un barrio de casas coloniales de vivos colores y balcones de madera donde se hace vida de pueblo y todo el mundo se conoce.

El artista Carlos Irizarry, que cumplió cinco años de prisión por tratar de secuestrar un avión con una nota a la tripulación, acto que defiende que es una de sus mejores obras conceptuales, compara vivir en el Viejo San Juan con el Greenwich Village de Nueva York, donde residió varios años.

Celebró la vida bohemia del Viejo San Juan, que “es un museo de arte viviente, donde la historia de más de cuatrocientos años inspira al artista. No viviría en ninguna otra parte del mundo”.Sin embargo, sobre la famosa canción de Noel Estrada que piropea a la ciudad amurallada “En mi Viejo San Juan”, dijo que “es fea de vicio”.

Para Irizarry, lo más hermoso de la ciudad son los entierros: cuando la comitiva fúnebre sube la Norzagaray, perfumada por el Atlántico, hasta la llegada al cementerio Santa María de la Magdalena de Pazzis, en La Perla, fuera de las murallas y mecido por las olas.
Además de personalidades boricuas, como el prócer Pedro Albizu Campos, en ese cementerio fue enterrado por su deseo expreso el poeta español Pedro Salinas.
En su obra cumbre, “El contemplado”, Salinas escribió de ese mar: “¡Si tú has sido para mí, desde el día que mis ojos te estrenaron, el contemplado, el constante Contemplado!”.

En febrero, la calle San Sebastián celebra sus multitudinarias fiestas como colofón a la Navidad más larga del mundo, presumen los residentes, pues aseguran que en el tropical Puerto Rico sólo hay dos estaciones: verano y Navidad.Unas Pascuas nevó en San Juan porque la entonces alcaldesa Felisa Rincón de Gautier (1962-1968) trajo un avión cargado con el blanco elemento.

Gerardo Arroyo, catedrático de Biología la Universidad de Puerto Rico y autoridad en ADN es también propietario de El Farolito, uno de esos locales donde bebedores de cerveza de lata arreglan el mundo cada noche, como el almacén Rivera Hermanos, el billar Marrero o el club Café Seda.Arroyo indicó que “la convivencia de barrio es muy real, donde hay ambiente de tertulia en diferentes niveles”.

El pintor y serigrafista Luis Alonso explicó que el VSJ se ha mantenido como centro cultural del país, lo que ha provocado el especial ambiente artístico, pero lamentó que el precio de las viviendas han subido tanto que los nuevos vecinos ricos “viven en las casas encerrados y no hacen vida comunitaria”.

Por su parte, Millito Cruz, profesor de cuatro, instrumento típico puertorriqueño, en varias universidades, un día hace 17 años estaba paseando en bicicleta cuando llegó hasta el Viejo San Juan se encontró con unos amigos “y me quedé”.
“La ciudad es muy romántica, me encanta caminar cuando llueve con mi paraguas, tengo a mis amigos aquí, toco en Amadeus (restaurante de la San Sebastián), la gente es tremenda, esta es la ciudad más bella del mundo”, aseguró.

Los vecinos más antiguos, como el enmarcador Francisco Luciano, recuerdan la época que el salsero Héctor Lavoe reflejó en la canción “Calle Luna, calle Sol”, cuando había decenas de bares donde se “conectaban” prostitutas para subirlas luego a hoteles cercanos.

Las peleas con los “abusadores” marinos estadounidenses se repetían a diario hasta que les prohibieron desembarcar, por lo que el negocio de la prostitución decayó en la década de los ochenta.

“Dónde está ahora el Burguer King había entonces un cine de películas pornográficas”; pegada a la actual casa de uno de los más ricos del país, Richard Carrión, estaba el “puticlub” El Prado; cerca el Malamute, que estaba 24 horas abierto; y abajo, en la Puntilla, estaba el “Sun of the Sea”, donde “se acababa a navajazos”. . .

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Calle O’Donnell del Viejo San juan Foto de Javier Martinez

Por Iñaki Estívaliz – EFE

Décimo aniversario de un documental maldito

Este año se cumple el décimo aniversario de la producción del documental sobre Venezuela «La lucha sigue», que realizamos tras muchas trancas y barrancas el financiador, director y editor del proyecto, Eduardo Aguiar, el cámara Carlos Zayas, el sonidista Kike Cubero, y este servidor. La rocambolesca y apasionante historia de cómo se inspiró, financió y realizó la película «La lucha sigue» será contada en una próxima entrada en este blog. Como parte de las publicaciones para celebrar este aniversario, pueden ver a continuación algunas fotos de aquella extraordinaria aventura.

Tras las fotos aparece el enlace al documental, que ha sido exhibido en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, la Universidad de Puerto Rico y el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), entre otros auditorios subversivos.

«La lucha sigue» no se ha emitido en ninguna cadena de televisión, al ser considerado un producto propagandístico por las redes conservadoras de derechas y disidente por los canales institucionales de izquierda.

Ahora que lo he visto de nuevo 10 años después, me gusta todavía más y me parece más pertinente. Se dicen cosas y se muestran análisis de los sin voz que no vas a ver en ninguna otra parte.

Si te apetece ver un documental radicalmente independiente y honesto sobre la Venezuela que dejó Hugo Chávez: aquí tienes; buen provecho.

Dedicado a Odalie Reyes

Propaganda, violencia y revolución. La violencia en Venezuela según un reportero imprudente

https://www.aporrea.org/venezuelaexterior/a180005.html

Las experiencias más violentas que padecí en los dos viajes que realicé a Venezuela entre marzo y junio de 2013 se produjeron en el interior de dos aviones antes y después de pisar territorio criollo.

Soldados desarmados esperan con ramos de flores el paso del féretro con los restos del presidente Hugo Chávez/Foto: I. Estívaliz

Por: Iñaki Estívaliz 

Las experiencias más violentas que padecí en los dos viajes que realicé a Venezuela entre marzo y junio de 2013 se produjeron en el interior de dos aviones antes y después de pisar territorio criollo.

El precio del pasaje directo de San Juan a Caracas impuesto por las compañías aéreas estadounidenses resultaba inabordable para mi presupuesto, así que en ambas coberturas hice trasbordo en Atlanta a la ida y a la vuelta. Dos días después del anuncio de la muerte del presidente Hugo Chávez yo alucinaba en el aparato de Delta en el que volaba de Puerto Rico a la Ciudad de la Coca-Cola. En clase turista, el espacio entre asientos era tan escaso como los que yo conocía, pero este Boeing estaba equipado en todos los asientos con un sistema de entretenimiento audiovisual que me dejó aturdido casi todo el viaje. Casi me olvido que me dirigía como periodista freelance, que es como decir con el culo al aire, a uno de los países más violentos del mundo, según ha insistido la prensa internacional durante los 15 años de gobiernos democráticos chavistas, en un momento histórico excepcionalmente convulso en el que podía pasar cualquier cosa, entre ellas, una generalización de la violencia a niveles de guerra civil, dramática eventualidad que consideraron entonces como posible algunos analistas. Me pasé las cuatro horas de vuelo cambiando canales de radio y televisión, comenzando a ver películas de estreno, series y documentales, y naufragando en internet.

Sin embargo, el aparato que Delta dedicaba al tramo de Atlanta a Caracas debía llevar cuatro décadas en el aire. Los asientos eran relativamente modernos, pero un concierto de crujidos y ronquidos provenientes de diferentes partes del interior y del fuselaje del avión vaticinaban un cercano desguace. Pretendía dormir un poco. Los días previos no había podido por los preparativos y la colecta de donaciones. Pero cuando me acomodaba en mi butaca, se sentó a mi lado un joven de veinte y pocos años, de estatura media y pelo moreno con un recorte clásico corto, marcando pectorales en su polo de rugby de manga larga con franjas celestes y marrones.

No imaginaba que empezaría a trabajar sobre el terreno miles de kilómetros antes de llegar a Caracas, y es que el joven exalumno del Colegio San Ignacio de Loyola de la capital venezolana me obligó. Me obligó muy cortésmente y con educada insistencia, aprovechando que yo, en asiento de ventanilla, no tendría escapatoria durante las próximas cuatro horas y media salvo para ir al baño en algún momento. Es lo que tiene ser periodista, que uno siempre está trabajando por deformación profesional o porque la mayoría de la gente con la que cruzas unas palabras y se entera de que eres reportero se cree con el derecho a ponerte a trabajar y te dispara una queja, te regala una confidencia o te sugiere un perfil. Descubrí durante mis dos viajes a Venezuela que allí sucede eso especialmente, en mi caso diría que exclusivamente, con los críticos con la Revolución Bolivariana y el proyecto socialista impulsado por Chávez. Los opositores, denominados peyorativamente escuálidos, caen como moscas sobre los periodistas internacionales con enjoyadas lamentaciones, siempre clasistas y a menudo abiertamente racistas.

Javier era listo. Sabía parecer culto. Hizo un comentario sobre el libro de José Saramago, que yo había apoyado sobre mi bandeja reclinable, que recuerdo le quedó lo suficientemente lúcido como para que se pudiera inferir que lo había leído todo del Nobel portugués, pero demasiado ambiguo como para mojarse específicamente sobre aquel ensayo literario acerca de unos comicios lluviosos, y su repetición, en los que los electores votaron en blanco mayoritariamente comenzando así una revolución pacífica.

Pero yo no quería hablar con él de literatura y mucho menos de política. Siempre me ha resultado violento tener que hablar más de lo necesario si es obligado por la cortesía y no por natural simpatía o empatía hacia el otro. Como Javier había comenzado un interrogatorio que se veía decidido a continuar todo el viaje, me puse a trabajar tratando de ser cuidadoso con mis expresiones y, ya que no me iba a dejar en paz, pensé que lo mejor era que no me viera como un enemigo frontal por mi aprecio por el proceso bolivariano.

