Por Iñaki Estívaliz
Enviado especial de Claridad al Medio Oriente
El día después de Reyes, salimos de Beirut a las cinco de la mañana con destino Damasco. Todavía era de noche cuando enfilamos una carretera sinuosa de montaña. En la oscuridad, me recordaron a Puerto Rico los negocios pegados a la misma carretera y las casas colgando desafiando abismos.
Según iba clareando el día, el paisaje se tranformó de caribeño a mediterraneo cuando se empezaron a apreciar pinares y olivares, viñedos y cipreses sin cementerio. Por todas partes los cedros, que son el escudo de la bandera libanesa.
Dejábamos un Beirut bastante diferente al que había conocido en agosto. Poco después de salir yo del país, el ejército de Israel invadió con tropas terrestres el sur de Líbano, el Mossad plantó bombas en miles de aparatos de comunicación de miembros de la milicia chií Hezbola que hizo explotar en dos oleadas que causaron decenas de muertes y miles de heridos. La aviación del Ejército controlado por Benjamin Netanyahu bombardeó los barrios bajo dominio del grupo político militar apoyado por Irán hasta dejarlos en escombros.
Visité esos barrios arrasados y experimenté de cerca la desoladora experiencia de la muerte en masa. Y no hay manera de que los palestinos pierdan su sonrisa.
Sin embargo, y para mi sorpresa, los barrios ricos y turísticos o no afectados por las bombas, lucían con un explendor insospechado. Las cosmopolitas calles Hamra o Armenia están en estas horas de tregua más limpias, luminosas y bulliciosas que en agosto. Ya no se ven a los enjambres de niños y adolescentes que te trataban de convencer para que te dejases limpiar tus zapatos aunque fueran chancletas. Las mujeres sirias pidiendo con bebes sentadas en las aceras prácticamente han desaparecido.
Y los beurutíes ahora parecen más contentos y dicharacheros que en mi primera visita. Supongo que haber pasado 75 años de guerras civiles, invasiones, crisis económicas y magnicidios, les ha enseñado a disfrutar como nadie de los breves momentos de paz.
Llegamos a la frontera sabiendo que probablemente no nos dejarían pasar, sin embargo, en el lado del Líbano nos sellaron el pasaporte sin problema y, tras recorrer ocho kilómetros de tierra de nadie, llegamos al lado sirio. Tras una hora esperando confirmaciones y la ayuda de la fixer siria que nos acompañaba, no me podía creer que nos habían aprobado la entrada. Un buen fixer profesional con contactos vale más que cualquier permiso gubernamental, sobretodo en un momento de transición como el que está viviendo Siria.
Tras 53 años de cruel tiranía de la familia Al Assad, los últimos trece en guerra civil, a principios del pasado diciembre, tras una ofensiva de doce días liderada por el grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), los insurgentes derrocaron a Bashar al Assad, que pidió refugio en Rusia.
HTS ha sido considerado hasta ahora como un grupo terrorista con vínculos con Al Qaeda y desde occidente se teme que, aunque ahora estén mostrando una cara moderada, acabarán siendo tan radicales como los talibán.
De una docena de sirios a los que les he hecho la pregunta: ¿como te sientes con lo que está pasando? El cien por cien de los encuestados y encuestadas respondieron que se sienten “optimistas y esperanzados”.
Una vez en Siria, te das cuenta de que el país atraviesa una situación delicada porque no funcionan las tarjetas de crédito ni las gasolineras. La gente compra galones de gasolina en los arcenes.
Cuando llegamos a Damasco, no podía creer lo que veía. Miles y miles de personas hacen su vida abarrotando las avenidas, las calles y los callejones, las tiendas y los bazares. En el par de vueltas que me he dado por la ciudad antigua no he visto un solo soldado, ni tanquetas ni señales de conflicto de ningún tipo, por lo menos, hasta ahora.
Es cierto que a veces, en Damasco, te sientes como en Las mil y una noches. Deliciosos puestos de comida, establecimientos de todo tipo de artículos exóticos para el occidental y hasta ventanitas donde la gente paga por perfumarse sin tener que pagar por todo el frasco.
Hay mujeres con burka, con pañuelo o con el pelo al aire. Algunas visten una encantadora boina francesa ladeada sobre el pañuelo y a cada pocos metros te cruzas con una Jennifer López del Medio Oriente.
A lo mejor no se ven insurgentes militarizados en las calles porque están más ocupados en organizar un nuevo gobierno que en joder a la gente.
Tras 53 años de imnominia de los Al Assad, un hervidero humano disfruta de las calles sin temor.
Debe ser algo parecido a lo que sientieron la mitad de los españoles en 1975 cuando murió el dictador Francisco Franco, aunque este murió en la cama como generalísimo.
En unos días, semanas o meses sabremos si es que el lobo se vistió de cordero o si los sirios van a tener la oportunidad de vivir bajo un gobierno moderado y respetuoso con los derechos humanos.
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