Le confesé con orgullo no fingido que me había formado durante trece años en un colegio jesuita en España antes de ingresar en la universidad y que viajaba a Venezuela para tratar de ver con mis propios ojos una realidad que me parecía que la prensa internacional estaba distorsionando. Traté de moderar mi pasión al plantearle que mientras los medios de comunicación hegemónicos bombardeaban la imagen internacional de los gobiernos chavistas, los datos que publicaban organismos internacionales continuamente confirman y destacan los logros experimentados en el país en cuanto alimentación, vivienda, educación, salud y erradicación de la pobreza en general, a parte del extraordinario aumento de la participación ciudadana a muchos niveles organizativos y decisionales.

Soldados lanzan flores sobre el vehículo que porta los restos del presidente Hugo Chávez/Foto: Iñaki Estívaliz

Javier me describió un país devastado en el que el gobierno derrochaba la gasolina (en Venezuela cuesta llenar el tanque de un camión lo que en otros países vale un chicle), donde: las viviendas que el Estado construía para los pobres se levantaban con malos materiales y a la ligera; no se podía salir de casa después de las seis de la tarde si no se quería ser secuestrado o atracado; la educación era de pésima calidad; todo el mundo pasaba necesidades y escaseaban los productos básicos en los supermercados; se había producido un retroceso tecnológico de cuarenta años; los “boliburgueses” (bolivarianos corruptos) se robaban los escasos beneficios (por la supuesta incompetencia de los funcionarios revolucionarios) del inagotable petróleo del Orinoco; el aparato represivo chavista me impediría moverme con libertad e incluso que me fumase un cigarrillo en la calle. Me aconsejó, despertando mi asombro, que no fumara en la calle si no quería que me arrestaran para pedirme dinero a cambio de dejarme libre sin proceso judicial o multa administrativa. Cuando le dije que me alojaría en Parque Central, en el centro de Caracas, y le pregunté por lugares de recreación social nocturna, para beber o ver bailar salsa o asistir a un concierto, me miró como si fuera un marciano, me aseguró que desde que llegó Chávez al poder no había lugares para salir de fiesta en todo el país y me advirtió que tuviera mucho cuidado en esa zona y que nunca caminara solo.

Nueve meses después de aquella conversación, aun me estremece la violencia de esas mentiras y verdades a medias que como letanía insistente repite con proselitismo religioso todo opositor venezolano. Javier había ido y regresado a Atlanta el mismo día “de compras y para arreglar un asunto de una casa”.

Salí del aeropuerto internacional Simón Bolívar de Maiquetia y mientras negociaba con un taxista el precio del trayecto a Parque Central (Javier no se atrevió a pedirle a quien iba a recogerlo a él que me acercara a mí a una zona tan peligrosa) vi a un joven guardia nacional fumándose un cigarrillo. Me acerqué a él y le pedí candela. Me la dio sin dar importancia al gesto y seguí caminando con el taxista, que insistía en cambiar mis escasos dólares por sus devaluados bolívares. A toda velocidad por la carretera que une el aeropuerto con Caracas, el taxista me aseguró que la situación tras la muerte del mandatario estaba tranquila, que no creía que se fueran a producir estallidos de violencia, que el pueblo venezolano es un pueblo pacífico. Algunos chavistas denunciaban que se había producido un magnicidio y esperaba encontrarme con una especie de estado policial, de sitio, militarizado. Pero pasada la media noche la carretera estaba desierta y solo cada varios kilómetros había apostadas parejas de soldados que parecían aburrirse mucho.

De todo lo que me dijo Javier, supongo que hay que reconocer que también en Venezuela hay funcionarios corruptos, que quizá las entregas de casas de las misiones Vivienda se hagan a veces precipitadamente para alojar de emergencia a afectados por inundaciones y otras calamidades, y que las cifras de muertes violentas en el país hablan por sí mismas. Pero también esto último se puede matizar explicando que cuando se produce una muerte violenta en Venezuela, en el primer momento queda registrada como eso, una muerte violenta, sin que se especifique si se trata de un homicidio o un accidente de tráfico, doméstico o comercial. Cuando finalmente se establece si se trata de asesinato o accidente, nadie se encarga de revisar y publicar nuevas estadísticas desglosadas. En Puerto Rico, el primer parte policial sobre cualquier suceso ya establece si se trata de un asesinato o un “accidente fatal” sin considerar que un accidente puede haber sido consecuencia del corte intencionado de los frenos de un vehículo, por ejemplo.

Entre marzo y junio del año pasado me alojé en diferentes momentos más de 40 días en Parque Central y caminé solo por toda Caracas a toda hora, incluyendo a menudo la madrugada y barrios de mala fama como Petare, y nunca tuve el menor indicio de que corría peligro. Claro, para mis colegas corresponsales extranjeros en Venezuela, aunque no salgan de Altamira o Chacao y escriban desde el otro lado de los alambres de púas, yo como periodista debo ser una especie de inspector Clouseau, el despistado y atolondrado gendarme francés que interpreta Steve Martin en La Pantera Rosa y que resuelve los casos sin enterarse de lo que pasa a su alrededor.

Mientras los opositores apelaban constantemente a la escasez y al “hambre” que pasaban, yo me maravillaba con el tamaño de las raciones que servían en los restaurantes y bares caraqueños. Con una sola comida, mi cuerpo se saciaba para el almuerzo, la merienda y la cena, y a menudo pedía que me prepararan los restos para llevar. Me fascinaban los puestos de las esquinas con todo tipo de generosos ofrecimientos gastronómicos, desde las tradicionales arepas rellenas a los emparedados de filete de lomo o “pepitos”, con carne con la que un cocinero español sacaría para seis o siete serranitos; o esas hamburguesas gigantescas con lechuga, cebolla, tomate, aguacate, huevo frito y que siempre me comía en dos o tres sentadas porque me resultaban exageradas para una sola comida. Todavía más me chocó comprobar que Caracas cuenta con una treintena de modernos centros comerciales de varias plantas y cientos de establecimientos, desde tiendas de artículos de lujo de todo tipo (clásicos y tecnológicos), donde se pueden encontrar los mismos productos accesibles en cualquier país capitalista, hasta multicines y parques infantiles temáticos. Me sorprendió comprobar que no hubieran nacionalizado todavía el BBVA (Provincial), banco que en Puerto Rico y en España había asfixiado mi existencia durante años.

En los supermercados, es cierto que a veces no se encontraba algún artículo como el jabón de fregar platos, pero si un día faltaba algo, la misma semana las autoridades encontraban toneladas del producto en escasez almacenado por algún especulador o saboteador escuálido.

Es cierto que el asunto no es tan simple, así que mejor no me desvío del tema y sigo hablando de la violencia que yo vi. Una de las pocas veces que estuve a punto de sentirme amenazado fue en las afueras de la Asamblea Nacional el día que Nicolás Maduro tomó posesión como presidente encargado antes de ganar las elecciones por un margen más breve de lo previsto.

Las calles que rodeaban el Palacio Legislativo estaban cubiertas por una alfombra humana roja. Miles de chavistas entonaban consignas, principalmente, para que se enterraran inmediatamente tras las exequias los restos de Chávez en el Panteón de los Próceres junto a la tumba de Bolívar. Yo trataba de llegar a algún acceso al edificio de la cúpula dorada como en un concierto multitudinario a la primera fila bajo el escenario. De mi cuello colgaba un collar de credenciales de prensa expiradas y sentí el escozor de algunos ojos que, más que odio, reflejaban rabia e incomprensión. Para avanzar tuve que empujar. Gritaba: “prensa de Puerto Rico, por favor”, muy orgulloso y algo ridículo.

Después de rodear la cuadra y de varios intentos fallidos de superar las barreras de militantes chavistas y soldados de luto, vi a un equipo de televisión al que le abrían las rejas que rodean el edificio a pocos metros de donde yo me encontraba aprisionado nuevamente como en una lata de sardinas rojas. Me desembaracé de los cuerpos que me rodeaban y salté sobre la jardinera que me separa del soldado que había movido varios barrotes de la verja donde no parecía que hubiera puerta. Trataba de convencer al soldado haciendo equilibrios sobre el filo de un arriate cuando sentí que una mano de piel suave apretaba una de las mías. Una periodista venezolana de melena negra de anuncio de champú, con cuerpo de modelo latina en EEUU y credenciales de radio local, me jaló hacia el soldado, casi tirándome sobre él, mientras le increpaba: “si dejaste a esos, nos tienes que dejar a nosotros y chamo, abre ya que no llegamos”. Dejé de oír los gritos y las consignas y por mi madre que empezó a sonar música de película romántica de aventuras.

Me di unos golpecitos en la cabeza como para destaponarme los oídos y cuando regresó el clamor bolivariano, la compañera había desaparecido. Volví con mi lema, “prensa de Puerto Rico”, en un caos de correcorres y melés espontáneas: a un lado, los periodistas amogollados tratando todos de ser los primeros en conseguir el acceso al salón elíptico; al otro lado, los oficiales de prensa insistiendo en la necesidad de hacer dos filas.

Como periodista en misión, siempre me ha parecido más honrado colarme que ser invitado a cualquier actividad oficial o comercial. Por eso cuando en menos de cinco segundos el centenar de periodistas obedientes y oficiales de prensa desorganizados desapareció, yo trataba de hacerme el encontradizo con alguno de los diputados y generales que entraban rodeados de guardaespaldas al recinto parlamentario con la intención de seguir caminando con ellos hasta donde me dejaran. Me ordenaron esperar sin acercarme a la entrada junto a una periodista de AFP a la que habían asignado escribir la nota, y tomar fotos e imágenes de video, de la ceremonia de investidura, pero que como yo, había perdido la fugaz oportunidad de entrar con el resto de los colegas.

Con nosotros esperaban que las dejaran entrar una anciana y una mujer indígenas que habían llegado a Caracas desde una zona remota de los Andes para las exequias. Les planteé que porqué los chavistas insistían en enterrar inmediatamente a Chávez en el Panteón de los Próceres cuando, por un lado, la Constitución de 1999 de la que tanto presume el chavismo indica que hay que esperar 25 años después de la muerte de cualquier personalidad que vaya a ser enterrada allí como héroe nacional; y que, por otra parte, Chávez había dejado dicho que quería que lo enterraran en su tierra, Barinas.

Las indígenas, hablando sobretodo la más joven y afirmando siempre con la cabeza la mayor, me contestaron con pasmosa sencillez, propiedad y firmeza, que es que “en Venezuela manda el pueblo. Lo que nuestro presidente Chávez nos enseñó es que quien manda, quien manda aquí en Venezuela de verdad, es el pueblo, no Chávez. Chávez nos enseñó que lo importante es lo que quiera el pueblo, no lo que quiera Chávez. Además, la Constitución es una herramienta del pueblo que provee para que si el pueblo quiere, si el pueblo se organiza, se puede enmendar la Constitución para que diga lo que quiere el pueblo que diga”.

Me olvidé de la juramentación y me fui a mi casa pensando que empezaba a comprender lo profundo que habían calado los programas Aló Presidente y la enormidad de la distancia que había entre la realidad de Chávez y su imagen de payaso internacional que los medios corporativos habían creado sobre él.

Un joven venezolano de los cerros de Caracas ve pasar la comitiva fúnebre del presidente Hugo Chávez/Fotos: Iñaki Estívaliz

Abordé un vagón de metro en el que no había nadie cuando me senté. El subterráneo comenzó a moverse, pero se detuvo violentamente. Al vagón saltaron siete jóvenes, con pinta de malandros, que comenzaron a saltar sobre los asientos y a correr de un extremo al otro. Pensé que me iban a asaltar, sin embargo, comenzaron a cantar un rap.

Uno de los jóvenes marcaba el ritmo golpeando el sujetamanos de metal, otro raspaba unas endiduras de plástico del mobiliario, otros tres simulaban el sonido de instrumentos con la boca y las manos y los otros dos entablaban un ingenioso duelo de rimas incorporando sucesos de la actualidad más inmediata. Tan brillantes me parecieron que me despreocupé por completo de la posibilidad de ser atracado, así que desenfundé mi HTC Android, la única posesión material valiosa que ostentaba si no la tenía en un bolsillo, y les apunté con la cámara de video. “Mi gente, algo para Puerto Rico”, les propuse. El resultado, penosamente grabado, está en Youtube, aunque no se aprecian las rimas improvisadas sobre “el pana que ha venido de Puerto Rico a despedir al comandante”.

La primera vez que visité la kilométrica fila que formaron durante días cientos de miles de venezolanos para llegar a la capilla ardiente donde descansaba el féretro con el cadáver de Chávez me sentí violentado, de nuevo, por un opositor, aunque no me di cuenta de lo que realmente había pasado hasta varios días después. Salí del metro a la calle en la estación Símbolos con hambre canina y me acerqué a uno de los puestos de hamburguesas apostado en la misma explanada de la boca de la estación. Me puse detrás de dos personas que hacían fila. Noté movimientos extraños alrededor que parecían tener que ver conmigo, pero no acertaba a comprender qué estaba pasando.

Cuando me tocó el turno, pedí una completa y después de esperar varios minutos y de que hubieran comenzado a preparar la hamburguesa, una señora, que no había visto hasta ese momento, me dijo que el puesto estaba cerrado y que no daban más comida. Perplejo, no supe ni qué preguntar. Me señalaron el puesto, idéntico, que había a unos diez metros de distancia.

Volví a pedir lo mismo. Cuando le di el primer bocado a la hamburguesa, que hubiera esperado hasta ese momento no se lo perdono, una joven que resultó ser periodista de una emisora del grupo PRISA se me presentó. Fue muy amable aunque mirándome también como a un extraterrestre, me advirtió de los muchos peligros que corría al andar por allí sin protección y me presentó a su madre, una señora con cara de amargada y ojos inundados de odio, que la acompañaba a la cobertura para protegerla, que precisamente ese día los chavistas habían agredido a una corresponsal extranjera. Había tragado sin poderlo disfrutar un tercio de mi hamburguesa cuando la envolví y la guardé, me levanté, intercambiamos direcciones y teléfonos y me dirigí hacia los mil y un peligros que me esperaban, pero lo único que encontré fue el amor y el luto de un pueblo empoderado. Me conmovió ver a soldados desarmados repartiendo gratuitamente ejemplares de la Constitución de 1999.

Me costó atar cabos y comprender la trapera estratagema que la colega había urdido para propiciar un encuentro con el periodista extranjero. En lugar de acercarse de frente y presentarse, había impedido que pudiera comer en otro lugar que no fuera en la silla que estaba junto a ella.

En una de las ocasiones que acudí al Paseo de los Próceres, último tramo que recorría la fila hasta llegar a la Academia Militar, terminé de hacer entrevistas a las tres de la madrugada. Todavía quedaba un buen rato para que abriera el metro y mi presupuesto nunca estuvo para taxis. Aunque me gusta caminar, la distancia hasta Parque Central era enorme y me costaría demasiado tiempo y esfuerzo. Había viajado en mototaxi, que aunque no podía permitirme a diario, en aquel momento me pareció la mejor, la única opción. Abordé a un motorista en un semáforo, pero me dijo que no era mototaxi. El semáforo se puso en verde y el motorista, joven de unos treinta años con cazadora de cuero negro, dio una vuelta a la rotonda y paró la moto a mi lado. “¿A donde vas?”, me preguntó. “Pero… si no eres mototaxi…”, titubeé. “Voy a Parque Central. Si puedes llevarme, ¿cuánto me vas a cobrar?”, le pregunté. “No te preocupes. Sube”, me ordenó.

Desde el asiento trasero, yo buscaba por todas partes las torres gemelas de Parque Central, que son una referencia visual desde casi cualquier punto de Caracas. Como no aparecían por ninguna parte pensé que ya sí que me iban a llevar a un sitio malo a hacerme cosas malas.

Cuando de repente, tras una curva de la autopista, aparecieron imponentes las torres, me entraron ganas de abrazar al motorista, que me preguntaba en ese momento que en qué parte de Parque Central debía dejarme. Cuando lo hizo, casi tuve que meterle yo en el bolsillo los 40 bolos que insistí en darle “por lo menos para un café” y que se negaba a aceptar.

El estruendo de los cacerolazos durante los días que siguieron a las elecciones a las siete de la noche, a mí me resultaba más folclórico que impresionante. Para muchos de los que golpeaban ollas y sartenes aquellos días seguro que era la primera vez que tocaban una cacerola. Me imagino a algunos ordenando al servicio que las golpeara por ellos.

Me resultó violento que en muchos restaurantes exhibieran grandes cartelones recordando la prohibición de entrar en los establecimientos portando armas y que en algunos de ellos hubiera que pasar, incluso, por un detector de metales antes de entrar. Recordé que más violento me pareció, cuando llegué a Puerto Rico, observar delante de mí en la fila de un Burguer King a dos hombres, presuntos policías o agentes federales de paisano, armados con obscenas pistolas de gran calibre que les colgaban de las caderas en ángulos de 45 grados y que parecía que en cualquier momento se les iban a caer o que a alguien de más atrás se le iba a ocurrir agarrar alguna. En Venezuela yo, periodista Clouseau, vi muy pocas armas y todas de autoridades uniformadas.

No puedo obviar que durante mi estancia en el país suramericano, se produjo un altercado violento en el Parlamento en el que la oposición denunció que varios de sus diputados resultaron heridos. Tras las elecciones, el no reconocimiento de los resultados por parte de la oposición provocó, según las autoridades chavistas, al menos una docena de muertos. Confieso que de esas cosas me enteré por la televisión.

Yo tuve suerte. Más suerte que cada una de las más de 28.000 personas que el año pasado fallecieron en muertes violentes, y las que se hayan producido este año, y las que se produjeron en años precedentes, en Venezuela.

La situación más violenta que viví durante mis viajes a Venezuela, donde contrario a lo que Javier me había previsto, gocé en cines y tabernas, en ferias populares y conciertos de música electrónica, se produjo cuando dejaba el país en el segundo viaje de regreso a Atlanta para la conexión con Puerto Rico.

Al subir al avión encontré que me había tocado en una línea de tres asientos solo con uno de ellos de pasillo. Afortunadamente, mi boleto decía, como había solicitado al comprarlo, que mi butaca era la de pasillo. Pero una nonagenaria de hueso y pellejo, enjoyadísima y enfundada en un abrigo de piel de zorra, me había usurpado mi asiento. Me aseguró que aunque su asiento era el del medio, yo se lo cedía porque ella estaba muy vieja.

Apenas si había dormido las tres o cuatro noches anteriores trabajando en el documental que durante mi segundo viaje realicé, también bastante por la libre, con Eduardo Aguiar, Carlos Zayas y Kique Cubero, y estaba exhausto tras un maratón de entrevistas en Barinas. Le dije a la emperifollada señora que por supuesto se quedara con mi asiento, pero que por favor me dejara descansar, que no había dormido hacía días. A la señora no le importó mi agotamiento. Me agarraba del brazo y me hacía mirarla a los ojos mientras me contaba que su hijo no iba a regresar a su país “mientras siguieran esos” y, sin soltarme un segundo ahora la muñeca, ahora el antebrazo; ahora las puntas de sus dedos enjutos me golpean en la pierna, en el estómago, en el pecho; compartía con la joven escuálida de la ventanilla las innumerables calamidades y vejaciones provocadas por las hordas de brutos, negros y desdentados que el demonio chavista había armado contra la gente de bien, esa que vivía aislada de los cerros en una burbuja en Caracas cuando, antes de Chávez, los pobres no podían llegar al centro porque no había ni puentes peatonales ni funiculares que atravesaran las autopistas que rodeaban a la urbe civilizada manteniendo a los sucios parásitos humanos de los cerros alejados de la élite privilegiada.

Aquella vieja no me parecía una cotorra, era un grajo que me seguía tirando de la camisa y no callaba aunque yo cerrara los ojos y me hiciera el dormido o le rogara que por favor me dejara dormir. Cuando la mujer grajo se levantó para ir al baño, corrí a un azafato y le dije que o me daba otro asiento o iba a acabar estrangulando a la señora, que viajaba a Atlanta a comprarle una casa a su hijo porque “si no lo dejan volver, una tiene que ayudarlo al pobre”.

No cabe duda de que la violencia, como nos recordó el día de reyes el asesinato de una ex Miss y su familia, acribillada a balazos en el interior de un vehículo, es una asignatura pendiente de la Revolución Bolivariana. Pero tampoco se pueden exigir resultados espectaculares inmediatos cuando se trata de un proceso, hacia el socialismo venezolano, que no fusila, que no tortura, que no hace desaparecer a disidentes políticos ni delincuentes comunes como gobiernos precedentes y que está enfocado en la educación de todos para todos. En estas condiciones, sin represión, yo esperaría los resultados espectaculares en una generación.

El espejismo islandés, la revolución traicionada

Por Iñaki Estívaliz | 16/12/2015 | Europa

Lejos del Círculo Polar Ártico, la forma en la que Islandia afrontó la devastadora crisis económica en la que cayó en 2008, encarcelando a banqueros, derrocando al gobierno y procesando al primer ministro, y al negarse supuestamente a pagar parte de su deuda o rescatar a sus bancos, se vio, sobre todo por los movimientos […]

Lejos del Círculo Polar Ártico, la forma en la que Islandia afrontó la devastadora crisis económica en la que cayó en 2008, encarcelando a banqueros, derrocando al gobierno y procesando al primer ministro, y al negarse supuestamente a pagar parte de su deuda o rescatar a sus bancos, se vio, sobre todo por los movimientos sociales europeos de izquierda, como un modelo a seguir, un ejemplo de democracia real y participativa, la manifestación de un paraíso popular.

De cerca, Islandia parece otro planeta con su geografía de paisajes volcánicos y boreales, salpicada de géiseres y glaciares, con sus piscinas públicas de aguas termales al aire libre bajo la nieve, sus parlamentarios sin vehículo oficial ni chófer viviendo en pequeños apartamentos donde ellos mismos se tienen que hacer la colada, y con su anterior primera ministra, Jóhanna Sigurðardóttir (2009-2013), abiertamente lesbiana.

Pero no es oro todo lo que reluce, la realidad es compleja y la historia no es la misma según quien la cuente.

La islandesa Selma Björt Stefánsdóttir tiene «casi 18 años», trabaja en un hotel limpiando habitaciones y cuando le planteo esta visión romántica de la «revolución de las cazuelas» se arranca de las orejas perforadas los auriculares del teléfono inteligente y me dice: «para contestarte déjame encenderme otro cigarrillo». Se lo prende y comienza a hablar con una sonrisa triste.

«Cuando sucedió aquello yo era muy joven y no entendía bien lo que estaba pasando. Veía a mi familia comprando un montón de cosas y gastando un montón de dinero, pero de repente no había dinero para nadie. Mi familia perdió su casa», recuerda Selma.

«Cuando yo tenía once años tuve que empezar a trabajar en un hotel. Ahora todo es muy caro. Casi no puedo pagar el alquiler de mi apartamento. Es muy duro. A veces una se pone furiosa de cómo lo jodieron todo, de cómo ahora siendo tan joven todo está frente de ti y no puedes comprar nada. Tienes que trabajar, trabajar, trabajar y nada más que trabajar y todo es carísimo, incluso la comida», lamenta la joven islandesa, casi independizada de sus padres a tan temprana edad como es normal en estas frías latitudes.

El gobierno de coalición entre el Partido Socialdemócrata y el Verde-Izquierda, que le dio la espalda a los ciudadanos que obligaron a dimitir al gobierno neoliberal y aceptó las draconianas condiciones impuestas por organismos extranjeros, «iba a hacer cosas buenas pero lo fue haciendo peor y cada vez peor. Nuestro sistema de salud era uno de los mejores del mundo y ahora está totalmente jodido. A principios de este año caí muy enferma, tuve que ir al médico y me costó mucho encontrar uno porque la mayoría de ellos se ha ido porque no hay dinero. El sistema está en la ruina, está muerto, y los impuestos son tan altos que casi todo lo que gano se me va en pagar al gobierno», se queja Selma.

Varios académicos de Reikiavik consultados para este reportaje aseguran que Islandia no es la panacea política y social que a su presidente, Ólafur Ragnar Grímsson, le gusta vender en el exterior presumiendo de que su país salió de la crisis sin recortes ni medidas de austeridad y desoyendo los consejos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Unión Europea, mientras anima a otras naciones de Europa azotadas por la crisis económica a seguir el modelo islandés con la siguiente fórmula: hay que poner «los intereses económicos en una mano y la democracia en la otra».

La profesora de Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad pública islandesa en Reikiavik, Alyson Bailes, académica británica que ha trabajado en Islandia los últimos nueve años, asegura que la presunción de que los islandeses manejaron la crisis mejor que otros países es lo que «a su presidente y otros políticos les gusta difundir, pero no es un hecho verdadero, como bien han demostrado investigaciones internas y análisis académicos».

«Creo que en muchos aspectos la crisis se manejó mal», sostiene Bailes, quien menciona un «riguroso» documento realizado sobre el colapso financiero islandés, el «Black Report (Informe Negro)», que señala numerosos errores cometidos tanto por el sector privado como por el gobierno y las «a menudo deshonestas» relaciones entre ambos.

En 2008, la economía islandesa colapsó debido a las malas prácticas financieras de sus bancos y las tres principales instituciones bancarias del país, con despachos en Gran Bretaña y Holanda, aunque no fueron rescatadas como en otros países, fueron nacionalizadas. Los islandeses se echaron a la calle a finales de aquel año haciendo sonar cazuelas para protestar por la decisión del gobierno liderado por el primer ministro Geir Haarde y temiendo que los desmanes de sus banqueros los acabasen pagando las familias.

Las protestas callejeras frente al Parlamento se intensificaron hasta que el 26 de enero de 2009 el Gobierno dimitió, principalmente, según informes académicos, porque no estaba preparado para lidiar con problemas serios de seguridad: la policía islandesa no contaba con una fuerza de choque contundente y experta; los agentes apenas si sabían cómo usar los dispositivos de gas pimienta que estrenaron aquellos días de cazeroladas y petardazos.

En abril de aquel año, llegó al poder una coalición de la Alianza Socialdemócrata y el Movimiento de Izquierda-Verdes, con el liderazgo de Sigurðardóttir, prometiendo profundas reformas, la redacción de una nueva Constitución participativa popular y la adopción del euro como moneda.

Pero la coalición de centro izquierda, a parte del espectáculo de enjuiciar a Haarde y de meter temporalmente en prisión a algunos banqueros, ni llegó a aprobar la Constitución que promulgaba una democracia participativa, de hecho la saboteó, ni llevó a Islandia a la zona euro, y finálmene pasó por el aro del FMI, al que aceptó, en contradicción directa al mandato de sus votantes, la creación de una tasa especial para que cada familia islandesa pagase unos 48.000 euros en quince años para sanear la deuda privada contraída en Gran Bretaña y Holanda por los bancos ya nacionalizados. Se le reconoce entre las pocas cosas que habría hecho bien el haber diferenciado la deuda privada y extranjera de la pública.

Aunque la prensa internacional celebró el carácter abierto y democrático de los islandeses al haber elegido como primera ministra a una mujer que vivía con su pareja del mismo sexo, expertos islandeses coinciden en señalar que la sociedad islandesa no es más igualitaria o sensible a los derechos de la comunidad LGBT que otras de su entorno nórdico.

Los islandeses volvieron a las calles en enero de 2010 negándose a aceptar las condiciones del FMI para afrontar la deuda. El presidente, con escasos poderes prácticos pero con la potestad para convocar elecciones, se negó a rubricar el acuerdo y convocó en marzo un primer referéndum que abortó el pacto entre el gobierno de izquierdas y los intereses extranjeros. Un segundo acuerdo con el FMI volvió a ser rechazado en otro referéndum en abril de ese mismo año.

Paradójicamente, el principal impulsor del rechazo a estos acuerdos entre los organismos económicos internacionales y la coalición de centro izquierda fue Sigmundur David Gunnlaugsson, líder del conservador y liberal Partido Progresista desde 2009.

En enero de 2013, una sentencia del tribunal internacional EFTA (Asociación Europea de Libre Comercio, en inglés) dio la razón a los islandeses que se negaron a pagar la deuda en las condiciones que se les imponía y que ese año le dieron la espalda a la izquierda, que supuestamente los iba a salvar pero que cedió a las presiones internacionales, y en abril saltaron a los brazos de la centro derecha tradicional del Partido Progresista de Gunnlaugsson y el Partido de la Independencia.

Estos dos partidos se habían turnado en el gobierno entre 1995 y 2007 y eran acusados por los movimientos sociales y por los ciudadanos en las protestas de haber sido los causantes de la crisis por no haber controlado los desmanes financieros de los bancos. Desde mayo de 2013, el neoliberal Gunnlaugson es el primer ministro de Islandia y lo primero que hizo al llegar al poder fue bajar los impuestos, pero sobre todo al sector pesquero, controlado por las familias más ricas del país.

Tras el anterior resumen concentrado de acontecimientos, que se vea a Islandia como un modelo ejemplar es, para el profesor de la Facultad de Administración de Empresas de la Universidad de Islandia, Örn D. Jónsson, un claro caso en el que los demás países «ven que las manzanas siempre parecen más maduras en el huerto del vecino».

Según Jónsson, el caso de Islandia ha tenido una gran repercusión mediática en el exterior a pesar del escaso peso de su población comparado con el de otras naciones (Islandia cuenta con poco más de 320.000 habitantes), no por lo bien que lo hizo, sino porque «fue la primera en caer».

Jónsson expone que en la década de 1980 Islandia se encontraba en una situación ventajosa habiendo creado un sistema bienestar saludable basado en el sector pesquero, pero que posteriormente el colapso financiero del país fue, ante todo, «resultado de las políticas económicas neoliberales y la inversión sin escrúpulos respaldada por los bancos y los fondos extranjeros. A los bancos islandeses se les permitía ir a la quiebra, por lo que algunas personas se hacían millonarias y otros tenían que pagar. Un universo económico simple y transparente se había transformado en uno mucho más complejo e inescrutable».

El profesor del Departamento de Economía de la Universidad de Islandia Ragnar Arnason asegura que «los islandeses hicieron algunas cosas razonablemente bien y otras cosas mal».

Arnason destaca que el gobierno islandés de entre 2009 y 2013, ese que salió de las protestas, «estuvo con frecuencia en desacuerdo con la población de Islandia como lo ejemplifican los dos plebiscitos».

«En pocas palabras, el gobierno estaba mucho más dispuesto a hacer lo que los gobiernos extranjeros querían que lo que quería la población general de Islandia y, curiosamente, que el presidente, que es ante todo una figura decorativa, pero con la capacidad de convocar elecciones», subraya el profesor Arnason, que señala que durante el gobierno de centroizquierda se «profundizó significativamente y prolongó sustancialmente» la depresión económica con el aumento de impuestos y con «el mantenimiento de unos controles financieros mucho más allá de la crisis inicial», que dieron como resultado una «falsificación del valor de la moneda islandesa».

También lamenta Arnason que «la disposición del gobierno a ceder a las demandas» de Gran Bretaña y Holanda, «aunque fue detenida por la población islandesa», tuvo un gran costo en atención que podría haber sido mejor dirigida a otros temas y causó que «divisiones políticas innecesarias».

Además, el juicio al primer ministro «estaba obviamente políticamente motivado y finalmente quedó en nada», y el peliculero encarcelamiento de los banqueros fue, más que un ejemplo de una manera modélica de afrontar la crisis económica, simplemente «consecuencia de que esos banqueros quebrantaron la ley».

La profesora Bailes reconoce que la alianza de centro izquierda que gobernó entre 2009 y 2013 realizó «un buen trabajo técnico con la ayuda del FMI en áreas como PIB, comercio y empleo, lo que es positivo», pero que, sin embargo, «esto se consiguió solo con estrictos controles de cambio de divisas contrarios a la práctica moderna internacional y están demostrando ser muy difíciles de superar».

«Nada se ha hecho sobre la intrínseca debilidad de la moneda islandesa, porque la única alternativa real es el euro, pero las voces anti Unión Europea siguen siendo mayoritarias aquí, y el actual gobierno de centro derecha electo en mayo de 2013 se ha negado a dejar que la gente vote libremente en un referéndum sobre la conveniencia de continuar las negociaciones de adhesión con la UE o no. El proceso de adhesión se ha congelado simplemente por acción ejecutiva de una forma que muchos ciudadanos consideran no democrática», insiste Bailes.

Para esta profesora británica en Reykiavik, la «dramática victoria» del Partido Social Demócrata y el Partido Izquierda-Verde en 2009 representó una oportunidad para atender las demandas del pueblo islandés, sin embargo, estos gobernantes «perdieron la ocasión y derrocharon su tiempo en medidas excesivamente provocativas y divisorias, mientras fallaban precísamente en esas cosas que la coalición de izquierdas debería haber hecho bien como aliviar el malestar social causado por la crisis».

«El gobierno de la coalición de izquierdas concluyó sin haber realizado decisivos progresos sobre la constitución y los votantes acabaron extremadamente desencantados», lamenta, que señala que esta es la explicación para que en las elecciones de 2013 ganaran «exactamente aquellos que gobernaron Islandia durante el período previo a la crisis y cuyas políticas de desregulación, amiguismo con las grandes empresas, y la falta de supervisión, llevó a la burbuja bancaria».

Actualmente, «durante este gobierno, los bancos han vuelto a empezar a hacer bastante lo que les da la gana, los grandes propietarios de la agricultura y la pesca y los grandes intereses vuelven a tener una excesiva influencia sobre la política, el gasto social ha sido recortado y se han introducido medidas fiscales regresivas».

Bailes indica que recientemente, ya en 2015, se han producido «interesantes nuevas tendencias», como el hecho de que un tercio de los islandeses, según encuestas, apoya actualmente al pequeño Partido Pirata, con tres escaños en el Parlamento y que surgió para luchar por las libertades en internet, «y libertades públicas en general», pero que han desarrollado «sobre la marcha» un programa más abarcador.

El ascenso de nuevos pequeños partidos como Los Piratas supone una potencial pérdida significativa de votantes para los tradicionales, advierte Bailes.

En definitiva, según la académica británica, «la vieja rivalidad derecha-izquierda» ha continuado en Islandia de una «forma destructiva» que impide «una imparcial asignación de culpas y castigos» a unos u otros.

Otro profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de Islandia, Thorolfur Matthiasson, es menos crítico con el gobierno de izquierdas que lideró Sigurðardóttir, y asegura que Islandia hizo las cosas mal sobre todo antes de la crisis.

Después del colapso de la economía en 2008, «Islandia puso en marcha el programa más completo de alivio de la deuda para las familias y las empresas que en cualquier otro lugar» y emprendió «un proceso constitutivo ejemplar que el actual gobierno no está respaldando».

Matthiasson defiende que «el juicio contra el Primer Ministro y el encarcelamiento de los banqueros fue parte de un programa de reconstrucción de la confianza entre el público con respecto al sistema social y legal en el país». Sin embargo, reconoce, el juicio al primer ministro «se convirtió en un teatro político que no fue bueno para la reputación de nadie».

Pero no a todos los islandeses les fue mal durante la crisis. «A nosotros, de hecho, nos fue muy bien», dice el dueño de un humilde restaurante del sur islandés que prefiere que su nombre no aparezca en este reportaje. «Con la devaluación de la moneda, el turismo creció enormemente y comenzaron a venir cada vez más extranjeros», celebra el pequeño empresario.

La economía islandesa se basa actualmente en el turismo, la pesca y el aluminio, cuyos precios en alza a principios de la crisis ayudaron a que la situación no fuera todavía peor de lo que fue, explica Bailes.

En Islandia, lo único que parece barato es la energía, que los islandeses aprendieron a encauzar desde sus numerosos volcanes. Por ello, uno de los países donde resulta más económico procesar el aluminio es este. Hasta China procesa aluminio en Islandia. Ahora, la economía islandesa depende sobre todo del precio del aluminio. Pero «a hora, hay preocupaciones serias sobre los precios del aluminio», señala Bailes.

Selma apaga su cigarrillo y concluye orgullosa y decidida: «sé que es a mi generación a la que le corresponde cambiar todo aquello que se hizo tan mal y lo vamos a hacer».

Tres presidentes: La intrahistoria de una foto histórica


Por Iñaki Estívaliz


Rozaban las tres de una clara y soleada tarde en Nueva York cuando el 6 de diciembre de 1988 el presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, aterrizó en el aeropuerto John F. Kennedy decido a cambiar el mundo.

Al bajarse del avión, vestido con abrigo y sombrero grises, dijo a la prensa que la URSS planificaba ampliar su cooperación con todos los pueblos del mundo en esa visita en la que hablaría ante las Naciones Unidas y se reuniría con el presidente de EEUU saliente, Ronald Reagan, y el entrante, el incumbente vicepresidente George Bush, padre.

Poco menos de una año después, el 9 de noviembre de 1989, cayó el Muro de Berlín como consecuencia de las gestiones de Gorbachov con Reagan y Bush.

Con la esperada visita del dirigente de todas las Rusias a las Naciones Unidas, el día anterior había subido con fuerza la bolsa de Nueva York y las tres principales cadenas de televisión nacionales interrumpieron sus programaciones regulares para dar seguimiento especial a la visita.

Jose Antonio Rosario miraba la tele fascinado en su pequeño apartamento de proyecto entre East Tremont Avenue y White Plains Road en el Bronx.

Raisa Gorbachov, con abrigo de astracán marrón, lideraba el séquito de su marido, que incluía al ministro de Asuntos Exteriores, Edvard Shevarnadze, y al miembro del Politburó y su mano derecha, Alexander Yakovlev.

La comitiva de 45 limusinas colapsó el tráfico de la ciudad en la hora punta de la salida del trabajo mientras seis mil seiscientos policías fueron destinados a la seguridad del mandatario en la visita de tres días.

Jose Antonio era entonces un fotógrafo independiente especializado en fotografiar artistas, especialmente salseros.

También dedicaba gran parte de su tiempo en escuchar en su escáner la frecuencia de radio de la Policía para llegar el primero a lugares donde acabara de suceder un accidente, un asesinato o se estuviera produciendo algún altercado.

Pero aquel día no había ido a trabajar e hipnotizado por la visita de los rusos era incapaz de separar su mirada del televisor.

Su primo Ernesto, que había salido del trabajo en la Telefónica, llegó al apartamento de Jose Antonio con una caja de Heineken maldiciendo por el tráfico infernal causado por la comitiva rusa, que se alojó en el edificio de la misión soviética ante la ONU en la calle 67 en Manhattan.

Los dos primos pasaron la tarde bebiendo cerveza, fumando marihuana y viendo la televisión, hasta que Jose Antonio, iluminado, le dijo a Ernesto: a mí me gusta Gorbi, me gustaría tener una foto de él.

Ernesto se rio y dudó de que pudiera conseguirlo. Te apuesto otra caja de Heineken y un saquito de pasto a que mañana consigo su foto de una manera u otra, a la distancia que sea. Y entonces acordaron la apuesta.

Ernesto se fue a su casa pensando que su primo era un fanfarrón bajo los efectos del cannabis, pero al día siguiente Jose Antonio se levantó temprano, desayunó fuerte porque no tenía un centavo para gastar en la calle, se puso su chaleco de fotógrafo y una de sus muchas gorras de béisbol y agarró su cámara y su credencial de periodista.

Caminó de East Tremont a Westchester Ave hasta la estación del tren número 6 disfrutando esperanzado de una mañana apacible y despejada. Tomó el tren hacia el sur de la ciudad hasta el puente de Brooklyn y de allí cogió el número 4 hasta Bowling Green, la última parada en Manhattan antes del río. Sabía que por allí tendrían que pasar los mandatarios de camino a Governors Island, pero no pensaba que acabaría montado en un transbordador con otros periodistas para cruzar el río.



Gorbachov declaró en la ONU que las sociedades contemporáneas necesitaban «un nuevo impulso» para afrontar los problemas internacionales.

Luego, el dirigente del Kremlin se desplazaría a Governors Island para celebrar el quinto y último encuentro con Reagan como presidente en el que participaría también Bush para garantizar la continuación de las conversaciones que concluyeron con la desmembración de la Unión Soviética. La reunión almuerzo duraría dos horas.

Jose Antonio no tenía ningún plan, salvo el de estar lo más cerca posible de Gorbachov para hacerle la foto.

Gorbachov ante la ONU aquel día portando en la solapa del traje un pin soviético, todavía. Foto de archivo.


A la salida del tren en Bowling Green se encontró con un policía de la ciudad ante el que se identificó como fotoperiodista. El agente le dijo que toda la prensa debía dirigirse al embarcadero de Governors Island. En el embarcadero, un policía militar daba instrucciones a gritos para que los periodistas acreditados hicieran fila pegados a una pared.

José Antonio se mezcló entre sus compañeros de profesión y se coló en el transbordador.

Aunque el fotógrafo freelance tenía una credencial de prensa genérica para periodistas independientes, no había sido acreditado por ningún medio para el evento, por lo que atravesó el río con una mezcla de ilusa esperanza y miedo pavoroso al Servicio Secreto, encargado de la seguridad cuando hay jefes de estado de por medio.

Mientras los periodistas atravesaban Buttermilk Channel la silueta de la Estatua de la Libertad se difuminaba en la distancia por una bruma gris que comenzó a apoderarse de la Bahía de Nueva York entristeciendo el final de la mañana como preámbulo a una tarde desagradable.

La Estatua de la Libertad mirando a José Antonio Rosario. Archivo.


Temiendo acabar siendo retenido por el Servicio Secreto y que se le impidiera cumplir su objetivo de capturar con su cámara a Gorbachov, José Antonio vio pasar su vida ante sus ojos.

Una vida, que como la de tantos puertorriqueños y su diáspora, es un continuo viaje de idas y vueltas que se sabe dónde empieza pero nunca dónde acabará.

De traspiés en traspiés en Nueva York y en Ponce, consiguió graduarse de cuarto año como técnico de radio y televisión, pero comenzó a trabajar en una tienda de útiles para el hogar, luego en una factoría de cuero y después arreglando maquinillas de escribir.

Encontró su vocación al empezar a trabajar en un taller de reparación de cámaras fotográficas en Nueva York donde aprendió fotografía.

Consiguió conectarse con el ambiente musical de la ciudad, especialmente con las bandas y cantantes de salsa y se ganaba la vida fotografiando a artistas como Celia Cruz, Cheo Feliciano, Héctor Lavoe y toda la clique de la Fania All Star.

La revista Canales Magazine lo contrató como fotógrafo oficial porque hacía fotos extraordinarias pero además por sus contactos para pasearse por el Madison Square Garden como Pedro por su casa.

Un día le pusieron problemas para fotografiar a Michael Jackson y le dijeron que tenía que ir a la Policía a conseguir una acreditación de prensa específica. En la comisaría conoció al detective a cargo de dichas credenciales, que era un boricua de apellido irlandés, Fred Elwick, que se enamoró de sus fotos de Ruben Blades, Willy Colón y otros salseros.

Jose Antonio empezó a llamarlo por las mañanas para que le contara lo que había pasado durante la noche, por si quedaba algo valioso que fotografiar y a quién le podría interesar comprar la foto, ya que el oficial tenía contactos con los medios.

Luego se compró un escáner de la radio de la Policía, se aprendió los códigos policiales, del departamento de bomberos, de las ambulancias, y comenzó a relacionarse directamente con los periódicos.

En las temporadas flojas, se ayudaba guiando un taxi no oficial de esos que en Nueva York llaman gypsy cab.


Jose Antonio se espabiló con el bramido del barco llegando antes de atracar en Governors Island y el corazón le empezó a latir con fuerza. Por momentos, se arrepintió de no ser un mero fanfarrón y haber emprendido aquella aventura que en algún instante le pareció ridícula, pero que se empeñó en no abandonar habiendo llegado tan lejos.

Una vez al otro lado del río, una guagua recogió a los periodistas y los llevó a un centro de prensa donde debían recoger las acreditaciones específicas del evento.



La bonita mañana se había convertido en una desapacible tarde gris y un sudor frío le bajaba por la frente a Jose Antonio, que se sentía como gallina sin cabeza y el único de la clase que no traía la tarea hecha de casa. Algunos colegas le aconsejaron que hablara con el oficial de Prensa de la Casa Blanca, Gary Foster, y el boricua se puso a preguntar por él hasta que lo encontró y le cayó encima.

Buenos días, señor Foster, dijo disimulando el tembleque por los nervios, mi nombre es Jose Antonio Rosario y soy el fotógrafo del periódico hispano de Nueva York El Diario La Prensa, me dijeron que viniera hasta aquí y que cuando llegara preguntara por mi credencial, mintió, y aquí estoy, planteó con una tranquila seguridad que no sabe de dónde le salió.

Mr Foster, muy amablemente, le soltó el discurso sobre los procedimientos de seguridad en eventos de esta magnitud, la necesidad de pasar antes por una revisión de antecedentes, toma de huellas dactilares, carta del medio al que representas, y que como no tenía nada de eso no lo podía ayudar.

Hay tres tipos de periodistas: los que no sirven para nada, que lamentablemente abundan; los que lo hacen todo bien y por el libro, que celebramos; y los que lo hacemos todo a trancas y barrancas, por impulso, improvisando con pasión y por compasión, a menudo con coraje y de lágrima fácil, empatizando siempre más con la gente que con jefes, empresarios y autoridades.

Los que somos de esa tercera clase de periodistas sabemos lo que es sentirse un soberano gilipollas por tirarnos a coberturas sin paracaídas, y así se sentía Jose Antonio en aquel momento.

Pero esta desagradecida profesión, a poco que uno insista y confíe en sus instintos, también ofrece satisfacciones extraordinarias, y más pronto que tarde aquel histórico día de diciembre de 1988, Jose Antonio conseguiría varias recompensas magníficas por vivirla a lo loco y poseer un ingenio y una cara dura de antologías.

Le ruego por favor que no castigue a este humilde fotoperiodista por la negligencia de un compañero que debería haber hecho gestiones que no hizo. Estoy haciendo mi trabajo y si no consigo esa foto me van a echar del periódico, que es el principal medio de comunicación en español de la Costa Este y mi único sustento, inventó en un perfecto inglés.

El fotógrafo nuyorrican se atrevió a suplantar a un fotógrafo fijo de El Diario porque sabía que a esa hora no había nadie atendiendo los teléfonos de contacto del periódico y con la esperanza de que si alguien atendía en la sala de redacción fuera un colega que lo conociera como colaborador y confirmara que efectivamente Jose Antonio Rosario trabajaba para ese medio, aunque fuera ocasionalmente en aquella época.

El señor Foster, ya menos amable, expresó zanjando el asunto que un no es un no, se subió a una tarima a dar instrucciones sobre el protocolo a seguir durante las próximas horas con los presidentes e instó a los acreditados a que lo siguieran.

Varios periodistas solidarios, entre ellos un fotógrafo del New York Times y otro del Washington Post, que habían presenciado la escena anterior, hicieron gestos a Jose Antonio para que se acercara, lo rodearon, y siguieron al señor Foster ocultando con sus propios cuerpos a Jose Antonio, que volvió a dejarse llevar, tan cagado del susto, reconoció, como decidido a tomar su foto.

Llegaron a un campo de pelota donde revisaron a los periodistas con perros policías husmeando entre las piernas y detectores de metales antes de dar paso a una oportunidad para fotografiar a los tres presidentes juntos.

A Jose Antonio se le iba a salir el corazón del pecho mientras sus compañeros iban pasando uno a uno por el último control de seguridad, donde el señor Foster firmaba detenidamente cada una de las acreditaciones rodeado de los intimidantes y elegantes agentes del Servicio Secreto.

El boricua se quedó el último de la fila sudando a mares mientras se iba acortando y cuando ya solo tenía a cuatro o cinco periodistas por delante se dirigió al señor Foster, que no había levantado la vista hasta entonces concentrado en revisar y firmar las credenciales.

Cuando el oficial de prensa de la Casa Blanca oyó la voz de Jose Antonio diciendo por favor, por favor, no puedo llegar con las manos vacías, yo me levanté bien temprano para esto, se puso colorado de rabia y le empezó a temblar una vena en el cuello.

El fotoperiodista pensó que el señor Foster estaba a punto de sufrir un infarto.

«Quien te crees que eres? Estás loco. Te voy a arrestar», gritó fuera de sí el oficial de prensa.

Ahí fue que Jose Antonio se rindió. Está bien, disculpe. Solo trato de hacer mi trabajo, no lo molesto más, se despidió Rosario alejándose del lugar.

Gary Foster con Ronald Reagan. Autor desconocido.


Lo volvió a invadir la sensación de fracaso, de ser un pendejo, mientras caminaba hacia ninguna parte. Pero no había dado veinte pasos cuando escuchó la voz del señor Foster llamándolo. José Antonio desandó sus pasos y con sorpresa escuchó al señor Foster decirle que esperara un momento que iba a comprobar si podían encontrar algún lugar desde el que él pudiera tomar la foto cuando los presidentes salieran de la Casa del Almirante, donde Reagan le presentaría formalmente a Gorbachov el relevo presidencial, Bush.

Mr Foster le gruño que ésa sería la única oportunidad para él. Después de la reunión almuerzo de dos horas habría más ocasiones para los fotógrafos acreditados, pero no para Jose Antonio.

De repente, todas las adversidades se convirtieron en una fantástica oportunidad para sacar un extraordinario partido de la situación.



En aquella época todavía las cámaras eran analógicas y había que revelar las fotos y transportarlas físicamente. Todos los periodistas acreditados debían esperar hasta que concluyera el evento para llegar a sus periódicos. Si Jose Antonio conseguía su foto, y como no le iban a dar más opciones, quizás podría dejar la isla y llegar a Manhattan a tratar de venderla horas antes de que llegaran los periodistas oficiales.

Mr Foster sacó una credencial de su gabán, escribió sobre ella Jose Antonio Rosario, Diario La Prensa, y la firmó. Otro agente lo escoltó a un lugar frente a la Casa del Almirante donde podría realizar su única foto.

Es lo único que vas a hacer hoy, insistió el señor Foster.

Jose Antonio llevaba una Nikkormat con lente 50 1.8 milímetros y otro de 200 mm fijo. Y de nuevo la suerte volvió a sonreír al osado. El Servicio Secreto lo había dejado en un spot óptimo para su limitado equipo. Si lo hubieran dejado unos metros más cerca o más lejos, hubiera sido incapaz de sacar una foto decente con el equipo del que disponía.

Capturó una foto perfecta de los tres presidentes con un encuadre oportuno.

Los compañeros periodistas no podían creerse que Jose Antonio le hubiera comido los dulces al Servicio Secreto y a la Casa Blanca para finalmente conseguir la foto, y alguno gritó y otros aplaudieron para celebrarlo.


Una vez José Antonio consiguió su foto regresó de inmediato a la realidad tras el trance profesional. Un rugido en el estómago le recordó que tenía hambre y que no llevaba un centavo encima. Debía regresar cuanto antes a Manhattan para vender la foto y para comer.

El terminal de los ferrys estaba controlado por el Servicio Secreto y uno de los agentes le preguntó qué en qué podían ayudarlo. José Antonio volvió a meterse en su papel de dar pena y les contó que ya había terminado su trabajo allí, que no podía estar en el evento ni en ninguna parte y que necesita regresar a Manhattan.

Le dijeron que lo sentían mucho y le explicaron que todo el transporte estaba congelado por aire, mar y tierra por las próximas 5 horas. José Antonio reclamó alguna opción, pero le contestaron que hiciera lo que le diera la gana por allí y esperara.

El fotógrafo se puso a merodear por los alrededores del puerto y al doblar una esquina se encontró con una carpa de campaña donde unos tipos con ushankas conversaban en ruso. José Antonio se acercó, se identificó como fotoperiodista y les preguntó en inglés si eran del KGB.

Los rusos confirmaron con sonrisas abiertas y cachetes colorados que eran oficiales del Comité para la Seguridad del Estado y que formaban parte de la escolta de Gorbachov.

José Antonio se excusó un momento y regresó a la terminal de ferrys para preguntar al Servicio Secreto si él podía hablar con el KGB, no lo fueran a acusar de traición o alguna otra cosa.

Los estirados agentes del Servicio Secreto, más bien interesados que molestos con la interacción del fotógrafo boricua con sus némesis del KGB, le dijeron que claro, América es un país libre.

Volvió José Antonio a olvidarse del hambre y regresó con los agentes rusos, que se dejaron fotografiar y que le contaron que algunos de ellos ya habían estado varias veces en Nueva York, otros por primera vez, pero que a todos les gustaba mucho la ciudad.

La charla duró poco y José Antonio les agradeció la amabilidad al despedirse. De nuevo esa mañana, alguien volvía a llamarlo por la espalda y le hacía desandar sus pasos.

Uno de los rusos gritó «fotografer» y le pidió con gestos que regresara. El agente metió su mano en uno de los bolsillos de su abrigo y sacó un puñado de broches de Lenin, la hoz y el martillo, la estrella roja… que puso sobre la mano del fotógrafo con otra gran sonrisa.

José Antonio estaba pletórico de contento: había conseguido contra todo pronóstico la foto de los tres presidentes y además se llevaba los souvenirs del KGB. Contó sus pines, eran diez insignias.


Algunas las conservará toda la vida, alguna la regalará y alguna la venderá cuando adquieran más valor histórico, pensaba el fotógrafo ensimismado en su felicidad paseando por los predios del puerto de Governors Island.

Por enésima vez aquella mañana, oyó que lo llamaban a su espalda, pero como no se dirigían a él por su nombre, al principio ignoró el llamado.

No tardó en darse por aludido y cuando se dio la vuelta observó a varios agentes del Servicio Secreto haciéndole señas para que se acercara.

Le preguntaron sobre qué había hablado con los rusos y qué había pasado. A José Antonio le pareció que los agentes gringos tenían una sincera curiosidad personal más que lo estuvieran interrogando como cuestión de Estado.

No tardó en comprobar que su percepción era acertada cuando los serios agentes del Servicio Secreto le pidieron que les consiguiera más pines para ellos, como si fueran niños ávidos de cromos.

Un agente sugirió que el fotógrafo compartiera con ellos las insignias.

Estos pines son míos, se cuadró José Antonio.

Y si conseguimos que salgas de esta isla inmediatamente?, preguntó otro de los agentes.

Está bien, voy a pedirles más. Y el boricua, volviéndose a poner su traje de pena, regresó a la carpa del KGB y les pidió más pines. Le dieron otros diez que José Antonio entregó al Servicio Secreto.

Los agentes del retén se repartieron nueve pines y le dieron otro al capitán del remolcador que a los cinco minutos zarpó de Governors Island hacia Manhattan con un único y feliz pasajero: Jose Antonio Rosario.

El boricua tenía su foto en el carrete y diez broches soviéticos en el bolsillo. No se lo podía creer y le dio por mirarse las tenis, los jeans y levantando la vista se llevó una mano a la visera de su gorra de béisbol y pensó, mirando al río Hudson: este ponceño nacido en el Bronx está cabrón.

Varios periódicos y agencias de noticias, donde reveló el carrete y le hicieron impresiones, le compraron la foto solo para tenerla de recurso en el caso de que sus fotógrafos no llegaran a tiempo del cierre.

Con una impresión de ocho por diez entre las manos de los tres presidentes llamó a Carlos Morales, de El Diario La Prensa, y le espetó: te tengo la foto del día, te la voy a regalar pero me la tienes que poner en portada. El primo Ernesto pagó la caja de Heineken y el saquito de pasto, que bebieron y fumaron juntos.

A consecuencia de aquel «front page» lo acabaron haciendo fotógrafo fijo en El Diario La Prensa, donde trabajó durante 15 años publicando cientos de portadas.

La última portada de José Antonio Rosario en El Diario La Prensa se publicó el 12 de septiembre de 2001 y muestra a una de las torres gemelas explotando inmediatamente después del impacto de un avión, pero esa es otra historia. ie


La portada
José Antonio Rosario en la actualidad

Harvard se mira al espejo por su pasado esclavista

Iñaki Estívaliz

Cambridge (EE.UU.), 8 may (EFE).- Más de 200 años han tenido que pasar desde la abolición de la esclavitud en el estado de Massachusetts (EE.UU.) para que la Universidad de Harvard, una de las instituciones más prestigiosas del país, haya admitido su pasado esclavista: Un mea culpa que ha sido posible gracias a los esfuerzos de los propios estudiantes.

Fruto de ese empeño es el informe que el centro educativo publicó la semana pasada, titulado «Harvard y el legado de la esclavitud», donde se documenta cómo la institución se benefició del comercio de esclavos en los siglos XVII y XVIII.

Fueron los alumnos de la Universidad quienes comenzaron a investigar en 2007 los vínculos de Harvard con la esclavitud y su papel ha sido vital para que la institución haya reconocido el perdurable legado de sus orígenes esclavistas.

LOS ESTUDIANTES, TRAS LAS HUELLAS DEL PASADO ESCLAVISTA

Así lo considera el profesor de Historia Americana Sven Beckert, quien subraya a Efe que en los últimos 15 años el trabajo de los estudiantes ha sido «absolutamente crucial» para lograr el compromiso de la universidad con su pasado.

«Sin el trabajo de estos estudiantes, no creo que hubiéramos llegado a este punto», defiende Beckert.

Según el informe, durante casi 150 años, desde la fundación de Harvard en 1636 hasta que Massachusetts abolió la esclavitud en 1783, los presidentes de la universidad y otros responsables esclavizaron a más de 70 personas, afrodescendientes y nativos americanos.

El documento señala que algunos donantes de Harvard consiguieron sus riquezas con el comercio de esclavos y la propia universidad invirtió en préstamos a plantaciones de azúcar en el Caribe.

Todo esto ya era historia conocida para los estudiantes de Beckert, quien se ha dedicado a estudiar cómo la esclavitud influyó en la economía nacional de EE.UU. y es autor de los libros «Empire of Cotton: A Global History» (El imperio del algodón: Una historia global) y «Slavery’s Capitalism : A New History of American Economic Development».

Beckert pensó en investigar si Harvard tenía un pasado de esclavitud cuando en 2006 la entonces presidenta de la Universidad de Brown, Ruth Simmons, la primera mujer negra en presidir un centro de la «Ivy League» (el circuito de universidades privadas de élite del noreste de EE.UU.), publicó un informe sobre los vínculos de su institución con el esclavismo.

DETECTIVES DE LA HISTORIA

El profesor de Harvard propuso a sus estudiantes celebrar un seminario, que comenzó un soleado día del verano de 2007 con el desafío de resolver un misterio: La historiografía en Harvard había guardado silencio sobre la esclavitud y los alumnos no sabían con qué se iban a encontrar.

Pero «la curiosidad de los estudiantes frente a lo desconocido y su impresionante dominio de las artes de la detección histórica fueron recompensados con un tesoro de hallazgos», alaba Beckert.

Más tarde, en 2011, se publicó el resultado de parte de estas investigaciones en el libro colectivo «Harvard and Slavery: Seeking a Forgotten History», elaborado por el profesor y los alumnos.

Los estudiantes descubrieron que en el pasado hubo esclavos en el campus y que la universidad había recibido grandes donaciones de personas comprometidas con la esclavitud. «Encontraron pruebas de que incluso presidentes de la universidad tenían a personas esclavizadas», detalla Beckert.

En el seminario, los estudiantes también investigaron la pervivencia del racismo en Harvard y, como parte de los esfuerzos por revelar este pasado, crearon un mapa con un recorrido por el campus por lugares relacionados con la esclavitud.

Beckert reconoce que al principio no hubo mucho apoyo de la universidad, aunque a lo largo de los años la institución ha comenzado a respaldar este trabajo.

«Ahora tenemos este informe masivo y el compromiso de la universidad de ocuparse de su legado esclavista», recuerda.

UN DONANTE, RICO POR EL COMERCIO DE ESCLAVOS

Una de sus antiguas estudiantes, la afrodescendiente puertorriqueña Jennifer Dowdell Rosario, graduada en 2012, fue parte del grupo que realizó la investigación en 2011 centrándose en un gran donante de la universidad, Peter Chardon Brooks (1767–1849), quien amasó una extraordinaria fortuna con el comercio de esclavos.

La entonces estudiante boricua se desplazó a Medford (Massachusetts) a la antigua casa de Chardon Brooks, donde pudo documentar un muro de ladrillo que había sido levantado por un esclavo de la familia.

Con la publicación del informe, Harvard anunció que dedicará un fondo de 100 millones para abordar su complicidad con la esclavitud, aunque, para Dowdell Rosario, la cantidad es «bien pequeña comparada con lo que se extrajo de la esclavitud, debería ser anual».

Dowdell Rosario lamenta, en declaraciones a Efe, que Harvard no haya reconocido la labor de sus estudiantes en el informe, a los que ha relegado a algunos pies de página, y asegura que la universidad apenas los ha respaldado.

De hecho, se queja de que fueron ninguneados y que los propios alumnos tuvieron que poner dinero de su propio bolsillo para publicar las investigaciones de 2011.

«Ya son más de 40 estudiantes los que han hecho investigaciones y hasta el día de hoy el presidente de Harvard, Larry Bacow, no reconoce que fueron ellos los que expusieron el asunto», sostiene Dowdell Rosario.

«Fueron los estudiantes los que presionaron, no fue que la institución quisiera hacerlo -remarca-. La información estaba en las bibliotecas, solo había que ir a buscarla».

https://www.swissinfo.ch/spa/eeuu-racismo_harvard-se-mira-al-espejo-por-su-pasado-esclavista/47576512

Independentista amigo de Castro entra y sale de EEUU sin pasaporte

05.05.2007  
P.RICO-CIUDADANÍA
Independentista amigo de Castro entra y sale de EEUU sin pasaporte
Iñaki Estívaliz San Juan, 5 may (EFE).- El miedo al terrorismo internacional ha extremado las medidas de seguridad y los requisitos para entrar en Estados Unidos, pero ello no es un impedimento para que el veterano independentista puertorriqueño Juan Mari Bras entre y salga de EEUU sin pasaporte cada vez que quiere visitar a su amigo Fidel Castro.
Periódicamente Bras visita países como Venezuela, Costa Rica o Cuba y cuando regresa lo hace sin ningún pasaporte, algo totalmente inusual en el sistema de inmigración de EEUU.
Bras lo sabe, pero no tiene nada que perder: «inmigración tiene la orden de devolver a los indocumentados a su país de origen, y en mi caso, ¿a dónde me van a devolver?, pues a
Mayagüez, que es de donde soy», explicó a Efe.
A Mari Bras, de 79 años, que se jacta de haber conocido a Castro en Sierra Maestra en los tiempos previos a la revolución castrista, se le reconoció en la cumbre del Mercosur que se celebró el año pasado en Córdoba (Argentina), como «uno de los principales dirigentes de América Latina».
La Universidad de Puerto Rico, que lo había expulsado en su juventud, le recibió posteriormente con honores.
El abogado puede presumir también de ser el único puertorriqueño que cuenta con un Certificado de Ciudadanía Puertorriqueña, que el Departamento de Estado del país caribeño otorgará a partir del próximo mes a los boricuas que cumplan determinados requisitos.
Según el reglamento aprobado esta semana por el Departamento de Estado, se podrá otorgar el certificado de ciudadanía puertorriqueña a toda persona nacida en Puerto Rico o a quienes nacieron fuera de la isla caribeña pero que al menos uno de sus padres haya nacido en Puerto Rico.
El secretario de Estado, Fernando Bonilla, aseguró a Efe que el certificado garantiza un «sinnúmero de derechos fundamentales», pero que «no es un documento de viaje ni pretende sustituir el pasaporte de EEUU».
También podrá solicitar el certificado todo ciudadano estadounidense que tenga al menos un año de residencia en Puerto Rico, país que desde la firma de su Constitución en 1952 es un Estado Libre Asociado (ELA) a EEUU.
Hasta ahora, la única ciudadanía que podían ostentar los puertorriqueños era la estadounidense, en virtud de la firma de la Ley Jones en 1917.
Colonia española hasta 1898, Puerto Rico tiene limitada su soberanía como ELA en asuntos como defensa y acuñación de moneda, y los puertorriqueños residentes en la isla no pueden votar en las elecciones presidenciales de EEUU.
Para llamar la atención sobre «la última colonia», Mari Brás, fundador del Partido Socialista Puertorriqueño y del semanario independentista Claridad, entre otras organizaciones de izquierda, renunció formalmente en 1994 a la ciudadanía estadounidense en la embajada de EEUU en Caracas.
El Tribunal Supremo puertorriqueño declaró inconstitucional exigir la ciudadanía estadounidense para votar en Puerto Rico, como le había sucedido a Mari Brás después de haber renunciado a su ciudadanía estadounidense.
En octubre del año pasado, después de varias apelaciones a la decisión del Supremo, que se reafirmó, el Departamento de Estado anunció la concesión de un certificado que permitiría votar a Mari Brás.
«Con la entrega de este certificado», indicó Bonilla, se reconoce que «Mari Brás efectivamente ostenta la ciudadanía puertorriqueña, que es separada y distinta a la ciudadanía americana».
Aunque Bonilla defiende las aplicaciones prácticas del documento, algunos expertos, como la abogada especializada en inmigración Julie Cruz Santana, aseguró que «no tiene ningún sentido práctico, sino más bien simbólico, mientras Puerto Rico siga siendo un territorio de EEUU».
El portavoz del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) en San Juan, Ivan Ortiz, señala que «el Departamento de Seguridad Nacional solamente reconoce la ciudadanía de EEUU y su tramitación sólo se puede hacer a través del Servicio de Ciudadanía e Inmigración».
Mari Brás fue el primer boricua independentista en hablar ante la ONU, en 1973, y en 1976, siendo candidato a la gobernación, su hijo Santiago fue asesinado y el caso sigue sin resolverse.
Aseguró que el certificado de ciudadanía boricua tiene aplicaciones prácticas limitadas por el hecho «de que lo certifica un gobierno de carácter colonial», aunque «dentro de esta autonomía recortada», supone «un reconocimiento de que Puerto Rico es una nación diferenciada».

Director del Cervantes: el estudio de los idiomas es una prioridad ante la inteligencia artificial

Iñaki Estívaliz

Cambridge (EE.UU.) 27 abr (EFE).- En un mundo cambiante en el que se hacen cada vez más hueco las inteligencias artificiales, es prioritario el estudio del lenguaje, aseguró hoy a Efe el director del Instituto Cervantes, el poeta y catedrático Luis García Montero, en el marco de la celebración del décimo aniversario del Observatorio del Español en Harvard. 

«Cuando está en marcha todo el proceso de transformación digital, las dinámicas de la inteligencia artificial y el llamado lenguaje de las máquinas, el estudio de los idiomas se ha convertido en una prioridad, en una prioridad de repercusiones internacionales, políticas, sociales económicas y culturales», expresó el autor de «El jardín extranjero».

García Montero explicó que por esa razón, contar con un Observatorio en Harvard «da un valor de seguridad y al mismo tiempo de prestigio a todas las preocupaciones que tiene el Instituto Cervantes y en ese sentido estamos muy orgullosos del trabajo que han podido realizar aquí nuestros dos directores en sus diez años de funcionamiento».

El también ensayista y crítico literario reconoció que las nuevas tecnologías han afectado el uso que hace del lenguaje en el ámbito privado, como cuando se comunica por mensajes de texto con sus hijos usando muchas abreviaturas, pero que cuando va a dar clase, ofrece una conferencia o habla con otra gente dice «también y no tb».

«En la vida de los idiomas, esa conciencia del contexto ayuda a mantener lo materno, lo que nos une como identidad una lengua y de mantener la comunidad, lo que hace que nos entendamos 600 millones de personas que hablamos español», subrayó.

El director del Instituto Cervantes destacó el mérito del Observatorio del Español al haber cumplido diez años en Harvard, «un punto de referencia intelectual de mucho prestigio», donde se desarrollan estudios que influyen «en las relaciones internacionales, pero no solo desde el punto de vista cultural, sino también en lo económico, tecnológico y científico».

La directora ejecutiva del Observatorio del Español del Instituto Cervantes en Harvard, Marta Mateo, explicó a Efe que el Observatorio se dedica «a estudiar la presencia y evolución del español en todos los sectores sociales, la presencia de las culturas (hispanoahablantes) en la diversidad que nos caracteriza y en todos los ámbitos: en el sector demográfico, en los medios de comunicación, en la política».

El Observatorio realiza estudios sobre el español para «dar visibilidad, dar prestigio, analizar de manera objetiva la aportacion del español y de las culturas hispánicas a este país (EE.UU.)», y los publica también en inglés porque «el bilinguismo es un principio básico», dijo Mateo.

Como parte de la celebración del décimo aniversario del Observatorio del Español en Harvard del Instituto Cervantes, García Montero dictó en Harvard la conferencia «La poesía en el mundo de hoy», que fue seguida por la charla «A veces, todavía, a través», de la escritora y profesora mexicana Valeria Luiselli.

García Montero entregó la Medalla Cervantes a la directora del Observatorio, Diana Sorensen.

La directora ejecutiva de la institución, Mateo, recordó que desde su creación, el Observatorio ha organizado más de 300 actividades en colaboración con decenas de universidades e instituciones, y ha completado un total de 85 estudios que analizan en profundidad la realidad hispánica en EE.UU.

Según datos del Observatorio, Estados Unidos es el primer país de lengua no española con mayor población hispanohablante con 60 millones de personas que hablan español, 32 millones de ellas teniéndolo como primer idioma.

Desde el Observatorio se estima que en 2060 Estados Unidos será el segundo país hispanohablante del mundo tras México y que el 27,5 % de la población estadounidense será de origen hispano.

Para los lingüistas del Observatorio, el español es, «de modo indiscutible», el idioma más estudiado en todos los niveles educativos en Estados Unidos, con 7 millones de estudiantes.

https://www.abc.com.py/ciencia/2023/04/27/luis-garcia-montero-estudiar-idiomas-es-una-prioridad-ante-la-ia/